Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de abril de 2010 Num: 788

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El último cierre
FEBRONIO ZATARAIN

En los días soleados de invierno
SPIROS KATSIMIS

George Steiner: otra visita al castillo de Barba Azul
ANDREAS KURZ

René Magritte Presentación
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

El paso de la realidad a la poesía y al misterio
JACQUES MEURIS

El Surrealismo y Magritte
GUILLERMO SOLANA

El surrealismo a pleno sol
RENÉ MAGRITTE

El terremoto de Chile: qué y cómo
LAURA GARCÍA

Un pensador errante
RAÚL OLVERA MIJARES entrevista con EDUARDO SUBIRATS

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Luis Tovar
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GUADALAJARA: BODAS DE PLATA (IV Y ÚLTIMA)

El premio especial del jurado en la categoría largometraje iberoamericano de ficción del FICG 25 quedó en manos de la producción boliviana Zona Sur, dirigida por Juan Carlos Valdivia, también autor del guión, por el cual obtuvo un reconocimiento más, al que se añadió el ya referido ex aequo para Pascual Loayza –Zona Sur– y Gustavo Sánchez Parra –Rabia.

El título de la cinta alude a cierto barrio urbano de la cuidad de La Paz que, ceros más o ceros menos en la cuenta bancaria de sus habitantes, correspondería al mexicano Lomas de Chapultepec, al español Atocha o al peruano Miraflores: popoff, pirrurris, de riquillos pequebús opulentos fresas ostentoso s o como prefiera llamárseles.

Hace tres lustros, Valdivia presentó su ópera prima, Jonás y la ballena rosada (1995), y diez años después, en 2005, propuso la más bien fallida American Visa, la primera de ellas sobre el narcotráfico y la segunda sobre los inmigrantes a Estados Unidos o, mejor dicho, quienes quieren serlo y no lo consiguen. Con esta Zona Sur, el cineasta arroja una mirada que, de alguna manera, completa una trilogía temática de amplio espectro, misma que contiene dentro de sí buena parte de las preocupaciones, contradicciones y complejidades de las que están compuestas las sociedades latinoamericanas. El énfasis principal de una historia en la que por momentos pareciera no estar sucediendo nada en realidad –es decir, una nada en términos del más ramplón convencionalismo cinematográfico–, está puesto en la cohabitación, que no convivencia, entre un par de indígenas aymaras que están al servicio doméstico en una casa opulenta, propiedad de un puñado de miembros de la clase alta boliviana, casa en donde, y de manera similar a lo referido aquí hace una semana respecto de Rabia, transcurre el mayor porcentaje de la trama.

Significativamente, Valdivia enfatiza la inevitable mixtura entre una y otra razas, entre una y otra maneras de asumir y de vivir la cotidianidad, sobre todo a través de los alimentos; el cocinero/valet/velador/mayordomo prepara un platillo típico boliviano que sus patrones degustan, unos alabándolo –al platillo, no al cocinero–, otros ninguneándolo, pero todos incapaces de prescindir de algo que les da identidad. No menos significativo es el hecho, en otro momento de la trama, de que aquel maduro, recio y curtido hombre aymara saquee a escondidas, para utilizar su contenido en propia faz, los potes de crema facial con los que la patrona de la casa acostumbra embadurnar los rasgos de su edad.


Juan Carlos Valdivia

No faltaron, sino todo lo contrario, quienes quisieron ver que su encandilamiento formal por el recurso valdiviesco de rodar todas las escenas de un solo modo envolvente, fuese reconocido con algún premio, pero lo cierto es que dicho recurso, aparte de ser una curiosidad para el espectador y un autodesafío para el realizador, no le quita ni le da a una trama valiosa por sí misma.

RARA PERO HABITUAL

Aparte de las bien conocidas Alsino y el cóndor (1982) y Sandino (1990), ambas dirigidas por Miguel Littin, poco o nada es lo que se sabe, en el rubro largometraje de ficción, del cine nicaragüense o, mejor dicho, del que se ha filmado en Nicaragua, que no es lo mismo. La nica no es, ni con muchísimo, una filmografía abundante, y sus muestras se expresan en función del cuentagotas al que necesariamente obliga una escasez de recursos extrema, aunada a otro tipo de carencias –verbigracia, sensibilidad e inteligencia de sus autoridades para apoyar al cine. Por todo eso, entre otras razones, fue una agradable sorpresa que el FICG 25 tuviera en competencia a La Yuma (2009), escrita, coproducida y dirigida por la actriz y cineasta Florence Jaugey, quien así se estrena en largometraje de ficción –antes hizo cuatro docu mentales y ganó, por su cortometraje Cinema Alcazar, el Oso de Oro respectivo de la 48 edición de la Berlinale.

Justificadamente, a La Yuma le tocó ganar el premio a la mejor ópera prima iberoamericana, así como el que corresponde a la mejor actriz, que paró en manos de Alma Blanco, sumamente verosímil en su interpretación del personaje que da título al filme. La historia que se cuenta no es, y no parece pretenderlo, un alarde de originalidad: érase una chica de clase baja que quiere ser boxeadora, que tiene todo en contra para lograrlo, que un día se confronta con alguien o algunos que social, cultural y económicamente son diferentes a ella, pero que sale avante así no sea de la manera soñada. Empero, es el amplio espectro del entorno, la crudeza del retrato de una Managua pocas veces vista, lo que más se le agradece a este inesperado filme.