Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de enero de 2010 Num: 775

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Economía y cultura
ANGÉLICA ABELLEYRA (coordinadora)

Negación a pesar de la evidencia
CARLOS GARCÍA DE ALBA

Alentar la economía cultural
HÉCTOR GARAY

Triángulo de voces
ANGÉLICA ABELLEYRA

Medios sin mercados
CARLOS RAÚL NAVARRO BENÍTEZ

Hacia un sistema económico del sector cultural
EDUARDO CRUZ VÁZQUEZ

Ser vendedores de cultura
FEDERICO GONZÁLEZ COMPEÁN

¿Públicos o consumidores?
EDUARDO CACCIA

La escritura fronteriza
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con ANDRÉS NEUMAN

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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PAQUIMÉ, CIUDAD DEL DESIERTO

RAÚL OLVERA MIJARES


Paquimé,
Beatriz Braniff Cornejo,
FCE,
México, 2008.

“Esta gran ciudad contiene edificios que parecen haber sido construidos por los antiguos romanos. Es maravilloso verla, hay muchas casas de gran tamaño y altura. Tienen seis o siete pisos, con torres y muros como fortalezas para protección y defensa de enemigos.” Con estas palabras Baltasar Obregón, cronista español del siglo XVI, describe una ciudad, émula de aquellas subsaharianas que Italo Calvino recreara en su inmortal obra Le città invisibili. Sorprende que este portento de arquitectura civil se asiente en las estribaciones más septentrionales de la Sierra Madre Occidental, en una meseta alta y ancha, a poca distancia del río Casas Grandes que, por una serie de acequias e ingeniosos ductos abastecía de líquido a Paquimé, asentamiento enclavado –siguiendo la nomenclatura de Kirchhoff– en Oasisamérica.

Así bautizada por el emplazamiento de fundaciones, siempre vecinas a una fuente de agua y por el carácter sedentario basado en una serie de cultivos mesoamericanos –maíz, calabaza, frijol– las áreas Anasazi, Hohokam, Mogollón, Fremont y Pataya son una muestra del grado de refinamiento y complejidad que alcanzaron estas culturas indígenas. El florecimiento de Paquimé se ubica entre el apogeo de Tula y Tenochtitlan. Si bien se han fijado las fechas de 1060 y 1340, propuestas por Charles di Peso, quien realizara las primeras excavaciones entre 1958 y 1961, estudios más recientes redondean las cifras hasta 1300 y 1450. Más que una influencia hegemónica exterior, se da en Paquimé un simple intercambio de mercaderías –conchas de mar, caracolas, piedras preciosas– que, a través de un amplio corredor a lo largo de los litorales del Pacífico, llega desde Sonora, Sinaloa, Nayarit, pasando por Jalisco, Michoacán, Oaxaca, Puebla, hasta Chiapas y Guatemala.

La cerámica, el artefacto más celebrado de la cultura de Paquimé y una de sus riquezas más notables junto con su arquitectura, a base de tierra apisonada y morillos, que podía levantarse hasta tres o cuatro pisos, marca las diversas fases de imitación y adopción de patrones procedentes de más al norte –el área Anasazi– combinados con motivos y grecas de franco origen mesoamericano. Existen, sin embargo, elementos originales y contrastantes respecto del centro de México. En primer término, el lugar central en Paquimé lo ocupan edificios, hogares de varias familias con un obrador o criadero de aves sagradas –pavos y guacamayas. Al parecer la división de clases no privilegiaba a los gobernantes ni los sacerdotes, ubicándose los centros ceremoniales más bien a las orillas del núcleo de casas habitación e incluso fuera de la muralla protectora. Sociedad particularmente igualitaria, de impacto ambiental mínimo, famosa por la pericia de sus artesanos, Paquimé constituyó un modelo en el mundo antiguo del septentrión.


AUTORRETRATO HABLADO

RICARDO YÁÑEZ


La travesía. Antología ultramarina (1982-2007),
Juan Domingo Argüelles,
Renacimiento,
Sevilla, 2009.

Es siempre interesante contemplar la mirada de un autor sobre su propia obra, verlo trazar su itinerario, marcando lo que para él finalmente han resultado los mejores, los más apreciables momentos de la misma, que no pocas veces estarán, es de esperar, emparentados con los mejores momentos, si artista de verdad es, de su vida (aun cuando fuese escasa, la dicha experimentada al superar o poner en su lugar –al expresar con precisión– problemas vitales mediante el ejercicio del oficio o la alquimia del arte, hará de esos momentos problemáticos un espacio en alguna medida ciertamente dichoso).

Sin duda otros afectos, aparte los estrictamente estéticos, influirán en la selección. Así, aunque idealmente no dudará en dejar de lado emociones no transmitidas a cabalidad, textos favorecidos por el lector pero para él insatisfactorios, bienhechuras intrascendentes (decoros formales, vaya), e intentará de veras ir a fondo. De otro modo, ¿cómo imaginar que la imagen de sí que ante nosotros y ante sí mismo pone lo retrataría fidedignamente? Mas, en sentido contrario, ¿cómo del autorretrato suprimir enteramente, es imposible, la sensibilidad del modelo? Agradezcamos pues la confianza, el regalo, el presente (nada menos, propongo, que un alma lo más osadamente alma que sabe dejarse ver), y nada más solicitemos.

El quintanarroense Juan Domingo Argüelles publica en hermosa edición española, con efusivo prólogo de Efraín Bartolomé, este volumen de poco más de 250 páginas, selección de lo escrito a lo largo de veinticinco años, poesía que “sacude, golpea, enternece, conmueve, deslumbra, atemoriza, hace feliz, pone triste, enfurece... Está viva, quema.” Y “todo esto con un lenguaje claro”, por si fuera poco, advierte e invita el poeta de Ojo de jaguar. Con dedicatoria “Para Rosy, Claudina y Juan, que me acompañan en esta travesía”, y un epígrafe con elemental justicia bastante difundido de José Emilio Pacheco, el poema que empieza: “Digamos que no tiene comienzo el mar”, el autor zarpa en esta travesía (tan nueva como retrospectiva: se vive dos veces, ha dicho más o menos Lobo Antunes: una cuando se vive, otra cuando las luces de lo vivido iluminan la memoria), su poesía misma, que metafóricamente nos parece ver –sobre todo al final– simbolizada por Un río (se refiere al Grijalva): “Lleva troncos de árboles,/ gavillas de jacintos./ A morir en el mar/ va resignada,/ esta agua tierna, elemental/ que, lenta, fluye,/ plena resbala/ en barandal de marzo./ A veces lleva el cuerpo/ de un campesino ahogado:/ dormido eterno que se mece/ en un delirio sin retorno./ Débil parece y sin embargo/ árboles vence, estructuras derrumba./ Su placidez no finge,/ su timidez es cierta,/ pero a veces se cansa de sí mismo,/ se rebela/ contra la mansa eternidad.”

Quizá habría que enriquecer la enumeración verbal con “estremece, cautiva, divierte”, entre otros, pero destaquemos que el tono epigramático, satírico, burlesco o burlón de algunos de los versos es ciertamente muy de agradecer. Ahora, de agradecer, ya más, ya menos, yo digo que todo.