Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de marzo de 2010 Num: 785

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Anuario
LEANDRO ARELLANO

Precio y aprecio de los libros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Miradas
RICARDO YÁÑEZ

El hombre, el abanico, la mujer, el yin y el yang
GUILLERMO SAMPERIO

J.D. Salinger: el guardián al descubierto
GUILLERMO VEGA ZARAGOZA

Rafael Cadenas: el acontecimiento interior
VÍCTOR MANUEL CÁRDENAS

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Marco Antonio Campos

México y el beisbol

México y el béisbol (Fundación Alfredo Harp Helú, 2009), escrito por Eduardo Mejía y Diego Eguiluz –padre e hijo–, es un libro que he leído con nostalgia y tristeza.

Me ha hecho recordar cuando, desde 1956, mi hermano Ricardo y yo íbamos al estadio del Seguro Social a las tribunas de los jardines porque era lo único que alcanzábamos pagar. ¿”Se ve mejor detrás del home?”, decíamos. Sólo lo supe hasta principios de los setenta.

Desde que tengo uso de memoria le fui al Diablos. ¿Por qué? No lo recuerdo, pero el niño que fui eligió lo mejor que podía elegirse. Ha sido tal mi apego al equipo, que no recuerdo haber ido a un solo partido que jugaran otros equipos.

El libro de los Mejía me trajo remembranzas de dos ídolos de la niñez y de la adolescencia: Beto Ávila (sólo cuando fue jugador del Indios y, por añadidura, durante todo su paso por las Ligas Mayores), y Miguel Becerril Fernández (ambidextro y jonronero), pero tuve una viva admiración por Al Pinkston (máquina de ganar campeonatos de bateo), “Diablo” Montoya (por el fildeo y la garra), Miguel Suárez (super hitero) –como después lo sería el vivísimo Daniel Fernández–, el relevista Aurelio López, Adolfo Philips (llamado “Mr. Playoff” en los setenta), y aunque no fue del México, Héctor Espino. Como mánager, Cananea Reyes.

Oí muchísimos partidos por radio en la voz aguardentosa, pero llena de picardía, de Óscar el Rápido Esquivel, que trasmitía los juegos de los Diablos. Del Rápido, quien siempre parecía estar cuete o a medios chiles (nunca supe si sí o si no), la frase de él que más me divertía era: “¡La pelota se va, se va, se va, se va… y pega justo en el anuncio de Corona! ¡Salud, amigos!” Leía mucho La Afición que, recuerdan los Mejía, tenía hasta 80% de contenido sobre beisbol.

¿Cómo no recordar frases, algunas casi axiomas, del argot beisbolístico?: “No hay defensa contra la base por bolas”, “la cuenta que presagia ponche”, “después del gran foul el gran ponche”, “en beisbol nada está escrito hasta que cae el último out ”, “No puede ganársele una discusión al umpire”… Casi todos los términos del juego eran en inglés: playbol, hit, out, infilder, outfilder, short stop, catcher, pitcher, fielder, manager, coach, strike, foul, home run, score… No deja aún de sorprenderme y divertirme el número de jugadores barrigones y medio viejos que suelen pulular en el campo de juego. Los locutores han tenido, para los jugadores otoñales, un término caritativamente eufemístico: “Los años no pasan sobre él.”

Los Mejía dividen muy bien en el libro las cinco épocas de la Liga Mexicana: de 1926 a 1940, donde quizá con demasiado condimento hablan de “superhéroes, héroes y demás inmortales”; la era de Jorge Pasquel, quien aprovechando sus relaciones políticas en México y la “barrera racial” en EU, se trajo a la liga excepcionales jugadores afroamericanos; los años de 1951 a 1955, que, con la falta del liderazgo pasqueliano, entró en declive, para luego recuperarse y vivir lo que sería su mejor época (1956-1980), pero con la huelga destructora, provocada de principio por la prepotencia de Alejo Peralta, que se creía el dueño de la Liga, vino un nuevo declive. A mí me tocó vivir la mejor época, la tercera, la de 1956 a 1980, y me tocó mucho la rivalidad furibunda entre Tigres y Diablos. Desde las tribunas del lado de primera (Diablos) y desde las de tercera (Tigres), las porras se decían de todo, y ninguna se distinguió nunca por haber leído el Manual de Carreño.

Luego de 1980, la Liga Mexicana, salvo momentos, no ha podido recuperarse del todo. Aúnesele a esto el acercamiento de las bardas y el aligeramiento de las pelotas que han convertido los marcadores de los partidos en números de partidos de volibol. Una lástima: importó desde entonces más el bateo que el pitcheo. “El rey de los deportes” y “el deporte más popular” dejaron de serlo, pero aún creo, como creí de muy niño, que es el juego donde el azar y las matemáticas se dan las manos contrarias en un perfecto complemento.

Libro bien escrito, in formado y objetivo, México y el béisbol de Eduardo y Diego Mejía, me ha regresado decenas de momentos como los vi y viví la primera vez.