Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de diciembre de 2009 Num: 771

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Julio Ricci: narrador y personaje
ALEJANDRO MICHELENA

Cuentos chinos, bestsellers y utopías en la Feria del Libro de Frankfurt
ESTHER ANDRADI

El esperanto
RAÚL OLVERA MIJARES

La obra de Paz en Cuba
GERARDO ARREOLA entrevista con RAFAEL ACOSTA DE ARRIBA

Trieste, ciudad multiétnica
MATTEO DEAN

La Risiera de San Sabba
MATTEO DEAN

Respirar la pintura
RICARDO VENEGAS

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Luis Tovar
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Acapulco, el FICA y otras cuestiones (II Y ÚLTIMA)

En cuanto a largometraje mexicano de ficción, el fica exhibió simas tan profundas como la ya muy pasada Mujer alabastrina (2006) o la no muy reciente Un mexicano más (2007), así como otros filmes más dignos de mención.

“Muerte que no mueres en tanto que haya vida”

La aplicación pertinente del adjetivo rulfiano a Todos hemos pecado (México, 2009) es lo primero que sucede, tan pronto se termina de verla, con ésta que es la ópera prima en largometraje de ficción de Alejandro Ramírez, también autor del guión. No es un mérito menor el hecho de que dicha pertinencia dé la impresión de tratarse no de un objetivo que Ramírez se haya planteado de antemano, sino más bien de un hallazgo de autoría doble: la del director-guionista que propone y la de un espectador que –siempre y cuando sus lecturas previas lo tengan al tan to de la existencia de algo que se ha dado en llamar universo rulfiano– sabrá identificar primero, valorar en segundo término, y finalmente disfrutar las empatías, los guiños discretos y las referencias explícitas tocantes a las dos obras maestras del más grande narrador nacido en México. Empero, lo ante rior no significa que quien jamás haya tenido la fortuna de pasar sus ojos por las páginas de Pedro Páramo y El Llano en llamas, esté condenado a quedarse fuera del gozo estético que Todos hemos pecado sabe regalar incluso al público más desavisado.

Hablando de incursiones cinematográficas al antes mencionado universo rulfiano, es evidente que Ramírez sabe bien cuál es el riesgo que asume con el simple hecho de aproximar sus esfuerzos a un ámbito literario y narrativo tan poderosamente atractivo como el creado por Juan Rulfo. Como bien se sabe, dicho riesgo ha prohijado lo mismo esfuerzos que tienen de loable lo que tienen de disparejos –Purgatorio es un ejemplo–, que otros cuya sostenida mediocridad los ha ido desdibu jando en la memoria –¿alguien recuerda los pormenores de El hijo de la Medialuna?–, hasta llegar a otros francamente dignos del apedreo contra la pantalla –ponga aquí el lector el título de su preferencia.

El director no escurre el bulto del referente obvio sino, más bien, sabe aprovecharlo a favor de su propia obra. Así, al menos en un par de ocasiones, alguno de los personajes –cuyos nombres componen festín aparte: Santiago el que Tenía Huevos, El Chingaquedito, Pedro el Encabronado, La Chingada Vieja , Juan el Escuincle Pendejo, El Trío de Tres... –enuncia frases como “diles que no me maten” o “en este pueblo no hay ladrones”, pero lo hace con toda lógica y propiedad, como parte sustancial de aquello que en ese momento sucede en la historia, no como una cita forzada.

Es precisamente esa ausencia de corsés tanto referenciales, como de género y tono, otra de las virtudes de la cinta. Da la impresión de que, lo mismo al escribirla que al dirigirla, el realizador tenía como uno de sus principales propósitos el muy sano y encomiable de simplemente divertirse contando un cuento divertido, valga la redundancia. Da también la impresión de que supo contagiar ese ánimo al reparto –el cual, por cierto, se compone por una nómina impresionante, al menos en México, pues en ella aparecen muchos de los mejores o más emblemáticos actores de los tiempos recientes–, pues el desempeño histriónico en general le confiere a la película, en primera instancia, el indispensable aire de verosimilitud, tanto más importante cuanto lo que la historia refiere se encuentra en los lindes entre el realismo puro y aquello que ya casi nadie quiere llamar realismo mágico; pero no sólo eso, es decir, no únicamente la verosimilitud exigible, sino, es preciso insistir, una sensación gozosa que acaba por enseñorearse en el filme, sobre todo en el “epílogo” con el que se cierran los tres capítulos previos.

Aunque no se haya mencionado hasta este punto, el lector sabe o puede intuir que, si de rulfianismos se trata, el asunto necesariamente tiene que ver, entre una pléyade de temas, en primerísimo lugar con la muerte, y después con el medio rural, con el paisaje en calidad de personaje, con la desesperanza en general y con el amor en particular, más un etcétera nutrido. Este juntapalabras quiere evitar la mención de cualquier dato concreto acerca de lo que sucede en la historia que cuenta Todos hemos pecado, pues en el presente caso, más que de costumbre, sería una chapuza fenomenal, pues con ello se estaría privando al espectador de disfrutar, por él mismo y al cien por ciento, de una película a la vez densa pero ligera, seria pero desmadrosa. Ojalá que pronto llegue a la cartelera.