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Campesinos, sin ayuda oficial, ofrecen recorridos por el cuartel general del Ejército del Sur

Ejidatarios de Morelos luchan a diario por mantener vivo el espíritu de Zapata

Nos mueve el placer de transmitir lo que nuestros abuelos nos contaron, dicen orgullosos

Foto
Luego de trepar por enormes peñascos se puede observar el valle en la sierra de Huautla. En una cima se encuentra el sofá de Zapata, una roca con tres huecos que sirven de asientos a quienes visiten el Pochote. Verulo Severiano Torres y otros ejidatarios son los encargados de acompañar los recorridos histórico-turísticosFoto Cristina Rodríguez
Enviada
Periódico La Jornada
Jueves 18 de marzo de 2010, p. 14

Tlaquiltenango, Mor., 17 de marzo. Amanece y Verulo toma su machete e inicia la caminata por una de las veredas de la inmensa sierra de Huautla. Sus pasos son firmes a pesar de lo gastado de sus huaraches; se arropa con una camisa de manga larga rasgada. En voz baja entona uno de los corridos revolucionarios que evocan al Jefe Emiliano.

Es el más entusiasta de los 40 campesinos del ejido Corral Falso, que hace tres años iniciaron el proyecto para llevar a cabo recorridos histórico-turísticos por el Pochote, sitio que fue cuartel general del Ejército del Sur.

Para llegar a este lugar que no está dentro de la ruta oficial zapatista 2010 se recorre un camino polvoriento en el que sobresale un panel que indica la ruta para la ex Hacienda de Ixtoluca, edificada en el siglo XVI y destinada al beneficio del mineral que se extraía de Huautla.

El grupo al que pertenece Verulo habita en la comunidad La Mezquitera, en donde los mugidos y el ruido de sus pisadas sobre el empedrado se suman a las voces de los niños de las escuelas primaria y secundaria. Pero Verulo casi no está en el pueblo, se la pasa allá en el cerro, dicen sus vecinos.

Luego de avanzar por un camino utilizado por los campesinos para llevar a pastar el ganado, se llega a las faldas del cerro. En una parcela donde sobresale un cuarto en obra negra se encuentra Verulo Severiano Torres. Da la bienvenida y acepta llevarnos al Pochote.

Vamos a subir despacio, dice. Comenta que sus abuelos le hablaron del sufrimiento de los soldados en el campamento, pero también de su esperanza por tener un pedazo de tierra, que se les hiciera justicia.

“Por aquellos días de primavera la base de Zapata estaba en la sierra de Huautla. Y hacia allá se encaminó la cadena de prisioneros, con Pascual Orozco padre y los demás comisionados del gobierno sometidos al Tribunal Revolucionario, luego de un tiempo en que se les mantuvo a resguardo en una cueva…”, escribe el investigador del posgrado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Francisco Pineda Gómez, en su libro La Revolución del Sur 1912-1914.

“En Huautla, el drama convivió con el trabajo y la fiesta. Dentro de un socavón del mineral, los zapatistas habían instalado un taller para recargar cartuchos de fusil Mauser (…) De Huautla salió Zapata para hacer su primera campaña militar en contra del gobierno de Huerta…”

Este campamento no es famoso, nosotros queremos que se conozca, dice Verulo, mientras señala algunas plantas medicinales y otras que sirven de alimento cuando no hay para comer. Enseña huecos en las rocas que posiblemente sirvieron como metates porque aquí encontramos un metlapil y con orgullo muestra el horno de la cocina de los zapatistas: un hueco semicónico entre dos enormes rocas.

Acá y en las parcelas hemos encontrado dagas, disparadores y balas; también algunas figurillas prehispánicas y algunos pedazos de obsidiana. Guardamos todo porque soñamos con tener nuestro museo de sitio.

Nos guía para trepar por las enormes rocas y observar el valle, e invita a descansar en lo que nombra el sofá de Zapata: una piedra cuyos tres huecos sirven como cómodos asientos y con una sonrisa suelta: pa´ que le escrebo si leer no sabo

En tres años el grupo de ejidatarios ha perfeccionando su proyecto sin la ayuda del gobierno del estado, aunque lo conoce, pues los campesinos se lo presentaron ilusionados con lograr el respaldo para avanzar en su consolidación. “Lo único que obtuvimos fue una ayuda de 20 mil pesos para comprar telas y hacer los vestidos de las ‘adelitas’, las carrilleras y rifles de madera que utilizamos para hacer la representación de los revolucionarios en una reunión con el gobernador”, comenta Verulo, acompañado por otros dos ejidatarios.

Narra que gerentes de algunos hoteles de Cuernavaca y Cuautla, funcionarios de la Secretaría de Turismo del estado y pequeños grupos han contratado el recorrido. Para esas ocasiones, hombres y mujeres se visten de adelitas y revolucionarios y se instalan en lugares específicos en El Pochote, en donde también les ofrecen una comida.

Algunos no se emocionan porque no viven las cosas y dicen que no les explicamos adecuadamente. Creen que nos queda mucho dinero y eso es falso: la mayoría de las veces sólo nos da para comer. Se trata del placer de transmitir lo que nuestros abuelos nos contaron, de que conozcan nuestro trabajo como campesinos y de que todos nos beneficiemos. No queremos abandonar nuestras parcelas, dejar que se muera nuestro ganado ni que se pierda la historia de este lugar, pues como se narra en uno de los capítulos del libro Tierra Arrasada, de Emilio García Jiménez, hasta el cura de Huautla, en la época de la Revolución, fue llamado por Zapata para que con su máquina de escribir, papel blanco y papel carbón sacara varias copias del Plan de Ayala, después de que se firmó en Ayoxustla.

No queremos que lo que fue un cuartel del general Zapata sea conocido como sitio ideal para cazar venados, como lo habían proyectado algunas autoridades.

En Tlaltizapán, lo que queda del ex cuartel zapatista y ahora museo está en rehabilitación por el festejo del centenario de la Revolución. No hay letrero que lo anuncie, pero la sustitución del color terracota de la fachada del antiguo molino de arroz por el azul panista, da idea de cómo y quién está a cargo de la adecuación del sitio.

Las viejas tejas de la construcción, que sirvió como dormitorio, comedor, tesorería, pagaduría y una fábrica para acuñar moneda zapatista, son sustituidas por piezas nuevas; tramos de algunas paredes están derruidos.

“El pueblo era el que nos mantenía. El pueblo era el que nos daba pastura pa´ nuestros caballos, maicito y alimento. Había veces que los jefes nos daban ahí algo cuando podían. El general Zapata, él ya veía cómo hacía, y ya nos regalaba cinco pesos, diez pesitos de cuando en cuando. Sueldo ya hubo cuando Carranza, que empezaron a hacer billetes. Porque Carranza tenía su banco de billetes, que eran rojos y entonces el general Zapata también hizo su banco”, según el testimonio de Victorio Jiménez Sánchez, en el libro Tierra arrasada.

La montura que el coronel Jesús Guajardo le regaló a Zapata un día antes de asesinarlo en Chinameca; el traje ensangrentado que portaba el caudillo cuando fue asesinado, el sombrero agujereado por las balas, un juego de naipes, la cama que utilizó durante su estancia en Tlaltizapán, algunas armas y una copia original del Plan de Ayala, entre otras piezas, están en bodegas.

Las adecuaciones, según se asienta en la página de Internet de la Secretaría de Turismo del gobierno estatal, también abarcarán el centro histórico del municipio. Allí se encuentra el templo de San Miguel Arcángel, en cuyo atrio está el mausoleo piramidal que mandó construir Zapata para que en él se depositaran los restos de los generales del Ejército del Sur. Para los habitantes del municipio las remodelaciones pasan desapercibidas, están más interesados en el carnaval y en cómo resolver sus problemas de subsistencia.

Pegada a la pared del templo está la escuela primaria, los niños juegan en el patio. Zapata y sus combatientes son para ellos historia en los libros, ¿para qué rescatarlos?

Una historia lejana para los estudiantes de primaria y secundaria, pues aunque algunos de ellos son nietos o hijos de campesinos, no hay interés, porque los programas oficiales tampoco significan cercanía de la autoridad hacia sus familiares, explican los maestros Valentín Chávez y Alejandro Trujillo.

El abandono en el que durante años estuvieron los museos destinados a Emiliano Zapata Salazar contribuyó a esa lejanía, y si pocos conocen al caudillo, menos saben de Rubén Jaramillo Ménez, ex combatiente zapatista y quien –como escribió en 1987 Salvador Núñez, originario de Tlayacapan– luchó armas en mano por la tierra, hecha belleza y creatividad en los valles de Morelos por los campesinos pobres, y la cual, ya temía él, sería entregada a la astuta codicia de los fraccionadores.