Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de febrero de 2010 Num: 782

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Amor indocumentado
FEBRONIO ZATARAIN

Nocturnos
DIMITRIS PAPADITSAS

Pulsos vs. determinaciones
JORGE VARGAS BOHÓRQUEZ

Chile: crónica desde los márgenes accidentados
ROSSANA CASSIGOLI

Escribir con zapatos
ANA GARCÍA BERGUA

Incansables ochenta años
ADRIANA CORTÉS entrevista con MARGO GLANTZ

Teolinca Escobedo: arte y corazón
AMALIA RIVERA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
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Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
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Luis Tovar
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Híbridos desprejuiciados (I DE II)

Hace diez años hubo una película que, entre otras virtudes más notorias y relevantes, tuvo la muy bien recibida de finiquitar el borrado de al menos un par de prejuicios en la mollera de este juntapalabras. En español aceptablemente rebautizada como Un domingo cualquiera (Any Given Sunday, 2009), la cinta contiene básicamente dos temas, o mejor dicho tres, sólo que los primeros son evidentísimos y el último no tanto. Quien la ha visto lo recordará: se trata de las vicisitudes que hacia adentro y hacia afuera le ocurren a un equipo de futbol americano, concentradas básicamente en la lucha que por el poder libran la joven, ambiciosa y resultadista propietaria del equipo (Cameron Diaz) y el entrenador en jefe, un veterano experimentado y aún capaz de tomar decisiones a partir del corazón (Al Pacino). El segundo tema es la solidaridad genérico-generacional, representada en la confianza con la que dicho entrenador respalda a su igualmente veterano y experimentado mariscal de campo (Dennis Quaid). El tercer tema, que recorre la película de punta a punta y sin el cual todo lo anterior seguramente habría tenido no solamente otro tono, sino sobre todo una fuerza dramática que muy posiblemente no era la que más convenía a esa representación de la lucha por el poder y esa representación de la solidaridad; ese tercer tema es el futbol americano mismo, en lo particular, y la competencia deportiva de alto nivel, en lo general, con todo lo que esta última suele llevar aparejado.

Las ideas preconcebidas en materia cinematográfica que hace una década todavía baldaban aquello que este sumaverbos osaba opinar, llegaron a formularse con preguntas como éstas: ¿qué hace Al Pacino interpretando a un entrenador de americano?, y sobre todo: ¿qué mosca le picó a Oliver Stone para ponerse a dirigir una película de deportes? Era como si, en esa extraña soberbia que como espectador puede llegar a tenerse, Uno se negara a “darle permiso” a alguien como el director de Asesinos por naturaleza, Camino sin retorno, Salvador y The Doors, de que filmara exactamente lo que su real gana se le dé; era como si el protagonista de El padrino, Caracortada, Tarde de perros y Sérpico, estuviera “traicionándolo” a Uno porque aceptó interpretar un papel en el que Uno jamás habría imaginado verlo. Era, pues, un llano ejercicio de intolerancia y cerrazón, de suyo limitante y limitado, mediante el cual Uno podía mantenerse, a la hora de opinar, dentro de eso que suele llamarse zona de confort, la cual muchas veces y en muchos asuntos sólo es el nombre que le damos a ese híbrido compuesto por el miedo y el prejuicio.

Por fortuna, y a favor del desapendejamiento de Uno, resultó que Un domingo cualquiera no era, ni de lejos, una simple película de ésas de deportes que salpican las salas de cine y las hogareñas con ésa su ñoñez insuperable, su equipo eternamente perdedor, su todo-en-contra, su cámara lenta cuando está a punto de anotarse el tanto del triunfo que Todomundo sabe que por supuesto ha de ser anotado, etecé. El decimosexto filme dirigido por Oliver Stone tenía eso, mostraba eso, pero en definitiva era mucho más que eso y, como se dijo líneas arriba, quien la ha visto lo recordará.

Una década más tarde, cabe sonreír ante comentarios como los que un quizá periodista, quizá crítico español que sólo firma “García Martínez” vertió en el sitio la verdad.es y que a la letra dicen: “El caso es que me lo temía. No es que desconfíe de Clint Eastwood como director, ni de Morgan Freeman como actor. Al revés. Ambos dos me parecen excelentes artistas. Y diré más. A mí, la interpretación que del personaje de Mandela hace el actor en la película me parece estupenda. Pero la sesión de rugby -el melón para acá, el melón para allá- que nos meten a lo largo de dos horas, constituye un coñazo monumental. Sobre todo para los que no nos dice nada el rugby. Cuando leí en los periódicos que Mandela se hacía amigo de un capitán de rugby, ya me temí lo peor. [...] aunque sin esperanzas, tuve que acercarme al cine y atizarme una bolsa (de las pequeñas) de palomitas. Cuando hay rugby de más, las palomitas ayudan a llevar la cruz.”

Evidentemente, García Martínez se refiere a Invictus (2009), la más reciente película dirigida por Clint Eastwood, la cual –como ya lo habrá notado el improbable lector– muestra más de una similitud con el ya referido domingo cualquiera de Stone, comenzando por ese “no es que desconfíe...”

(Continuará)