Que un plantel mejore su tasa, probablemente sea bueno, pero el comparativo de esa tasa entre instituciones usualmente produce, más que avances, mayores malentendidos y distorsiones

¿Para qué sirven
las tasas de titulación?

María Elena Hope

Con una fe ciega en los números, en unos pocos números, se pretende orientar y medir el desempeño de las instituciones educativas y de sus maestros y estudiantes. Incentivos económicos y simbólicos distribuidos en función de los resultados obtenidos por los alumnos en pruebas estandarizadas, tasas de egreso y titulación que condicionan la suerte de iniciativas educativas, cuantificaciones absurdas que buscan evaluar la calidad del trabajo de los académicos. Procesos complejos, abigarrados, de naturaleza diversa reducidos a una cifra que aspira a decirlo todo: el dato “duro” erigido en juez inapelable de los esfuerzos individuales y colectivos. Así, la eficiencia terminal –tenebrosa metáfora más propia del ámbito fabril que del educativo–, deja de ser lo que en realidad es (un indicador que ofrece cierta información acerca de algunos atributos de una institución y sus estudiantes) para convertirse en la prueba última del valor (o la falta de éste) del trabajo universitario.

Al respecto, John V. Lombardi, profesor y ex rector de la Universidad de Massachussetts- Amherst, dice: “Cuando usamos tasas de graduación para comparar universidades y de ahí inferir que una trabaja mejor que otra en la educación de los estudiantes, estamos sobrestimando el valor del dato. Puede ser que la institución que alcanza una tasa alta sencillamente esté regalando el grado y que la institución con la tasa baja esté trabajando con estudiantes de alto riesgo, o que la de tasa alta esté haciendo un buen trabajo al asesorarlos y la de la tasa baja los esté ignorando […] La tasa de graduación no indica cuál respuesta es correcta. La respuesta correcta requiere un análisis detallado de lo que les pasó a los estudiantes que desertaron o fracasaron, y esto implica considerar más de un indicador. Que un plantel mejore su tasa, probablemente sea bueno, pero el comparativo de esa tasa entre instituciones usualmente produce, más que avances, mayores malentendidos y distorsiones”.

Para prevenir al lector de sacar conclusiones apresuradas acerca del significado y alcance de los índices de titulación, Lombardi refiere algunos de los fenómenos que se han identificado en su país:

1. Las universidades privadas con altas colegiaturas tienen mejores tasas de graduación y ello se debe, entre otras causas, a que los padres pagan mucho dinero y esperan que la institución haga lo imposible para que sus hijos se gradúen; al tiempo que presionan a sus hijos para que terminen sus estudios en los cuatro años establecidos. En ocasiones, también, las instituciones “inflan” las calificaciones y facilitan la graduación para satisfacer las expectativas de los padres.

2. Las instituciones estatales con bajas colegiaturas tienen tasas de graduación también bajas, debido, en gran medida, a que aceptan a un número y una diversidad mucho mayor de estudiantes de menores recursos.

3. En una misma universidad hay tasas de graduación diferentes para diferentes subconjuntos de estudiantes: en algunos grupos llega a casi 100%, en otros es inferior a 40%, no obstante que ambos asisten a la misma universidad, tienen acceso a los mismos cursos, al mismo profesorado y cuerpo de asesores, y experimentan el mismo entorno cultural, intelectual y social. Tasas marcadamente diferentes porque se trata de estudiantes marcadamente diferentes. Entre los muchos estudiantes inteligentes y académicamente bien preparados que asisten a una universidad hay algunos que tienen éxito con facilidad y otros que fallan, tal vez porque no están listos para enfrentar las presiones de la universidad o tienen necesidad de trabajar y descuidan sus estudios. Las mismas diferencias se dan entre los que no tienen una buena preparación académica o los que tienen dificultades económicas, hay quienes fracasan y otros que hacen frente a sus circunstancias y las superan.

Las instituciones de educación son entidades complejas que sirven a una amplísima diversidad de estudiantes, cada uno con diferentes conjuntos de habilidades, recursos, preparación, antecedentes, actitudes y metas. Ningún dato aislado puede captar esta complejidad y, cuando de ella se extraen números aislados con fines de comparación, usualmente se genera desinformación y, en ocasiones, remedios equivocados para problemas mal identificados.

Por ejemplo –continúa Lombardi– cuando se sobrestiman las tasas de titulación, las universidades pueden sucumbir a la tentación de hacer cualquier cosa con tal de conseguir los altos porcentajes que tanto celebran las agencias calificadores y los patronatos. Después de todo, “inflando” las calificaciones de los estudiantes y “diluyendo” el currículo es muy fácil mejorar la tasa. Esto podrá ser útil para las instituciones que valoran más los puntajes que la formación, y para los políticos que enarbolan las tasas de graduación como piedra de toque del desempeño de las universidades, pero poco para cumplir con la tarea que tienen asignadas las instituciones educativas.

Evidentemente, la titulación es una necesidad de los estudiantes, de sus padres, de su institución, de la sociedad entera. El problema es que se use para definir y calificar –o descalificar– a estudiantes y a instituciones, sin considerar las diferencias entre ellos. Diferencias que no se limitan a la diversidad de condiciones de los propios estudiantes, sino que abarcan otros aspectos profundos y muy significativos para los fines de la educación: la filosofía de la universidad y su ideario, las condiciones de rigidez o flexibilidad de los estudios, los procesos educativos que ofrece, el tipo de procesos y modalidades de titulación que tiene establecido, etcétera.

Mejorar la tasa de titulación es una necesidad evidente, pero cuando no está sustentada en la formación de los titulados no es más que un número vacío. Ese mejoramiento debería resultar, más bien, de atender eficazmente las necesidades específicas de grupos de estudiantes significativamente diversos. Las instituciones pueden hacer mucho al respecto; por ejemplo, fortaleciendo y dando sentido a las asesorías académicas y ofreciendo a la par programas efectivos de apoyo a los estudiantes en el marco de la diversidad.

Para saber más
John V. Lombardi, “Missing the Mark: Graduation Rates and University Performance” columna Reality Check de la revista electrónica Inside-ed, 14 de febrero de 2005, disponible en:

http://www.insidehighered.com/views/2005/02/14/lombardi2

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