Editorial
Ver día anteriorJueves 28 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Obama: el contrataque de la banca
E

n el contexto del Foro Económico Mundial que se desarrolla en Davos, Suiza, los dueños de grandes capitales financieros lanzaron ayer duras críticas contra las medidas de regulación adoptadas por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien el pasado viernes presentó una iniciativa con la que busca desincentivar la toma de riesgos especulativos en el sector, para lo cual pretende otorgar a los reguladores la facultad de restringir ese tipo de operaciones y limitar el tamaño de las entidades bancarias. Ayer, en la jornada inaugural, el presidente del banco británico Barclays, Robert Diamond hijo, afirmó: no he visto evidencia que sugiera que achicar los bancos sea la respuesta (para evitar una nueva crisis), en tanto que el presidente del estadunidense JP Morgan Chase International, Jacob Frenkel, consideró que la muy profunda recesión que hemos tenido constituye un terreno fértil para decisiones políticas potencialmente malas. De su lado, el multimillonario George Soros, quien días antes había respaldado públicamente el plan referido, lo calificó ahora de prematuro y criticó que no va lo suficientemente lejos.

La reacción de las grandes entidades financieras privadas contra las disposiciones comentadas pone en perspectiva una conocida falta de argumentos por parte de los banqueros ante un debate que saben perdido de antemano, así como una renuencia a reconocer la cuota de responsabilidad que tuvieron en la configuración de los descalabros económicos planetarios de finales de 2008. Debe recordarse que, en los meses y años anteriores a la crisis económica, las instituciones financieras se dieron a la tarea de impulsar, de manera irresponsable y ambiciosa, actividades especulativas por encima de las inversiones productivas básicas y, con esto, se pusieron en peligro ellas mismas y contribuyeron a colocar a la economía mundial en un estado de postración del cual aún no acaba de recuperarse.

Ahora, ante la evidencia de los desastrosos resultados del descontrol especulativo y la manifiesta necesidad de corregir las desviaciones bancarias, los grandes capitales financieros se empeñan en salir indemnes de las consecuencias de su propia voracidad, y para ello embisten contra el gobierno de Obama, que, en el momento presente, pasa por un momento de debilidad: maniatado por el peso de los poderes fácticos y la clase política de su país; golpeado luego de la derrota electoral del Partido Demócrata en la contienda por la senaduría de Massachussets; desacreditado ante la opinión pública internacional por la continuidad del espíritu belicista y colonialista de su antecesor; incapaz, hasta ahora, de consumar la reforma que prometió en el sistema de salud, y disminuido de cara a los comicios intermedios de noviembre próximo, en las que se renovará un tercio del Senado y la Cámara de Representantes.

La administración Obama asiste, pues, a la configuración de un frente adicional al diplomático, al militar, al político y al económico. Es de suponer que ello planteará un nuevo lastre para el político afroestadunidense, quien, pese haber incumplido con la mayoría de las expectativas que generó desde el arranque de su gestión, había arrojado hasta ahora saldos decorosos y hasta positivos en lo que se refiere, precisamente, al manejo de la crisis económica mundial y sus intentos por reducir el libertinaje en el sector financiero del vecino país.

En suma, la circunstancia descrita coloca al actual ocupante de la Casa Blanca ante una disyuntiva indeseable: insistir en sus intentos por introducir elementos de racionalidad y de control en el sistema financiero de su país y del mundo, a efecto de evitar la redición de los recientes descalabros económicos, o ceder ante las presiones del gran capital y sumir a su gobierno en una cuota adicional de descrédito y desencanto planetarios.