2010

Francisco López Bárcenas

 

El año 2010 llega cargado de mucho simbolismo. Desde las instituciones gubernamentales, lo mismo que desde algunos espacios sociales, nos recuerdan insistentemente que se cumplen doscientos años de la Independencia y cien de la Revolución, fechas importantes porque simbolizan el tiempo en que nuestros antepasados comenzaron a forjar nuestra patria como país independiente y a inventar el Estado social del cual las generaciones pasadas disfrutaron, hasta que los postulados revolucionarios se echaron al carro del olvido y sentó sus reales el Estado neoliberal. De quienes actualmente detentan el poder se entiende que usen esa fechas para legitimarse, pues eso les ayuda a mantenerse en el poder. Lo que no se comprende bien es que los excluidos, sobretodo los que hablan refiriéndose a los pueblos indígenas, se ciñan al discurso oficial.
Los pueblos indígenas fueron a la guerra de independencia pero políticamente no la dirigieron, ellos tuvieron su propia guerra durante todo el siglo XIX, tiempo en que prácticamente no hubo en la República Mexicana un estado donde no surgieran rebeliones por diversas causas: contra los impuestos injustos y desorbitantes, contra la intromisión de políticos externos en sus asuntos comunitarios y, sobretodo, contra el despojo de sus tierras comunales. Los rebeldes fueron derrotados y se impuso el Estado liberal al cual tuvieron que sumarse, por las buenas o por la fuerza. Con la Revolución sucedió otro tanto. El Partido Liberal Mexicano organizó insurrecciones contra la dictadura en el año 1906 y el zapatismo se alzó en noviembre de 1911; fueron los hacendados quienes llamaron a levantarse en armas el 20 de noviembre de 1910, pero la Revolución realmente prendió hasta febrero del año siguiente. Entonces ¿qué festejamos? ¿A los maderistas y sus programas?
Desde los sectores populares algunos postulan que en este bicentenario habrá transformaciones sociales, y puede ser que las haya, sólo que planteado así pareciera que éstos sucederán como parte del cumplimiento de una profecía que se repite cada cien años, cuando los cambios sociales obedecen más a realidades concretas. Cierto, la realidad nos dice que estamos en una crisis profunda, de la cual difícilmente nos vamos a recuperar, ni este año ni los que vienen porque, como han dicho muchos estudiosos, no se trata sólo de una crisis del modelo económico neoliberal en que vivimos, sino de una crisis civilizatoria, donde la visión de Occidente ya se agotó y no tiene mas que dar de sí.

Las transformaciones que el país necesita deben surgir también con una visión mesoamericana —de los pueblos indígenas— y orientarse a que sus habitantes puedan tener una vida digna, satisfaciendo las necesidades básicas de alimentación, vivienda y diversión, cuestiones que el actual sistema no puede proporcionar porque está diseñado para generar ganancias económicas para un pequeño grupo de capitalistas, a costa de lo que sea.
Y lo que sea, ya sabemos que para los pueblos indígenas se traduce en despojo de su patrimonio. A estas alturas ya está claro que el capital no sólo busca apropiarse de los territorios y recursos naturales de los pueblos indígenas sino también de sus saberes en torno a ellos. Y los territorios no los quiere ni siquiera para producir alimentos sino para construir infraestructura que le permita ampliar la industria turística que está dominada por pequeños pero poderosos grupos económicos; incluyendo el uso de lugares históricos y ceremoniales. De los recursos naturales no le interesan sólo los bosques, como hace décadas, sino las minas, donde domina el capital canadiense y estadunidense; las aguas, cuyas concesiones de explotación se están entregando a empresas cerveceras y refresqueras; y los saberes sobre esos recursos, el maíz en primer lugar, pero también plantas medicinales, donde los permisos de explotación se entregan a empresas alimenticias y farmacéuticas sobre todo.
Los efectos han sido dramáticos. De acuerdo con cifras oficiales 49 millones de mexicanos enfrentan algún grado de inseguridad alimentaria y de ellos 23 millones no tienen acceso a la alimentación, es decir, dejaron de comer un día o de hacer alguna comida por falta de recursos económicos para obtenerla. Estudiosos de los temas rurales afirman que en lo que va del gobierno de Felipe Calderón el nivel de vida de los campesinos se ha deteriorado 44 por ciento, por el aumento en los precios de los productos de la canasta básica. No es ninguna novedad que quienes más sufren son los pueblos indígenas.
Esta situación sólo puede cambiarse con una transformación profunda. Ésta es la lucha en que los pueblos indígenas andan metidos desde hace varios años, por lo menos desde la irrupción zapatista, tiempo en que se han desa­rrollado procesos que incluyen momentos como los diálogos de San Andrés, los Acuerdos sobre Derechos y Cultura Indígenas, la fallida reforma constitucional y la decisión del movimiento indígena de comenzar a construir autonomías indígenas en los hechos.
Son procesos que nos hablan de una apuesta por la vía pacífica, fuera de las limitaciones de los espacios institucionales de participación política pero pacífica, a la manera de los propios pueblos.
Su resultado tangible son los procesos autonómicos que en muchos espacios indígenas de México se vienen construyendo hace décadas. De acuerdo con sus propios recursos y capacidades, los pueblos que se decidieron a caminar esos caminos y veredas han emprendido su propia revolución, desde hace años.
El otro lado de la moneda es que los gobiernos, tanto el federal como los de los estados ven en ese tipo de procesos de cambio un gran problema para la continuidad de sus proyectos de expansión neoliberal y desatan una persecución política y militar contra de ellos, criminalizando su lucha. Un recuento de los muertos, encarcelados, perseguidos y amenazados de los últimos años mostraría una realidad que muchos ni siquiera imaginamos.
Es previsible que la lucha indígena en este año —y en mucho la lucha social en general— siga el mismo derrotero de los últimos años, sin que influya mucho el simbolismo del Centenario o Bicentenario, que a los pueblos les dice poco porque su calendario es otro. Si ése es el caso, lo que habrá que profundizar es el conocimiento de la realidad en que se vive y las estrategias de resistencia, identificar las acciones del capital y sus estrategias de penetración, pero sobre todo, tender lazos entre los movimientos indígenas para trascender la resistencia comunitaria o regional y poder potenciarlos.

 

Región Vicente Guerrero, Municipio Autónomo 17 de Noviembre, Chiapas 2010. Foto: Simona Granati