Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de enero de 2010 Num: 774

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La imagen
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Último destino
MINAS DIMAKIS

Fraternidad y política
BERNARDO BÁTIZ

¿Lo dijo o no lo dijo?
ORLANDO ORTIZ

La realidad cúbica de Juan Gris
ESTEBAN VICENTE

La incomprensión crítica sobre Juan Gris
FRANCISCO CALVO SERRALLER

Juan Gris, el poeta cubista
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Estética de la erosión
RICARDO VENEGAS entrevista con RAFAEL CAUDURO

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Mentiras piadosas. El cielo es de los dioses (I DE II)

El mundo que fabrica la televisión, cualquiera con dos dedos de frente lo llega a entender un día, es una mentira publicitaria. En el cielo las cosas no son diferentes. Uno de los ejemplos más claros son las líneas aéreas, esas empresas que se encargan de hacer brincar gente y mercancía de ciudad en ciudad, de un rincón del mundo a otro. La publicidad de las líneas aéreas suele mostrar el planeo majestuoso de un avión refulgente, ave de acero que cruza el éter reflejando la luz del sol, relámpago que es máquina celestial. Si en la tele vemos escenas que correspondan a las oficinas en tierra de la aerolínea, siempre veremos a cuadro rostros risueños, chicas guapas en uniforme –¡qué quinceañera no quisiera ser sobrecargo!–, mancebos rigurosamente trajeados, de talla superior a la media mexicana, pero con rasgos suficientes que permitan identificarlos como latinos, corbatas al punto, insignias doradas, mascadas al cuello y una manera de caminar como sólo la tiene quien sabe a dónde va. La de las aerolíneas es gente elegante, educada, serena, eficiente, puntual y siempre risueña. Uno llega a pensar, viendo los anuncios donde detrás del mostrador hay una guapa muchacha sonriente, a la que parece darle mucho gusto que la cámara, o sea uno mismo, se acerque a preguntarle algo, que una de las cualidades de quien trabaja en una aerolínea es el gusto por la gente. Pero entonces uno va y compra su boleto, digamos, en Iberia, la línea aérea de España, según reza su estribillo publicitario, y la realidad deconstruye a cabronazos la imagen publicitaria: la sonrisa de la chica guapa es un gesto que viaja del asco al aburrimiento en la jeta de un tipo mal encarado a quien la presencia del cliente parece provocar cólico y urticaria. Luego, esa puntualidad prometida en los anuncios también ha sido hurtada por la realidad, y resulta que los retrasos de diez a quince minutos son el menor de los males y una suerte de usos y costumbres sin aviso pero que cualquier pasajero debe aceptar sin retobos. Ni qué decir cuando la eficiencia cacareada se traduce en malos modos a bordo y finalmente una maleta extraviada. Las sonrisas, aquella como vocación de servicio de las coquetas señoritas de mascada al cuello y uniforme impecable, trucan de pronto en una gorda atorrante, dueña de la más hiriente impaciencia que ser humano puede ser capaz de exhibir, especialista en respuestas impertinentes, resuellos que dicen cuán tonto es uno, o bufidos de evidente desprecio ante la preocupación del pasajero que llevaba en su maleta la dosis de antihipertensivo con que habría de salvar la vida, precisamente, ante tremendo disgusto.

Uno entrega la petaca en términos rigurosamente estipulados por la empresa: paga una suma de dinero y le dan un pase de abordar; pone la maleta en la báscula y recibe una contraseña que se habrá de canjear, al llegar a su destino, por el equipaje. Pero el equipaje nunca cumple su parte del pacto, arribar junto con uno, porque la aerolínea nunca cumple la suya, ponerlos a los dos en el mismo avión. Borradas de cuajo sonrisas, doncellas y caballeros pulquérrimos, lo único que queda de la aerolínea es una grabación en un teléfono, una serie de vericuetos grabados en un interminable laberinto virtual, de números y opciones de conmutador y, si acaso, la voz de una mujer que le habla a uno como si fuera idiota, posiblemente porque lo considera idiota, y la maleta no aparece y la cosa puede durar así, con uno des esperando ante un teléfono displicente, la eternidad de todos los días. Puede uno, claro, conseguir el número del director de la empresa, que en este caso sigue siendo Iberia, para reclamar que cuando finalmente llegó su maleta a destino ésta venía saqueada, pero resulta que el director será un pusilánime cobarde que se escuda detrás de la secretaria que piensa que uno es idiota, o simplemente un tipo de soberbia tan lesiva que impida ofrecer una disculpa y una razonable indemnización que, desde luego, no llegarán nunca.

Por eso hay viajes que conviene hacer solamente con la imaginación, y mirar el anuncio de Iberia y no tener que lidiar con sobrecargos majaderas, ni con hurtos al equipaje, y contentarse en cambio con bellas imágenes del viaje imaginario que hace uno en un anuncio de la televisión, allí, donde hasta el pasajero, o sea uno que es gordo y peludo y suda, es un señor muy guapo y educado, un magnate, casi, de ésos a los que nunca en un avión habrán de robarles el equipaje y mucho menos tratarlos con tan lacerante desprecio.

(Continuará)