Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de diciembre de 2009 Num: 773

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La Trampa: Alva y López
CHRISTIAN BARRAGÁN

Ballagas o el hedonismo sensualista
JUAN NICOLÁS PADRÓN

El último libro de Emilio Ballagas
ENRIQUE SAÍNZ

Emilio Ballagas: desde su prosa, la poesía
CIRA ROMERO

Poemas
EMILIO BALLAGAS

Rock09. Quince discos para soportar malos tiempos
ROBERTO GARZA ITURBIDE

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Columnas:
Galería
ANDRÉS VELA
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Fotos: Cubaliteraria

El último libro de
Emilio Ballagas

Enrique Saínz

Su libro mayor, Cielo en rehenes, merecedor del Premio Nacional de Poesía en 1951 y publicado después de su muerte, alcanza una estatura que lo sitúa entre los grandes poemarios de la lírica hispanoamericana de su momento. En él se fusionan una riquísima espiritualidad y una maestría verbal que superan todo lo que el autor había escrito hasta entonces. Los veintinueve sonetos que lo integran son piezas absolutamente espléndidas, de un acabado irreprochable, como de quien ha llegado a una síntesis suprema después de vivencias y experimentos formales de diversas calidades y orígenes, después de sufrimientos, batallas y gozos de naturaleza múltiple, después de haber atravesado experiencias desgarradoras, búsquedas redentoras e influencias más o menos fructíferas. Ballagas, siempre anhelante de belleza sin más ornamento que los propios esplendores sensoriales del ser, ha podido acceder ahora a otra verdad suprema, una verdad absoluta que viene a colmar sus expectativas y el sentido final de su existencia toda: el conocimiento de Dios, el grado más elevado de la sabiduría, encontrable no sólo en la capacidad del intelecto para aprehender la esencia de la Totalidad , sino además en la belleza de la forma, aquella belleza que él veneró en sus primeros cuadernos, la belleza del mundo natural percibido sin otras pretensiones que las del disfrute candoroso y limpio de sus dones. Cintio Vitier ha observado que en la primera parte de Cielo en rehenes, la sección que tituló Cielo gozoso, el poeta retorna al disfrute de la realidad natural desde los sentidos, pero ahora en una dimensión superior. Nos dice entonces el ensayista, hablando de esa primera parte del libro: “La exaltación frutal (yema, pulpa, tacto, paladar) ha cedido el paso al perfume dibujado y cantado de las flores, a la sensualidad espiritualizada de la contemplación.” El poeta ha contenido los desbordamientos iniciales de su poesía, aquel júbilo regocijado, y ha dado paso a la deleitosa admiración de la belleza y de la armonía, dones que, según el análisis de Vitier, pueden ser admirados sin remordimientos porque la Iglesia –sustento espiritual de Ballagas desde siempre– enseña que “no hay que renegar de los sentidos –santificados por la Encarnación –, sino ordenarlos en la jerarquía de lo creado”. Ahora son contemplados esos bienes desde una cierta distancia, sometidos los apetitos a una mesura que los sitúa por debajo del gozo de la cercanía del alma a Dios, posibilidad que ocupa el rango más alto en el nuevo orden interior del poeta después de su entrega, ahora más profunda, a la fe. El diálogo del autor con la realidad y sus admirables bellezas se realiza mediante esa forma cerrada que es el soneto, esa forma en la que están sometidas a contención las más indóciles pasiones del individuo.

El segundo momento, Cielo sombrío, nos trae el retorno del sufrimiento, de la memoria dolorida, del remordimiento, del deseo de la muerte para que cese el sufrimiento terrenal. Ello implica, desde luego, para el cristiano convencido, ansias vivas de trascender y de entrar en la bienaventuranza, lección que Ballagas aprendió de la gran poesía de los místicos españoles, como se aprecia en el soneto final de esta sección, el titulado “Invitación a la muerte”, tan cercano a Fray Luis de León. Cielo gozoso posee una extraordinaria intensidad, como si el poeta se hubiese acercado más aún a su deseo de comunión con el creador. Los poemas allí reunidos cantan el despojamiento del hombre viejo para dar paso al hombre nuevo, la inmensa sed de entrega del individuo al Amor absoluto. Puede verse en esas páginas también la silenciosa duda, el cuestionamiento del hombre a un Dios que no se muestra y nos mantiene alejados para que vivamos sólo por fe. En esas dudas ha visto Víctor Rodríguez Núñez la incertidumbre en el poeta de la posibilidad del catolicismo para redimirlo de su pecaminosa tendencia homoerótica, de veladas apariciones en esta última etapa de la obra de Ballagas. Vemos que ahora esta poesía asume otro estilo, y que se acerca a un misticismo que nos muestra los ardientes deseos del poeta de romper las ataduras de la carne y acceder a una vida puramente espiritual. Ello viene a ser, en realidad, una continuación de lo que podríamos calificar, a modo de síntesis de la trayectoria del autor, como fervoroso hedonismo. En Pedro M. Barreda leemos estas observaciones a propósito de Cielo en rehenes: “La afirmación de lo sensorial o el deseo de su satisfacción es, sin embargo, lo que prevalece en Cielo en rehenes.” Hay, sin la menor duda, una continuidad entre este libro y los anteriores, como sostiene este ensayista en un momento de sus reflexiones, una continuidad sustentada precisamente en el conflicto esencial de esta poesía: el movimiento interior que va de las poderosas pulsiones homoeróticas hasta la renuncia a ese llamado de la carne, pasando por las desgarradoras batallas del poeta contra sus impulsos y la búsqueda ávida de una vida más alta, despojada de apetitos sensuales y serenamente vivida en Dios. Desde su primer cuaderno, Júbilo y fuga (1931), nos llega un extraordinario disfrute sensorial más tarde transformado en una ardiente pasión erótica en la que se fusionan la belleza física y la espiritual de esa experiencia, tocada también por cierta religiosidad. Es válido asimismo leer los sonetos de Cielo en rehenes desde la perspectiva de un erotismo carnal, en tanto confesiones de un deseo vivido o sublimado, así como es dable igual-mente interpretar la poesía de San Juan de la Cruz, de tanta resonancia en la obra de Ballagas, desde una dimensión inmanente, puro cántico sensual, una lectura que nos proponen sendos trabajos de Jorge Guillén y Aldo Ruffinatto. Por su parte, Luis Álvarez nos propone una interpretación de Cielo en rehenes que no podemos pasar por alto, pues constituye una valiosa síntesis de la significación y de los rasgos esenciales de ese extraordinario conjunto de poemas de Ballagas. Nos dice el ensayista lo siguiente: “El torbellino emocional de Sabor eterno se aquieta ahora, sin renun ciar a ninguna de las conquistas acumuladas: el refinamiento queda desnudo de toda sospecha de ingeniosa orfebrería; la angustia aparece sofrenada, no por la resignación desilusionada, sino por una madurez que le permite integrar, en un solo poemario, toda la trayectoria vivida, vale decir: ansia de refundación de la poesía, devoradora soledad interior, identificación con el universo en sus esencias, captación de la identidad cultural cubana y, sobre todo, en este último poemario, el alto nivel artístico en la expresión de la espiritualidad y el sentido religioso de la existencia.”

En este libro culmina una trayectoria lírica y personal de enorme significación para la cultura latinoamericana, por la riqueza de su palabra y la refinada experiencia que nos transmite, ya para siempre nuestra, más allá de renovaciones y de hallazgos de nuevas maneras de sentir y de decir. Es la de Ballagas la obra de un clásico del idioma, en cuyas inagotables fuentes creadoras bebió con inusual avidez. Al conmemorar los cien años de su nacimiento estamos recordando su obra y sus angustias, sus vivencias y el precioso legado que nos entregó con su sus libros, en especial Cielo en rehenes, con el que se nos abre otra dimensión de la vida.