Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de febrero de 2010 Num: 782

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Amor indocumentado
FEBRONIO ZATARAIN

Nocturnos
DIMITRIS PAPADITSAS

Pulsos vs. determinaciones
JORGE VARGAS BOHÓRQUEZ

Chile: crónica desde los márgenes accidentados
ROSSANA CASSIGOLI

Escribir con zapatos
ANA GARCÍA BERGUA

Incansables ochenta años
ADRIANA CORTÉS entrevista con MARGO GLANTZ

Teolinca Escobedo: arte y corazón
AMALIA RIVERA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Germaine Gómez Haro

La retrospectiva de Gabriel Orozco en Nueva York

A sus cuarenta y siete años, Gabriel Orozco se ha posicionado como el artista mexicano contemporáneo más reconocido en las élites rectoras del mainstream internacional. Prueba de ello es la exposición retrospectiva que desde diciembre se presenta en el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York, integrada por unas ochenta piezas que conforman un nutrido corpus de obras representativas de dos décadas de creación en dibujo, pintura, fotografía, escultura, gráfica digital, y sus emblemáticos objets trouvés intervenidos. Después de Diego Rivera y Manuel Álvarez Bravo, Orozco es el tercer mexicano invitado a exhibir individualmente en este templo del arte moderno, y probablemente pasará mucho tiempo antes de que otro paisano reciba tal distinción. Sin duda, su presencia en ese prestigiado museo y en las otras sedes que lo acogerán –el Tate Modern en Londres, el Centro Georges Pompidou en París y el Kunstmuseum en Basilea– es motivo de festejo y un orgullo para los mexicanos. No obstante, hay quienes se preguntan: ¿qué ha hecho Gabriel Orozco para merecer tan destacado homenaje? Los círculos todopoderosos del mercado del arte globalizado, que han sido en gran medida los forjadores del posicionamiento de este artista, no se lo cuestionan: su obra se vende sola y a precios exorbitantes, y con eso basta para mantenerlo en el pedestal. Los curadores más reconocidos han escrito un sinfín de ensayos halagadores, toda vez que ha participado en las bienales más importantes y proyectos alternativos de primer nivel: no queda duda de que Gabriel Orozco es el artista mexicano vivo con mayor reconocimiento internacional.


Tabla de arena, 1992
Foto: cortesía de MOMA

Sin embargo, al recorrer la muestra en el MOMA me ha quedado la sensación de que algo no amarra del todo, una franca decepción ante una exposición demasiado convencional para un artista que desde sus inicios ha buscado romper con las convenciones: la incómoda sensación de que su trabajo, visto en conjunto, pierde fuerza, o por decirlo de otra manera, la percepción de que muchas de sus obras consideradas icónicas se sostienen por el discurso teórico y por la especificidad que las generó, pero colocadas fuera de contexto carecen del poder de seducción que hace que una obra de arte se mantenga “joven” y “fresca” al paso del tiempo, que es el único juez implacable que impone a las creaciones artísticas su justo valor. En un guión museográfico que resulta un tanto caótico, la selección de obras da cuenta de la versatilidad de un artista que se mueve con desenfado y soltura por todos los senderos de la creación en una búsqueda continua de experimentación e innovación de materiales, técnicas, formatos y procesos. Desde mi óptica, muchas de las obras realizadas a principios de los noventa conservan la espontaneidad, originalidad y frescura del novel creador que comenzaba a abrirse brecha en el la beríntico mundo de la creación, a diferencia de otras que no pasan de ser meras “ocurrencias”, como la famosa caja de zapatos vacía y la instalación conformada por cuatro tapas de yogurt Danone, aunque ríos de tinta hayan corrido para justificar la supuesta genialidad y osadía de estas acciones. En especial, sus fotografías revelan el espíritu lúdico y la elegancia de la sencillez sin pretensiones que muchas de sus obras posteriores han perdido. Son imágenes sin maquillajes que resultan seductoras per se, a diferencia de otras que requieren de argumentos intrincados que validen su discurso conceptual. En la misma tesitura están los objetos en barro y yeso, pequeñas esculturas que denotan un gusto por lo orgánico y lo telúrico, como muestra de la complicidad de Orozco con el mundo natural y cuya máxima expresión es el fabuloso esqueleto de ballena intervenido con dibujos a lápiz –la Matrix Móvil creada para la Biblioteca Vasconcelos– que luce imponente en el majestuoso atrio del museo.

Al recorrer este conjunto de obras, quien esto escribe intuye que la personalidad magnética de este artista y la destreza con la que ha sabido manejar sus relaciones públicas han sido las herramientas fundamentales que lo han catapultado a la fama. Desde mi perspectiva, el personaje es más interesante que la mayoría de su obra, y sus argumentos teóricos, magníficamente expresados en la audio-guía de la exposición, con ese aplomo que lo caracteriza, resultan mucho más disfrutables que muchas de las piezas per se.