Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de febrero de 2010 Num: 779

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El oráculo
NANOS VALAORITIS

Fiesta para Herta
ESTHER ANDRADI

Para un retrato
de Herta Müller

ESTHER ANDRADI

Herta Müller:
la patria es el lenguaje

RICARDO BADA

Las silenciosas
calles del poder

GABRIEL GÓMEZ LÓPEZ

Horizontes de la imagen
RICARDO VENEGAS entrevista con ENRIQUE CATTANEO

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Herta en una conferencia de prensa en Berlín, tras recibir la noticia del Nobel, octubre de 2009. Foto: Michael Sohn/ AP

Fiesta para Herta

Esther Andradi

Exactamente una semana después que Herta Müller recibiera el Nobel de Literatura en Estocolmo, la ciudad de Berlín decidió festejarla. Clausuró la duda nacional –¿es rumana? ¿es alemana?– y la declaró ciudadana berlinesa. Fue el primer día de invierno verdadero en esta ciudad. Doce grados bajo cero. Desde el día anterior estaba nevando. Nieve bajo las suelas de los zapatos. Nieve que se combate con arena gruesa, cenizas y gravilla. Y sin embargo, la nieve de ayer ya es hielo.

La cita es a las ocho de la noche del pasado 18 de diciembre. Y Herta llega a las ocho y diez, retrasada por el tráfico sorprendido por la nieve. Su figura menuda, vestida de negro, es rápidamente reconocida en esta sala colmada de punta a punta, con capacidad para mil asistentes. Hubieran podido ser 4 mil. Pero es una fiesta casi improvisada, organizada por las instituciones culturales de Berlín. Una fiesta para alguien a quien no le gusta festejar, a quien las aglomeraciones de gente le producen más susto que alegría.

Aplausos. Aplausos como a Mick Jagger, a John Lennon, a Elvis. ¿Quiénes han llegado aquí esta noche? ¿Su madre, sus amigos, sus admiradores? ¿Sus lectores? Una sutil relación reúne a estas personas con esta mujer que hace veinte años se refugió en esta ciudad, y a quien en la panadería o el kiosco de revistas le hacían la habitual pregunta:

–¿De dónde es Usted?

–De Rumania.

–Ah, bueno, no importa. Pensé que era francesa.

O búlgara, o italiana, o turca. Siempre extranjera. Porque la lengua materna viene tatuada en la frente. En la pronunciación de ciertas palabras. Es el identikit ineludible. Herta Müller escribió de esta realidad muchas veces. La piel extranjera. Ser extranjera apenas salir de su pueblo. Porque allí se hablaba el dialecto alemán del Banato, los suabos que llegaron a los Cárpatos hace más de trescientos años. Esta región, entre los Cárpatos y el Danubio, se pobló de inmigrantes provenientes del centro de Europa hace más de tres siglos, bávaros, suabos, palatinos, y también croatas, armenios, búlgaros y eslovacos entre otros.

Se abre el telón y los reflectores enfocan un hombre vestido de negro y su acordeón. La respiración del instrumento podría transportar a los presentes a cualquier estación del Metro berlinés donde músicos rumanos de todas las edades se ganan la vida como pueden, tolerados por somnolientos usuarios, pero mucho menos por las autoridades del servicio público. Claro que en este caso se trata nada menos que del acordeonista ruso Aydar Gaynulin, quien instala los acordes de la melancolía en un suspiro. Todos son pasajeros en el Metro de Herta por esta noche. ¿Adónde va esta línea?

PRIMERA ESTACIÓN: EN TIERRAS BAJAS

El poeta Joachim Sartorius, director de los Festivales de Berlín, y de la casa que homenajea a Herta esta noche, no puede asistir. Quedó atascado en las nieves de París. Lo reemplaza el actor Ulrich Matthes como maestro de ceremonias, quien da por comenzada la fiesta diciendo: “Estimado público presente, estimados ausentes involuntarios....”

El actor Albert Kitzl, oriundo de un pueblo cercano a Nitzkydorf, donde nació la escritora, lee un relato del primer libro de Herta, En tierras bajas. ¿Cómo escribir historias de una manera inolvidable? Los relatos penetran en la memoria precisamente por la forma en que están contados. Y esa forma hace que no se pueda abandonar la lectura a pesar de los estremecimientos y sensaciones que produce aquello que se cuenta. Así, aunque hayan pasado veinte años, los rastros de la lectura, las imágenes, permanecen. Crueles y distantes, como amores malos. Por textos como éste, la gente de su pueblo escupía en la calle a la joven Herta.

SEGUNDA ESTACIÓN: LOA

El poeta Michael Krüger, director de Hanser, la editorial que publica a Herta Müller, le quita el cuerpo a una loa tradicional y cuenta sin remilgos cómo fue aquello de alquilar un frac para llegar a Estocolmo. De lo difícil que significó tener que amarrar unos con otros los hilos para aplacar con ese material los rollos rebeldes de un cuerpo en expansión. Y mientras pasaba por ese trance, el editor pensaba en Herta, que ojalá no tenga que sortear semejantes disparates. Porque si así fuera, acaso ella diría basta y se pondría jeans para la ceremonia en Estocolmo. ¿Hablar de “trajes” en vez de literatura? En medio de las risas que despierta este quiebre, siempre suena algún celular de estos lectores devotos.

TERCERA ESTACIÓN: EL HAMBRE

Lectura de un fragmento de Atemschaukel, la última novela de Herta Müller, algo así como Respiración alterada en español. Esta novela, dedicada a su amigo Oskar Pastior, también escritor de la minoría alemana en Rumania, también emigrado a Berlín, donde falleció en 2006, tiene como argumento la sobrevivencia en un campo de trabajo soviético, de “rehabilitación”, donde estuvo el joven Pastior a sus quince años, y también la madre de Herta durante cinco años. Es un fragmento acerca del hambre, y la conversación –más bien monólogo– del narrador con un botón.

ESTACIÓN CUARTA: ¿COMO CANETTI?

Ahora le toca el turno a Andrei Plesu, el ex ministro de relaciones exteriores de Rumania, quien recuerda el texto hilarante escrito por Herta Müller, cuando recién llegada a Berlín, es invitada a una comida y se establece el siguiente diálogo con su anfitrión:

–Así que rumana.... como Canetti.

–No, Canetti es de Bulgaria.

–Ah, cierto, es que con esos países uno siempre se confunde, pero las capitales las conozco bien. Bulgaria: Sofía; Rumania: Budapest...

–No, Budapest es la capital de Hungría. La capital de Rumania es Bucarest.

–Pero Usted no es de Bucarest, ¿verdad?

–No, yo nací en Nitzkydorf.

–Ah, ya veo ¡entonces usted es alemana!

ESTACIÓN QUINTA: LA POESÍA

Herta elige varios poemas para leer. Son poemas visuales, collages de palabras recortadas de periódicos y revistas. Reunidas entre sí con ese pegamento sutil del sentido esencial, de la palabra por su sombra, de la sospecha. Exigentes, refinados, los poemas de la Müller levantan algún suspiro, una exclamación, un aplauso tímido, silencios. Müller eligió lo más difícil, lo menos accesible al llamado “gran público”, para demostrar una vez más que no le interesa capturar al lector, anestesiarlo y transportarlo. Prefiere una lectura que no se deje seducir por las palabras, que resista, que recele.“Las palabras más poéticas son aquellas que no tienen ni idea de serlo.” La palabra me mira” dice, y entonces la corta y la pega. El choque entre palabras es lo que produce el sentido, y el sonido en estos poemas. Conmovida hasta el borde del llanto, Herta Müller concluye su lectura con un poema en rumano dedicado a los centenares de muertos en la masacre de Temeswar. Hace veinte años, en una noche como ésta, en 1989.

La consuela la música fresca y crítica de su joven amiga rumana Ada Milea, que ha llegado de sorpresa, con su acordeón, para cerrar el círculo de la fiesta. Flores, emociones y un tropel de fotógrafos ingresa por la puerta directamente contigua al escenario. Flashes y más flashes, el brazo izquierdo de Herta Müller comienza a balancearse con rapidez. Está claro que no le gustan las fotos, que ya está bueno, que quiere irse a casa con sus amigos. Entonces el público se pone de pie. Y aplaude. Aplaude hasta que arden las manos en esta noche. La primera noche del invierno que ha llegado a Berlín.