Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 31 de enero de 2010 Num: 778

Portada

Presentación

Haití en el epicentro
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

“Me quedo en Haití”
BLANCHE PETRICH

Corazón atado
ARTURO OREA TEJEDA

Del amarillismo como motor de ayuda
JORGE MOCH

¡Oh infelices mortales!
ANDREAS KURZ

Sonidos de y para Haití
ALONSO ARREOLA

El infierno de este mundo
ROBERTO GARZA ITURBIDE

Haití, año cero
JEAN-RENÉ LEMOINE

Toda tierra es prisión
GARY KLANG

Cuatro poetas haitianos

Haití y la brutalidad del silencio
NAIEF YEHYA

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Luis Tovar
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Las virtudes de la desmemoria

Fue hace casi tres años cuando, en algún festival de cine, a este juntapalabras le tocó ver Polvo de ángel (2007), el más reciente largometraje de ficción dirigido por Óscar Blancarte, que llega a la cartelera comercial nomás con tres años de tardanza. Cuando acaece una espera así de luenga y corresponde hablar de un filme determinado, habitualmente toca darle a éste una segunda pasada, en aras de no dejarlo todo en manos de una memoria quizá flaca, quizá en exceso selectiva –puede que arbitraria–, o bien a expensas de las notas, luego envejecidas y no demasiado comprensibles, que algunos pergeñamos ahí mismo, en la sala oscura. Empero, y salvo las contadas ocasiones en que la cinta que uno vio no deja en el recuerdo ni la más leve de las improntas, debido seguramente a su índole anodina o a su insuperable intrascendencia; salvo dichas ocasiones, es común conservar el mínimo registro del calificativo sumario, ése que por lo regular Todomundo esgrime cuando es preguntado acerca de qué le pareció la película.

El espacio que a Polvo de ángel corresponde ocupar en el magín de quien esto escribe, indica que la experiencia de haber visto dicho filme fue a tal punto desapacible que, tres años después, considera más grata la opción de prescindir para siempre de la antedicha segunda pasada, que la de asistir una vez más al desespero suscitado por el intento vano de comprender al menos dos asuntos dos: a) de qué iba Polvo de ángel, y b), qué habría pasado profesional, cinematográficamente hablando, con su realizador.

Tomando en cuenta lo insoluble que a) resulta para la capacidad intelectiva de este sumaverbos, fue menester el recurso a la cita textual de la sinopsis difundida en medios, misma que a la letra dice: “En la ciudad de Latinópolis, donde el producto de moda “Ultrasandwich” está enloqueciendo a la gente, suceden extraños acontecimientos: Sacro, un Quijote moderno, tiene como objetivo matar a la muerte para obtener como premio el amor de Bella, una reportera. Unos jóvenes ecologistas andan en busca de su hermana desaparecida misteriosamente. Un cazador de ángeles se une a la batalla emprendida por Sacro, al tiempo que un sacerdote mediático anuncia por TV el fin del mundo.” Concluida la lectura del entrecomillado, Uno está en condiciones de evocar algo extra, aparte de las imágenes dispersas que, hasta la fecha, eran a un tiempo recuerdo escueto y eficacísimo repelente.

Viene entonces a la memoria que la tal ciudad de Latinópolis es, hablando en términos de producción cinematográfica, resultado de una muy ineficaz amalgama entre la colombiana Bogotá y alguna urbe mexicana, quizá Ciudad de México. Vuelve la imagen de Plutarco Haza, sentado a la cabecera de una mesa enorme, representando el papel del dueño, gerente o algo así, de la empresa productora del tal “Ultrasandwich”, haciéndola de malo con fortuna tan escasa, que el concepto “de pacotilla” irrumpe, se instala y promete no abandonarlo a Uno desde este punto y hasta el final de la película, e incluso más allá en el tiempo. Viene también la imagen de Julio Bracho embutido en un disfraz como de luchador triple a o motociclista de ésos de las compañías de seguros, pero por más esfuerzos que Uno haga por alisarle los cabellos al recuerdo, es imposible decidir si su personaje es el tal Sacro o el así llamado Cazador de ángeles. Vuelve asimismo la presencia de Ludwika Paleta encarnando a la tal Bella, reportera a la que ni de lejos deben sonarle apellidos como Septién o Buendía, a juzgar por las escasas habilidades periodísticas exhibidas, o quizá sólo en virtud de la milimétrica densidad histriónica que detenta la ex pareja sentimental del arriba mencionado Haza. Vuelve, y con ella una sensación que quizá quepa en el concepto triste de la pena ajena, la imagen del buen actor que Jorge Zárate suele ser, interpretando a una especie de cuasimodo al que el calificativo “lamentable” le vendría casi como elogio.

Por lo que respecta al inciso b), quizá sea válido limitarse a suponer que el autor de los largos de ficción Que me maten de una vez (1985), El jinete de la Divina Providencia (1988), Dulces compañías (1995) y Entre la tarde y la noche (2000), afecto como es al uso y ejecución de alegorías, arquetipos y simbolismos varios –todo lo cual puede constatarse precisamente en la antedicha filmografía–, y si se acepta el ripio, en esta ocasión no tuvo tino en el tono, tanto así, que a la hora de pensar en este Polvo de ángel, la desmemoria termina siendo una virtud.