Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de enero de 2010 Num: 777

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La utopía indígena de Ricardo Robles
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Ceniza azul y destello
HJALMAR FLAX

La desigualdad de México desde el True North
MIGUEL ÁNGEL AVILÉS

Nocturno de Charlottesville
CHARLES WRIGHT

Estados Unidos y los indocumentados mexicanos
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN

Una actriz de dos ciudades
RICARDO YAÑEZ entrevista con GABRIELA ARAUJO

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Marco Antonio Campos

Temporada de zopilotes

En sus libros Paco Ignacio Taibo II ha trabajado, por una parte, la novela negra, que le abrió desde los años ochenta las puertas de la popularidad, y por la otra, la novela, la crónica y la biografía históricas. Sin exageración, sus lectores, aquí y en buen número de países del exterior –en especial de Europa–, se cuentan por decenas de miles. Al menos en Francia e Italia me ha sido dable confirmar que es el autor mexicano más leído y tal vez más traducido. El ex presidente estadunidense Bill Clinton ha dicho que es de los autores que lee con más gusto.

Ahora Taibo I nos entrega una vivísima y documentada crónica histórica sobre la Decena Trágica, Temporada de zopilotes, publicada a fines del año pasado por la Editorial Planeta, la cual uno lee como en un solo vértigo. Mientras uno sigue los sucesos de aquellos días, no deja de sentir tristeza y alguna desesperación ante la ingenuidad y la buena fe de Francisco I. Madero. Los más allegados al presidente, entre ellos su hermano Gustavo, Alberto J. Pani, Manuel Bonilla, Alfredo Robles Domínguez y Juan Sánchez Azcona, le advertían acerca de la conspiración; Madero los oía pero no les creía o lo minimizaba. La conducta de Madero causó a la brevedad inmediata miles de muertos, y a la postre, la muerte de él mismo, de su hermano Gustavo y del vicepresidente Pino Suárez, y después, ya se sabe, la larga y sangrienta lucha armada. Taibo II recuerda en el libro una cita de San Agustín: “Errar es humano, perseverar en los errores es diabólico.”

Con unas cuantas pinceladas Taibo II traza el retrato de los principales golpistas, quienes venían de la entraña porfiriana: Bernardo Reyes, muerto por la metralla en el Zócalo el 9 de febrero –Manuel Mondragón lo dijo– por “imprudente y engreído”; Félix Díaz, que tuvo el único gran mérito de ser “el sobrino del tío”; el propio Manuel Mondragón, de escasas luces pero en extremo dinámico, y los dos traidores por excelencia, Victoriano Huerta, ambiguo y ferozmente sanguinario, y Aureliano Blanquet, no menos dotado que Huerta en dobleces y crueldad detallada. A cada uno de los cuatro, escribe Taibo II, pese a sus mayores o menores diferencias “su anti maderismo los amalgama(ba)”. No sólo ellos: estaban contra Madero la burguesía, que ni si quiera entonces había perdido sus privilegios, y la gran mayoría de la oficialidad porfirista, a la cual no quiso descabezar Madero. Un papel fundamental en la trama de la revuelta, el golpe y el asesinato del presidente y del vicepresidente Pino Suárez, lo tuvo el embajador estadunidense Henry Lane Wilson, quien odiaba a Madero (lo llamaba dondequiera tonto y loco), y quien se coludió con Huerta, lo apoyó de todas las formas posibles, y aun convenció de que apoyaran el golpe a los embajadores de Inglaterra, Alemania y en principio al de España. Estuvo de acuerdo con el asesinato de Madero y Pino Suárez.

A lo largo del libro hay pasajes terribles o sobrecogedores; baste recordar las imágenes de los miles de muertos en el Zócalo o en torno de La Ciudadela en aquellas jornadas de febrero de 1913, sobre todo del lado maderista, a causa de la estrategia de la derrota llevada a cabo por Huerta y Blanquet. Sin embargo, ninguno me estremece tanto como la manera en que fue ultimado por los felixistas Gustavo A. Madero en la explanada de La Ciudadela, frente a la estatua de Morelos: treinta y siete heridas, entre ellas un intencionado bayonetazo en el ojo bueno que tenía. Ya muerto, le arrancarían los testículos y le “arrojarían tierra y estiércol encima”. En las horas que tendría de vida el presidente no dejaría de llorarlo. Frente a la traición de los generales porfiristas es hondamente conmovedora, por el contrario, la lealtad plena de Felipe Ángeles, que estuvo al lado de Madero y Pino Suárez hasta el momento cuando ambos fueron conducidos a Lecumberri, donde serían eliminados frente al muro oriente.

A lo largo de las páginas Taibo II cita, de ambas facciones, a quienes siendo actores del drama, opinaron sobre los hechos. Se puede estar o no de acuerdo, puede discutirse el libro, pero Temporada de zopilotes es desde ahora de inevitable consulta para quienes se interesen por aquellas tristes y desoladoras jornadas.