Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de abril de 2010 Num: 790

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Avances de un bestiario
MIGUEL MALDONADO

El sobreviviente
TEÓFILOS D. FRANGÓPOULOS

Los dos rostros de Colombia
MARCO ANTONIO CAMPOS

El esfuerzo transfigurador como palanca del cambio
CELIA ÁLVAREZ entrevista con DAMIÁN ALCÁZAR

Gepetto o el anhelo de ser padre
RAFAEL BARAJAS EL FISGÓN

Edwidge Danticat
TANIA MOLINA RAMÍREZ

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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JORGE MOCH


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Edwidge Danticat

Tania Molina Ramírez

Edwidge Danticat, nacida en 1969, es una de las más reconocidas escritoras haitianas. Llegó a Nueva York a los doce años cuando sus padres, André y Rose, que llevaban varios años viviendo en Estados Unidos, mandaron por ella y su hermano. El impacto inicial fue fuerte. Aprendió a hablar inglés y también aprendió sobre el racismo. Cuenta que los niños en la escuela se burlaban de los haitianos y los llamaban “balseros” y “franchutes”, porque era lo que escuchaban en la televisión. Hasta que un día los niños del país caribeño decidieron aprovecharse de otro estereotipo, el voudu, y llegaron a la escuela con pañuelos rojos y circularon el rumor de que estaban hechizados. Cada vez que alguno se burlaba de ellos, levantaban el pañuelo y murmuraban algo así como “abracadabra”. Santo remedio.

Danticat, quien actualmente reside en Miami, comenzó a escribir muy joven. Su primer novela, Breath, eyes, memory, fue publicada en 1994. En ella narra la historia de una niña haitiana que muy a pesar suyo tiene que dejar a su tía, Tante Atie, quien la crió, para reunirse con su madre en Nueva York. Las mujeres en la novela son fuertes, desde la pequeña hasta la abuela, quien cuenta las historias de los antepasados.

En la obra de Danticat, la historia juega un papel fundamental, para saber de dónde viene uno y por lo tanto quién es uno. En sus relatos, la historia está presente por medio de los cuentos ancestrales y su sabiduría, y por medio de los sucesos políticos y económicos.

The Farming of Bones (1998) trata sobre la masacre de haitianos perpetrada bajo las órdenes de Rafael Leónidas Trujillo, presidente de República Dominicana. En alguna ocasión dijo que la escribió al darse cuenta de que la gente local ya no recordaba el suceso.

La escritora, a quien en 2009 le fue otorgado el Premio MacArthur, también conocido como Premio Genio, escribió Brother, I'm Dying (2007), acerca de su tío Joseph, quien, junto con su tía Denise, la crió de niña. Joseph viajó a Estados Unidos en busca de asilo político tras ser amenazado de muerte por pandillas. Al llegar a Miami, las autoridades de migración lo retuvieron. Fue llevado a un centro de detención donde murió por falta de atención médica.

Ahora, tras el terremoto, escribió en la revista The New Yorker acerca de lo que su familia ha vivido (www.newyorker.com/talk/comment/2010 /02/01/100201/taco talk danticat). Su primo Maxo murió al derrumbarse la casa que ella consideraba su hogar cuando iba a Haití.

Hace unos días escribió en la revista El País Semanal: “Los haitianos tenemos una gran capacidad de recuperación. Nosotros pondremos todo de nuestra parte. Sin embargo, los amigos y países vecinos de Haití deben mantener su compromiso y su atención a largo plazo, para ayudarlos a reconstruir no sólo el aspecto físico del país, sino también el humano.”

El aspecto humano que narra en sus novelas, como en Breath, Eyes, Memory, donde se lee:

Uno por uno, los hombres comenzaron a salir de sus casas. Algunos cargaban plátanos machos, otros grandes camotes, que provocaban que te picara el cuerpo si los tocabas crudos. No había hombres en la casa de Tante Atie y mía, así que nosotras cargamos los alimentos al patio donde los niños habían estado jugando.

Las mujeres entraron al patio cargando ollas de latón con humeante té de gengibre y canastas con pan de yuca. Tante Atie y yo nos sentamos cerca de la reja, ella detrás de las mujeres y yo detrás de las niñas.

Monsieur Augustin, con una horca oxidada, amontonó algunas ramitas y dejó caer sus maduros plátanos machos y mazorcas en la pila. Encendió un largo cerillo y lo dejó caer encima del montón. La llama se expandió, de rama en rama, hasta que todo se mezcló en un gran y humeante fuego.

La esposa de Monsieur comenzó a repartir grandes tazas de té de jenjibre. Los hombres se dispersaron en pequeños grupos y pasearon por la vereda del jardín, fumando sus pipas. Viejas tantes –tías– y abuelas arrullaron bebés en sus regazos. Los adolescentes se fueron hacia los rincones oscuros, escondidos por las sombras de susurrantes hojas de plátano.

Tante Atie dice que estas comidas colectivas en las cuales todos aportan algo comenzaron hace mucho tiempo en las colinas. En ese entonces, un pueblo entero se juntaba y desmontaba un campo para plantarlo. El grupo se turnaba para limpiar el campo de cada persona, hasta que toda la tierra del pueblo estaba limpia y plantada. Las mujeres cocinaban grandes cantidades de comida mientras los hombres trabajaban. Luego, al atardecer, cuando el trabajo había terminado, todos se juntaban y disfrutaban de un festín de comida, baile y risas.

Aquí en Croix-des-Rosets, la mayoría de las personas eran trabajadores de la ciudad, que laboraban en fábricas de confección o de pelotas de beisbol y vivían hacinados en pequeñas casas para poder mantener a sus familias en las provincias. Tante Atie decía que teníamos suerte de vivir en una casa tan grande como la nuestra, con una sala para recibir a los invitados, y además un cuarto para que durmiéramos las dos en él. Tante Atie decía que sólo la gente que vivía con dinero de Nueva York o gente con profesiones, como Monsieur Augustin, podían vivir en una casa en la cual no tenían que compartir un patio con un montón de otras personas. Los otros tenían que vivir en jacales o casas de un solo cuarto que, a veces, ellos mismos tenían que construir.

Sin importar dónde vivieran, esta comida colectiva estaba abierta para todos los que quisieran venir. No había un campo que sembrar, pero los trabajadores usaban sus amistades en las fábricas o su agrupación en los patios comunes, como una razón para juntarse, comer y celebrar la vida.

La primera noche que pasó en Nueva York, en casa de su madre, Sophie, la protagonista de la novela, cuenta: “No podía dormirme. En casa, cuando no me podía dormir, Tante Atie se quedaba conmigo. Las dos nos sentábamos al lado de la ventana y Tante Atie me contaba historias sobre nuestras vidas, sobre cómo habían sido las cosas en la familia, incluso antes de que naciera. Una vez le pregunté que cómo era que había nacido con una madre y sin padre. Me contó la historia de una niña que nació de los pétalos de las rosas, agua del arroyo y un pedazo del cielo. Esa niña, me dijo, era yo”.