Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de diciembre de 2009 Num: 772

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos poemas
MARCO ANTONIO CAMPOS

Monólogo de Electra
STAVROS VAVOÚRIS

Cargado de razón: Schiller, 250 aniversario
RICARDO BADA

Superar la autocensura
ÁLVARO MATUTE

La enseñanza de Martín Luis Guzmán
HERNÁN LARA ZAVALA

Martín Luis Guzmán Las dos versiones de La sombra del caudillo
FERNANDO CURIEL

La serenidad y el asombro
ARTURO GARCÍA HERNÁNDEZ entrevista con HUGO GUTIÉRREZ VEGA

In memoriam Manuel de la Cera (1929-2009)
DAVID HUERTA

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Dos poemas

Marco Antonio Campos

Telar de San Cristóbal

Ante la iglesia otra vez de pie, observo las manos de la indígena que hila en el telar el cielo diáfano de diciembre, casas de barro y tejas, balconería que se asoma a los cuatro puntos coloniales, vendedoras que tienen la estatura del gorrión, artesanía policroma. En los pasillos multiétnicos van y vienen las jóvenes de Zinacatán con sus vestidos católicamente azules. Pasean hombres con máscaras de murciélago.

Qué hermosas las montañas con espesura de pinos.

“Cuando vine por los años ochenta –oigo tristemente lo que me digo al punto– ya sabía que la vida la había malbaratado y sólo mantenía la idea fija de emprender o seguir la fuga, que siempre es mejor a escribir el mejor de los obituarios. Entre desventura y vacío, llevaba la pluma y el cuaderno para pergeñar poemas por ciudades de occidente. Sobrio para vivir, hablé paradójicamente más de lo debido y dije a menudo lo que no debí decir o callé cosas que debí decir en su momento. Me avergüenza confesar que en ocasiones vilezas de los otros me ennegrecieron el alma y la venganza me fue y me sigue siendo una delicia oscura.”

Las manos de la indígena forman Cristos desangrados frente al altar. En tarea de relieve teje en la tela el pórtico de la iglesia de Santo Domingo. En los púlpitos de todas las iglesias de la ciudad los sacerdotes, no viéndose la cara, escupen fuego podrido contra rebeldes y escépticos para que nadie nos saque de la hoguera. Me detengo a mirar en el telar de la indígena la estatua del fraile de Las Casas que vigila desde lo alto a los hijos que tienen los dedos recién cortados y el alma disminuida.

“Es 11 de diciembre del año cristiano del 2007. Sería cumpleaños de mi padre. Es mejor no recordarme cómo fui porque no soportaría de nuevo observar la realidad. ¿Pero en verdad en el Baúl Mundo tiene algún sentido buscar en la ceniza el oro de la justicia?”

Anochece. “Hace uno lo que puede, lloramos a la sombra de nuestra sombra”, me dice la mujer que me ha hilado y deshilado en la tela.

Vuelvo la vista y detrás de las montañas el sol cae, desaparece. Cierro los ojos. Cuando los abro sólo veo el telar.

 

En Trois-riviéres

a Claude Beausoleil y a Paul Bélanger

Hace mucho se veía pasar el tren. Hace mucho pasaba junto al río. Pasó. Pasó demasiado tarde. Bajo los carros del ferrocarril los rieles retumban para que los árboles oigan relatos de los pasajeros que miraban desde la ventana los pasos recoletos de los trifluvianos. Quisiera escribirlas pero llegan entrecortadas.

A lo lejos se alza gris la cúpula de la iglesia de las Ursulinas. ¿Estuve aquí en el otoño de 1990? ¿En el 2002 llegó lo mismo? ¿Vi amarillearse y caer las hojas de los árboles en la soledad ahogada del ahogado octubre hasta volverse amarillo y rojizo el pequeño parque en fuego?

Tuve muchos amigos pero de espaldas hasta el pecho estuve solo y amé a mujeres jóvenes para no llorar a solas la pérdida lejana de la juventud. Un perro oscuro se comió los días y todo pasó demasiado pronto como ese velero en las aguas del San Lorenzo. Me despedí de la acción sin darle gracias, pero el iconoclasta que llevaba dentro ¿dónde quedó? ¿Dónde quedó el que se creía astuto y lúcido sólo por leerse en la máscara de Odiseo? No me equivoqué de mundo, al que amé: equivoqué la persona que a veces creyó en su personaje.

Mirando la fachada de piedra de la iglesia de las Ursulinas me pasa lo de hoy por pensarme ayer: la vida me parece un trago amargo que valió la pena bebérselo, entablé un monólogo con Dios creyendo que era un diálogo y lloré sin lágrimas el dolor del tigre ante el adiós de las palomas.

En las noches del viernes y del sábado la ciudad estalla en música en la Rue des Forges, los jóvenes se divierten, y yo, acechado por la culpa de todo lo que no hice ni tampoco tuve, me adentro en las calles oscuras para no verme.

*Estos poemas forman parte del libro De dónde, en qué país,
ganador del XXI Premio Ciudad de Melilla, España.