13 de marzo de 2010     Número 30

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Que compitan los pobres

La competencia, que fue la forma dominante del siglo XIX, ha cesado de ocupar tal posición. Hoy la unidad económica típica en el mundo capitalista no es la pequeña firma sino la empresa en gran escala. Por tanto, no es permisible ignorar el monopolio en la construcción de nuestro modelo y seguir considerando la competencia como el caso general; no podemos introducirlo como un simple factor modificador, debemos colocarlo en el centro mismo del esfuerzo analítico.

Paul A.Baran y Paul M. Sweezy, El capital monopolista

Monopolio, no competencia, es el verdadero rostro del capital . Los antiguos órdenes sociales se fincaban en la concentración de poder y propiedad; en cambio, el moderno sistema mercantil se ufana de haber traído la democracia y la libre concurrencia. Mentira.

El mundo de ciudadanos libres y empresarios competitivos siempre fue espejismo; sea porque en el despegue del mercantilismo absoluto los monopolios del viejo régimen se resistían a desaparecer, sea porque la concentración y centralización económicas son consustanciales al capitalismo avanzado. A veces el monopolio priva sobre los capitales productivos, pero en otras las corporaciones reinan sobre ejércitos de modestos productores domésticos. Tal es el caso de la caficultura mexicana, donde corporaciones como Nestlé o Agroindustrias de México SA (AMSA) expolian a poco menos de medio millón de campesinos medianos y pequeños.

La modalidad imperialista y financiera que adopta el gran dinero desde fines del siglo XIX fue vista por críticos y apologistas como una forma superior, pero también como un orden abrumadoramente monopólico y desmedidamente especulativo. Uno de sus analistas, Rudolf Hilferding, escribe en El capital financiero, de 1912: “La especulación es la flor más sublime y la raíz más profunda del capitalismo. Todo es especulación: fabricación, comercio, diferentes negocios; todo capitalista es un especulador. La especulación es el mal por excelencia, del que se derivan las crisis, la sobreproducción y todo lo que la sociedad capitalista tiene de nocivo”. Y asocia esta proclividad especulativa con el despliegue del capital financiero: “El capital industrial es el Dios Padre, que ha dejado como Dios Hijo al capital comercial y bancario, y el capital monetario es el Espíritu Santo; son tres, pero uno solo en el capital financiero”.

Más tarde, la conformación mundial de un centro “desarrollado” y una periferia “subdesarrollada” desata nuevas reflexiones críticas y todas coinciden: la concentración metropolitana del capital provoca que en vez de lucha por las ganancias entre inversiones productivas que compiten entre sí, lo que hay son transferencias de valor sostenidas en la abismal desigualdad de los concurrentes al mercado.

Expoliación metropolitana de las modernas colonias que ya en La acumulación de capital, de 1912, Rosa Luxemburgo veía como una condición externa imprescindible en la reproducción del capitalismo; que 60 años después, en La acumulación a escala mundial, Samir Amin identifica con la acumulación originaria dominante en el capitalismo temprano: “Estos mecanismos no se ubican sólo en la prehistoria del capitalismo; son también contemporáneos. Son esas formas renovadas pero persistentes de la acumulación primitiva en beneficio del centro, las que constituyen el objeto de la teoría de la acumulación en escala mundial”, y que 30 años más tarde, en un ensayo titulado El “nuevo” imperialismo, David Harvey rebautiza: “Una revisión general del rol permanente y de la persistencia de prácticas depredadoras de ‘acumulación primitiva' u ‘originaria' a lo largo de la geografía histórica de la acumulación de capital, resulta muy pertinente Dado que denominar ‘primitivo' u ‘originario' a un proceso en curso parece desacertado, en adelante voy a sustituir estos términos por el concepto de acumulación por desposesión”.

En años recientes, la apropiación y mercantilización de bienes como el germoplasma y sus códigos –que habían sido de libre disponibilidad hasta que el capital halló la forma de valorizarlos transitando de “la renta de la tierra a la renta de la vida”– develó la creciente importancia como factor de acumulación del monopolio sobre recursos naturales y sociales escasos y las rentas que genera.

Y es que se obtienen cuantiosos ingresos gracias a la escasez de tierras fértiles y de agua potable; pero también se lucra con el agotamiento de los combustibles fósiles y se obtienen ganancias privatizando el espectro electromagnético, los códigos genéticos, los saberes comunitarios, la información, las ideas. Pero por sobre todos los negocios perversos reina la especulación financiera cuya desmecatada codicia nos puso al borde de una nueva Gran Depresión.

Aquí la vocación rentista del capital coincidió con la fiebre desincorporadora de recursos y actividades públicas. Así, en los últimos 30 años se consumó la reprivatización de un sistema bancario y financiero que hoy además de trasnacional es ineficiente y medra con la deuda pública; se conformó una minería rapaz y contaminante donde privan las inversiones extranjeras; se fortaleció una industria energética paralela a la pública que, violentando la Constitución, privatiza cada vez más la renta petrolera y las que genera el sistema eléctrico nacional; se consolidó un sistema de comunicaciones privado y casi monopólico donde la lucha por restarle espacios a Telmex poco tiene que ver con la competencia y mucho con la rebatinga por las franjas del mercado más rentables; embarneció un duopolio televisivo que tiene copado el espectro electromagnético y el imaginario colectivo lucrando políticamente con su posición dominante; se estableció en el mercadeo un sistema de tiendas de autoservicio que avasallan el pequeño comercio, estrangulan proveedores y tienen en sus manos el abasto familiar. Sin olvidar el vertiginoso negocio del narcotráfico, que es inextirpable pues se entrevera con infinidad de actividades económicas “lícitas”, con el sistema financiero y con el negocio de la política. En suma: un sistema monopolista rapaz y especulativo donde la inversión productiva más que fin en sí misma es medio para realizar la renta.

Pero el monopolio más alarmante es la inaudita concentración de nuestras relaciones económicas, sociales y políticas con Estados Unidos.

México se ha vuelto epítome de dependencia . Obvio es que los procesos globales ciñen cada vez más a los nacionales, pero en el caso de nuestro país el condicionamiento universal devino forma particular. Y es que padecemos más de tres mil kilómetros de frontera con la nación que por cerca de 80 años ha sido la mayor potencia mundial y con la que hemos mantenido una intensa y conflictiva interacción que en lo tocante al flujo de mercancías y personas que se acrecentó a raíz de las políticas de apertura y desregulación y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). El saldo fue la dependencia integral, estructural, casi ontológica de México respecto de la potencia contigua.

Sometimiento extremo que nos hace excepcionales aun en un mundo de intensas interdependencias como el actual. Lo que a su vez explica que en la crisis recesiva de 2008-2009 el país haya tenido el peor desempeño económico de América Latina.

Esta sumisión es económica: alrededor de 85 por ciento de nuestros intercambios son con Estados Unidos y vienen de ese país dos tercios de la inversión extranjera directa; demográfica: 30 millones de personas de origen mexicano viven al norte del Río Bravo, de las cuales 12 millones nacieron en México; energética: nuestra producción de petrolíferos lleva diez años estancada y recientemente ha caído, mientras que el creciente consumo local de procesados, sobre todo gasolina, diesel y gas licuado por algo más de 13 mil millones de dólares, se importa de Estados Unidos; alimentaria: traemos de ese gigante agrícola 40 por ciento de lo que comemos, en particular granos, oleaginosas y lácteos; social: los 400 mil mexicanos que migraron anualmente a Estados Unidos durante los tres primeros lustros del TLCAN atenuaron el desempleo y, mediante las “remesas” que para 2008 llegaron a 24 mil millones de dólares, elevaron el ingreso familiar y mantuvieron la actividad económica en muchas zonas depauperadas; política: las sucesivas administraciones locales necesitan, para legitimarse, el aval de su vecino y “socio” mayor; diplomática: México nunca ha figurado en el mundo y se distanció de América Latina, lo que le dificulta sostener la tradicional independencia de nuestra política exterior respecto de los designios imperiales; de seguridad: al ser ámbito de origen y tránsito de enervantes y haber cedido a la política estadounidense de combatir extramuros al narcotráfico, México enfrenta una “guerra” interna con la delincuencia organizada que no puede sostener sin aportes de su vecino como los del Plan Mérida; cultural: con políticas que ven la cultura como negocio, es imposible para México resistir o al menos compensar la invasión de la poderosa industria estadounidense del entretenimiento promotora del proverbial american way of life; científica: el raquítico fomento a la investigación desalienta la producción nacional de conocimiento y nos obliga a importar tecnología que podríamos desarrollar aquí. Paraíso del monopolio y la especulación México devino infierno social.