Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de mayo de 2010 Num: 792

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La legión de Lucía
CARLOS MARTÍN BRICEÑO

Zona del Ecuador
DIMITRIS DOÚKARIS

Kurt Cobain: all apologies
ANTONIO VALLE

360 grados de U2 en Texas
SAÚL TOLEDO RAMOS

Torrentes de música ligera
ROBERTO GARZA ITURBIDE

La música, la audiencia y otras resonancias
ALONSO ARREOLA

Todo se escucha en el silencio
ALAIN DERBEZ

Iggy Pop, la esencia del punk
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

ERNESTO FLORES, HOMBRE DE LETRAS

Son muchas las facetas de la vida y de la obra de Ernesto Flores, nayarita de Guadalajara, tapatío de Nayarit. La fundamental es la de la poesía que en Ernesto es vocación, afición, compulsión, en suma, su particular manera de mirar el mundo y de acercarse a una realidad que no siempre pertenece al mundo de las cosas reales (valga la paradoja).

Nos une una vieja amistad, tan vieja que Guadalajara apenas tenía setecientos mil habitantes y era gloriosamente habitable (“cualquiera tiempo pasado fue mejor” según el parecer de don Jorge Manrique). Trabajamos juntos en una revista llamada Ideales y éramos tan ingenuos, que tardamos mucho en darnos cuanta de que, en el fondo de la estrambótica publicación, se agitaban las capuchas de los entonces activos y malévolos tecos. Más tarde, la amistad con Nacho Arriola estrechó nuestros lazos y formamos un equipo que compartió aventuras literarias y teatrales. Recuerdo la revista Esfera que Ernesto, como un Karl Kraus tapatío, hacía, armaba, vendía y se endeudaba solito. Don Jaime Torres Bodet (“Jaime no tiene biografía, tiene currículum”, decía el feroz Novo), en una visita a Guadalajara le dijo a Ernesto que el nombre de la revista pertenecía –o debía pertenecer– a los espacios siderales, al cosmos de la cultura. Ernesto contestó con calma y un poco de sorna que la revista se llamaba así debido al respetable tonelaje de su director y de algunos de sus colaboradores. Todos ellos, diría Nacho Arriola, madratímbaros y madranálgaros. Ernesto hizo varias revistas, cumplió importantes proyectos editoriales, pidió apoyos económicos y quedó a deber, pero estos esfuerzos lo convirtieron en uno de los grandes promotores culturales del occidente del país. Creo que esto lo hace acreedor al agradecimiento de varias generaciones de jaliscienses.

Veo su figura, “anchurosa y peripatética”, diría el bromista Cervantes, cubierta con un jorongo multicolor, recorriendo las calles de Bath, Bristol, York, Edimburgo, Lancaster, los lagos (atesoro en la memoria la visita a la casa de Wordsworth), Cambridge, Ely, Oxford. Ese recorrido inglés y escocés fue inolvidable. En el libro de registro de huéspedes (donde figuran Dickens, Beau Brummell y Thomas Hardy) aparece el curioso nombre de Ernie Barney, procedente de la Guadalajara de Indias. Todo esto se completa con las excelsas tertulias en la casa de Nacho Arriola, con la maestría de Carmen Peredo, pianista y esposa, con el magisterio en la Universidad de Guadalajara (la mitad de la Universidad pasó por sus enriquecedoras clases), sus programas de radio y su infatigable trabajo de investigador, crítico y compilador. En mi biblioteca ocupa un lugar de honor su reunión de la poesía de Francisco González León y, muy pronto, estará a su lado (si el FCE no dispone otra cosa) su poesía completa del padre Plasencia. Los prólogos y las notas de estas recopilaciones abren al lector el mundo de estos poetas fundamentales del siglo XX mexicano. Además, ha estudiado y comentado a otros autores, sobre todo a Juan José Arreola y a Juan Rulfo, y está siempre pendiente de lo que sucede en la literatura de Jalisco pues, como maestro ejemplar, sabe echar a volar a sus alumnos, los estimula con prudencia y buen tino y evita el papel de dómine prepotente que impone criterios y exige sumisiones.

El Fondo de Cultura Económica publicó su poesía reunida en un volumen titulado Mensajes desde el olvido. En él están sus poemarios A vuelo de pájaro, El pasado es un país desconocido, El viaje y Todos somos los ángeles oscuros. En sus poemas reúne la intensidad de los metafísicos ingleses con una jubilosa celebración de los bienes de la tierra y de nuestra fusión con la otredad. En este sentido, Ernesto ama a las personas que lo han acompañado en la vida y nos muestra sus preferencias literarias, su amor por la lectura que le causa entusiasmos y profundas iluminaciones. Tal vez por esta razón dedicó gran parte de su vida al estudio de las obras de González León y de Plasencia. Además, la música le da pie para hacer homenajes en los que resuenan los silencios y las notas de los grandes compositores. Recordemos su homenaje al pianista Walter Gieseking: “¿De dónde, alma mía caen sobre ti/ enjambres de colores en tenuísima escapada?/ El cuerpo triste es un árbol desnudo./ Espacio acantilado interminable/ su reflejo en la gota amilinada.”

Su amor por los bienes de la tierra se compara con su admiración por todas las formas del arte. Recuerdo su rostro divertido y deslumbrado una tarde londinense en la que Xenakis nos puso a todos los espectadores de su concierto en el Queen Elizabeth Hall a tocar unas curiosas matracas que producían un efecto entre bárbaro y alucinante. “Los alimentos terrenales” (Gide dixit) están al alcance de su mano y del poema: “El frutero y sus morados racimos./ En la sombra, serenas,/ las manzanas rugosas abuelas de tus labios./ Y aromas: la caoba/ de la color frutal de los mameyes.”

En esta celebración se acerca a don Bernardo de Balbuena y su Grandeza mexicana: “Porque un chicozapote a la persona del mismo rey, le puede ser empresentado, como el fruto mejor que cría Pomona.”

Ernesto reúne en su poesía el vigor expresivo, una atractiva y heterodoxa selección de palabras, un oído muy fino y la delicadeza propia de ese maestro de las vibraciones de la luz que fue Francisco González León. Pero estas son afinidades y simpatías. No olvidemos que el rasgo principal de la poesía de Ernesto Flores es una originalidad que no se da por el prurito de establecer diferencias con los otros escritores, sino que brota como una floración natural que se manifiesta de acuerdo con el paso de las estaciones y con los ritmos de la vida.

Sus postales desde Bath (ya hablamos del hotel cuyos huéspedes fueron Dickens, Lord Byron y Ernie Barney) es un buen ejemplo de sus poemas de viaje: “Y se acabó./ Cuando escurrió aquel día de colores tan pálidos,/ tomamos nuestro coche/ y cincelada Bath en círculos excéntricos/ quedó de pronto/ un esbozo troquelado en mil matices/ palpitante y opreso en estas páginas.”

Así apresa Ernesto los momentos, así los respeta para que sigan palpitando, para que se queden, vivos y deslumbradores, por los siglos de los siglos.

Celebremos a este poeta, escritor, periodista, maestro y difusor de la cultura. Merece el homenaje formal, pero merece aún más vivir en la memoria viva de sus alumnos, sus amigos y sus lectores.

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