En su propia voz

Ricardo Ronco Robles

y el movimiento indígena

 

Ricardo Robles (1937-2010) fue un verdadero compañero de los pueblos indígenas de México, y no sólo como cura católico. Sobre todo como hombre comprometido en comprender de pensamiento y acción a los rarámuri de Chihuahua, con quienes vivió 30 años. También les hará falta a los mixes de Oaxaca, a las comunidades mayas rebeldes de Chiapas y a muchos más. Su participación en los diálogos de San Andrés Sacamch’en hace 13 años, invitado por el EZLN, lo sumergió más al servicio de los pueblos. A partir de entonces escribió en Ojarasca, La Jornada y en publicaciones sociales católicas, no para catequizar, nunca tuvo esa soberbia, sino para aprender acompañando, elaborar escuchando, participar discreto y confiable.
El 12 de diciembre de 2007, Luis Hernández Navarro lo entrevistó con amplitud sobre su vida y su pensamiento. La conversación permanecía inédita. Éstos son algunos pasajes.

 

Lo que he hecho en el movimiento indígena es acompañar a la gente, echarle porras.  Nunca he tenido ninguna actitud de asumirme como dirigente ni intelectual orgánico. Yo acompaño. Ése fue uno de los principales secretos que me aprendí en Ba’wichiki, una comunidad rarámuri donde viví 15 años: lo único que puedes hacer es ir a acompañar; todo plan que lleves no sólo está destinado al fracaso sino va a hacer daño.
A mí me toca dar testimonio de lo ocurrido, visto, oído y nada más. Creo tener la capacidad de armar cosas del pensamiento que puedan servir a otros.
Había participado en algunas reuniones de jesuitas con indígenas en América Latina, en Bolivia, en México. Nos interesaba ir armando consensos. De que empezamos, los encuentros caminaron hacia una cosa totalmente distinta. La diferencia entre entonces y ahora en América Latina es enorme. No era tan activa mi actividad en estos asuntos. Yo jamás estuve interesado en entrar a un contacto más nacional con los indígenas, ni mucho menos internacional. Lo que pasa es que, apenas seis meses después de terminar mi estancia en Ba’wichiki, me estaban invitando a los diálogos de San Andrés. Yo vivía en mi monte muy en paz.
San Andrés fue el brinco fundamental. En mi carta de aceptación como asesor digo que yo prefiero no llamarme asesor sino acompañante, porque las soluciones, si va a haberlas, vienen de ellos y no de nosotros. No buscaban quién les diera recetas, les dijera cómo y por dónde sino quién los apoyara en su proceso de defender su pensamiento.
 San Andrés me hizo sentirme de golpe diez años más joven y con más fuerzas. Significó recuperar una vida con sentido, en un mundo en el que se perdían los signos de esperanza y utopía. Representó la entrada al mundo indígena más amplio. Significó una gran cantidad de relaciones inesperadas, desde las más fatuas hasta las más simples. Eso que he vivido con los indígenas ¡cómo me da vida!

Advierto de entrada que no veo las cosas desde mi estructura eclesial. No pretendo hacer diagnóstico institucional. Creo que la teología india es un ensayo de diálogo con la autoridad eclesiástica para irnos acercando y entendiendo, irnos respetando cada vez más mutuamente. Pero, yo no lo veo desde ese ángulo: a mí me interesa cómo lo ven los pueblos indios. Sin duda hay mucha gente que está viendo estas realidades. En ello están compañeros que conozco y otros que ni conozco y ahí andan. Pero, lo voy a decir muy toscamente, no ha sido mi pasión meterme en ello, aunque quizá estoy más metido de lo que creo. No es que no me interese que haya esa concordia pero —voy a decir una barbaridad— entre acompañarle el proceso a las instituciones o acompañar en el proceso a los indígenas prefiero acompañar a los indígenas.

En el CNI ves de todo. Es una panorámica del mundo indígena. Hay desde gente lúcida hasta gente torpe, desde traidores hasta gente fidelísima. Hay de todo en ese proceso. El CNI ha tenido errores, ¿quién no los tiene sobre este universo? Nadie. Lo que importa no son esos errores que arrastran la gente o los pueblos indígenas, generalmente más como inercias del pasado. Errores, defectos, vicios: eso no es lo importante, sino qué tanto están construyendo el mundo plural, incluyente, dialogante. Hasta qué punto están recuperando ese mundo que asesinamos todos.
Lo importante no son los defectos de nadie. Eso es lo irremediable. Lo importante es qué rumbo llevas, a qué le apuntas, qué tanto cooperas al bien de todos. Eso está muy en la cosmovisión indígena. Lo que importa es para dónde vas. Con el CNI es lo mismo. Lo que importa es qué rumbo ha agarrado, cuáles son sus mejores pasos. Y no me cabe la menor duda que sus aciertos le bastan para tener derecho de existir.
 El CNI ha jugado un papel de espacio, sin dirigencias, lo que es muy importante. Un espacio abierto a la pluralidad. El movimiento indígena necesita crear consensos. Ser capaz de generar una convocatoria para unir cuando toca. No reuniones semanales, no declaraciones de prensa en las crisis. Su cosa es ponerse en ese espacio, y ese espacio lo ha sido cada vez que se ha ofrecido, con bastante dignidad.

El discurso de los pueblos indígenas me dice, de repente, con unas cuantas frases, lo que está detrás. Eso me permite seguir traduciendo muchas cosas. Por ejemplo, el vivir bien que fue reconocido por la Constitución de Bolivia.
No es sólo una norma. Quien ve sólo un punto en la Constitución no ve todo el plan que traían las luchas indígenas de tiempo atrás. Vivir bien es contrapuesto a vivir mejor, porque vivir mejor es vivir mal. ¿Vamos a vivir mejor que alguien o mejor que qué? Vivir mejor siempre va a romper la armonía comunitaria. La única manera es vivir bien. Lo vi en Cochabamba.
Eso del “vivir mejor” está metido en los míticos y erróneos índices de bienestar de la UNESCO, que son puramente expresiones culturales muy convencionales, que nada tienen de verdad absoluta para el bienestar de la humanidad. Tal como están enunciados, ninguno sirve.
De lo que se trata es de la manera de vivir bien todos, pues (ahora) no se puede vivir bien. Es patético que el presidente Felipe Calderón esté rodeado de ejércitos donde quiera que va. Yo recuerdo a Ruiz Cortines en mi prepa. Lo saludamos de mano cuando salía del colegio. Al gobernador de San Luis Potosí me lo encontraba solo por la calle, caminando, y le preguntábamos ¿cómo le va don Ismael? Son menos de 50 años de eso a acá. Ahorita no se puede mover nadie sin guardaespaldas. No estamos viviendo bien, ni mejor. Tenemos más triques, es todo, y nos hacemos mucho más dependientes, pero no vivimos mejor ni bien.

Comunidad zapatista Nuevo Guadalupe, Chiapas, 2010. Foto: Simona Granati