Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de marzo de 2010 Num: 785

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Anuario
LEANDRO ARELLANO

Precio y aprecio de los libros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Miradas
RICARDO YÁÑEZ

El hombre, el abanico, la mujer, el yin y el yang
GUILLERMO SAMPERIO

J.D. Salinger: el guardián al descubierto
GUILLERMO VEGA ZARAGOZA

Rafael Cadenas: el acontecimiento interior
VÍCTOR MANUEL CÁRDENAS

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Manolo Valdés, Mujer con abanico, 2006

El hombre, el abanico,
la mujer, el yin y el yang

Guillermo Samperio

Al doctor Roberto González González

El hombre escribía sobre la tabla de su secretaire chino, laminado en negro, con figuras de geishas coloridas, ríos caudalosos, plantas extrañas y dragones en vuelo o bajo la tierra.

En el ambiente había un gran calor insoportable; el hombre dejó de escribir, se levantó y, chancleteando sus sandalias, trajo un estupendo, casi mágico, abanico chino, el cual tenía pintado una gran cascada entre piedras milenarias y un muy extenso puente de madera, que se movía con los vientos de las alturas y parecía quebrarse de un momento a otro. A lo lejos había nubes sepias, azules oscuras, cafés con leche y muy pocas blancas. El puente empezaba a la orilla de enormes acantilados y llegaba a un sitio donde había hombres-cabras, mujeres-lagartos y niños-urracas.

El hombre se abanicaba con la mano izquierda y escribía con la derecha. Luego de un buen rato, terminó; al final del escrito, le puso un sello rojo con las letras chinas de su tradicional y milenaria familia y luego lo firmó con un manguillo con tinta morada.

Se levantó y fue abanicándose con mayor rapidez; resonaba el chancleteo de sus sandalias en casi toda la casa. Se dirigió al baño, dejó a un lado el abanico, puso ambas manos bajo el chorro de agua fría y se echó el líquido en la cara y el cuello de forma repetida. Al fin, sintiéndose un tanto refrescado, agarró una toalla en cuyos extremos había figuras de animales como tigres alados, aves de alas enormes y conejos de ocho patas; se secó con fruición cara y cuello. Al mirarse en el espejo, se dio cuenta de que ahora tenía la mitad del rostro de hombre y la otra mitad de mujer; tomó un espejito de mano que tenía junto, se miró en él y la imagen le devolvió los mismos rasgos de mujer y hombre. La angustia le subió al pecho y luego a la frente y luego le tomó el cuerpo todo. Se sintió un tanto enloquecido y víctima de un sortilegio provocado, quizás, por su tradicional familia enemiga. Pensó que el hechizo pasaría pronto.

De cualquier manera, fue por su puñal preferido, se lo colocó entre la camisa de seda y el pantalón de raso, en medio de la faja de tela amarilla brillante, pero se dio cuenta, de manera sorpresiva, de que sólo llevaba medio pantalón y la otra mitad era un vestido magenta que le llegaba apenas bajo la rodilla y la pierna desnuda, de piel tersa, terminaba en un occidental zapato rojo de tacón.

Perturbado y con embarazo, salió de casa, avergonzándose de las miradas que atraía ante la gente que se cruzaba a su paso. Se dirigió a la tienda donde le habían vendido el abanico, decidido a matar la dueño, seguro cómplice de la maldita familia que, ahora, lo tenía en jaque. Recordó que él deseaba otro abanico, aunque más caro, de mayor tradición y con dibujos de ensoñaciones positivas, pero el dueño, como hábil vendedor y con argumentos, a veces, incontestables, casi lo obligó a elegir el que había usado esa tarde calurosa.

Cuando llegó a la tienda, se dio cuenta de que allí vendían refacciones para carretillas y bicicletas. Se acercó pero vio que el dueño era un viejo amigo suyo y de inmediato se alejó del comercio a dos cuadras de distancia. Allí sacó el cuchillo y apuñaló a su parte de mujer que había invadido su cuerpo y su larga vida; pero luego de varias tajaduras y de brotar la sangre sobre su pantalón de raso, dio varios traspiés, se derrumbó sobre la banqueta y allí murieron ambos.

Hoy en día, después de veinte años del suceso, y ya embalsamado, lo siguen exhibiendo en el Museo de Historia Antinatural del pueblo. Sin lugar a dudas, es una de las atracciones más visitadas de la región, lo cual ha hecho que el distrito haya crecido en comercio y en cantidad de habitantes, volviéndose uno de los más significativos de la demarcación, lo cual causa envidia en otros sitios de la China del norte.

En su casa vive, desde entonces, una mujohombre perteneciente a la familia enemiga; es la parte inversa de la que se exhibe en el Museo de lo Antinatural. Ella o ello es la que o lo que manda y lleva los negocios del hombre del abanico maldito; cuando ella-ello elabora un documento utiliza aquel sello redondo de letras rojas. Firma igual que el o la que se hizo el haraquiri en plena calle y toda la cosa. Es una o un mujohombre decidida-do, severaro, determinante y nunca sonríe. A veces, la gente que conocía a aquel hombre de sonrisa amplia y generoso en los negocios, lo extraña, pero se ven obligados a tratar con esta-esto tirana-no, a la cual el calor de la temporada la/lo tiene demasiado acalorada-do. Se pone en pie y va hacia su colección de abanicos; elige cualquiera, el que le viene en gana, pues se ha vuelto coleccionista de abanicos y debe tener más de mil.

Se empieza a abanicar, le viene una sensación de ahogo; no se ha dado cuenta de que eligió aquel antiguo abanico que utilizara el viejo enemigo de su familia. La mujohombre comienza a disolverse hasta que termina por desaparecer o transparentarse. Nadie volvió a saber nada de él-ella. Sólo encontraron, en el piso, un viejo abanico que las autoridades del pueblo volvieron a poner en su lugar. Luego de una auditoría que el fiscal de la localidad realizara, se dieron cuenta de los fraudes de la mujohombre, confiscaron la propiedad y la convirtieron en museo bajo el apelativo del antiguo propietario que fuera enajenado por la familia enemiga y que acaban de retirar del Museo de Historia Antinatural y, con un colorido homenaje especial, acaban de inhumar.