12 de diciembre de 2009     Número 27

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Visionario pionero de la ecología en México


FOTO: Concepción Pitalúa

Mario González Espinosa

En su extensa carrera Efraím Hernández Xolocotzi abordó muchos campos en los que dejó una honda huella por sus logros, su visión vanguardista y su empeño en abrir brechas al conocimiento. La ecología es una disciplina en la que él realizó aportaciones pioneras en nuestro país, aunque, en general, la subordinó a entender las complejidades de su objeto de estudio esencial: la agricultura. Insistía en definir la agricultura de manera muy amplia, como la actividad humana que deriva satisfactores de las plantas, los animales, los microorganismos, el suelo y el clima mediante la transformación de los sistemas naturales, realizada en forma sistemática y organizada dentro de un contexto sociocultural concreto.

Por muchos años impartió cursos de contenido ecológico, tanto en la Escuela Nacional de Agricultura como en el Colegio de Postgraduados: manejo de pastizales, geobotánica y principios de ecología agropecuaria. Además de sus enseñanzas en el aula, su visión ecológica se difundió con obras como Los tipos de vegetación de México y su clasificación (1963), un trabajo de la ecología mexicana que sigue como referencia ineludible, y su libro Biología agrícola (1985). Siempre enfatizó la necesidad de formar buenos herbarios para estudiar los sistemas ecológicos.

Escasas personas cercanas al maestro Hernández X. han seguido una trayectoria estricta dentro de la ecología, pero es indiscutible que su impacto en la investigación ecológica fue amplio y profundo, y sigue vigente; quizá desearíamos tener más vivos algunos tintes que él le dio. Las preguntas ecológicas que él consideraba útiles, dignas de atención y esfuerzo intelectual, a la postre debieran dar luz a la complejidad de las relaciones hombre- naturaleza. En grandes proyectos para la evaluación y manejo de recursos naturales (Comisión Técnica Consultiva para la Determinación de los Coeficientes de Agostadero; Comisión para el Estudio Ecológico de las Dioscoreáceas), figuras señeras de la ecología en México recibieron de él, hace más de 50 años, influencia e inspiración para hacer aportaciones dignas de una ecología mexicana original.

El maestro Hernández X. percibió la complejidad del uso sustentable de la vegetación nativa, ya sea en ambientes áridos o semiáridos mediante el manejo del pastoreo, o en las selvas cálido-húmedas con la cosecha de productos no maderables. Motivó el estudio de problemas ecológicos fundamentales, olvidados, e incluso desdeñados por los ecólogos de los países dominantes en la disciplina. Ejemplos: el efecto del disturbio humano crónico en los ecosistemas naturales bajo cosecha de baja intensidad; la dinámica de la vegetación secundaria (“acahuales”) derivada de las prácticas agrícolas y el pastoreo; las relaciones entre las unidades naturales y humanizadas en los paisajes agrarios, y los mecanismos de coexistencia de las plantas cultivadas en las milpas con las arvenses (que él insistía en no llamar “malas hierbas”).

Un frente de la ecología mundial incluye hoy la percepción integral que él tuvo. El estudio de los sistemas humanizados ha ganado aprecio entre la comunidad ecológica. Ya no son vistos como temas de segundo rango, o intratables, porque involucren la actividad humana con la consecuente complicación del marco darwinista. Ahora son retos intelectuales relevantes, aunque a veces pareciera que se reinventa la rueda. Posiblemente, el maestro Xolo volvería a decir: “casi siempre hay antecedentes”. La ecología mexicana “dura” ha mirado a menudo más al exterior que hacia su entorno inmediato para elegir sus tareas; ante las corrientes actuales, quizá más ecólogos mexicanos se animen a trabajar en temas afines a la visión xolocotziana.

México vive un momento crucial para su agricultura y para la conservación de su biodiversidad y agrobiodiversidad. Se contradicen las políticas públicas y las actitudes de sectores de la sociedad, incluida la academia. Mientras promueve fiestas populares y otros elementos del patrimonio cultural, encomiable en sí mismo, el gobierno no es consecuente en evaluar cabalmente lo que puede significar para la agricultura la introducción del maíz transgénico. La reforestación simplista atenta contra un preciado valor del país: nuestra biodiversidad. Hay más casos de este tipo. Ante esto, la ecología mexicana podría volver un poco sobre sus pasos, reflexionar sobre la obra de Hernández X. y retomar cauces de quehacer teórico y experimental que iluminen este tipo de cuestiones tan apremiantes. Hay amplio margen para contribuir a la ecología al dilucidar la racionalidad ecológica de las prácticas agrícolas tradicionales y, así, apoyar su integración en una tecnología alternativa basada en el método científico.

Investigador titular, ECOSUR, Unidad San Cristóbal

El diálogo interdisciplinario

Elena Lazos Chavero

¿Cuáles son las enseñanzas del maestro en el campo de la interdisciplinariedad? Desde la formulación de la pregunta de investigación hasta el desarrollo de la metodología, la interdisciplinariedad debería ser nuestra guía epistemológica. El maestro siempre nos trasmitió la idea de las interrelaciones de los estudios agronómicos con las ciencias sociales. El analizar el cómo, el porqué, el cuándo de los agroecosistemas nos remitía al diálogo social, cultural, económico y político. Para entender cualquier sistema agrícola, el maestro nos obligaba a repensar la historia de las relaciones sociales que permitían el florecimiento, la continuación o la terminación de algunas prácticas agrícolas. La primera pregunta que el maestro nos formulaba al describir un agroecosistema era ¿desde cuándo? Para estar seguro de que no simplemente responderíamos con una fecha, la segunda pregunta era ¿siempre fue así o cómo se ha ido transformando? Y la tercera pregunta era naturalmente ¿por qué esa práctica agrícola o ese agroecosistema o ese instrumento agrícola se ha mantenido o por qué se ha transfigurado?

Estas tres preguntas nos llevaban a reflexionar sobre un concepto fundamental, la dinámica de los sistemas agrarios. Este concepto englobaba tanto las sociedades de antaño que practicaban tal o cual sistema agrario y las sociedades de hoy. En ese paso, debíamos entender los factores ecológicos, sociales y culturales que nos explicaban la tipología y la evolución de los sistemas agrarios: desde la ubicación geográfica, el clima, el tipo de suelos y de vegetación hasta la tenencia de la tierra, el nivel tecnológico, la organización comunitaria, los conflictos sociales alrededor de las tierras laborables y los recursos naturales, las fiestas y la dinámica cultural.

Para Hernández-X. la cultura estaba en el centro de todo agroecosistema. Por ello, cuando comenzamos nuestra biología de campo en Zongolica, Veracruz, el maestro nos mandó a leer el trabajo de Arturo Warman titulado La danza de moros y cristianos, publicado por primera vez en 1972. Si bien esta danza representa las danzas de conquista, al terminar de leer la obra, no entendíamos su relación con nuestro objeto de estudio: la dinámica de las milpas entre los nahuas de Zongolica. Nos llevó varios meses entender la integración de la milpa nahua de esta región en el contexto de dominio/dominado, explotado/explotador. La problemática de la milpa no residía en el “atraso tecnológico” que otras escuelas y líneas de investigación de los años 80s nos enseñaban. Tampoco residía en las prácticas agrícolas, ya que éstas resultaban ser parte de una dinámica ecológica compleja: a) el manejo de la fertilidad y la búsqueda de nutrientes por medio del cuidado de los tocones de árboles de la familia Leguminosae y b) el manejo de las plagas por medio de la diversidad y de una tipología compleja de cultivos.

Entonces si las respuestas a nuestros objetivos no se concentraban únicamente en aspectos tecnológicos o agronómicos, debíamos buscarlas alrededor de la simbolización y el significante de la danza de moros y cristianos, desde lo conquistado y dominado, desde la verdad antagónica entre campesinos y agrónomos. Claramente esto nos conducía a contextualizar la dinámica de la milpa en una realidad socioeconómica, cultural y política.

Por otro lado, la dinámica de los sistemas agrarios partía de una visión regional. Aunque estuviéramos describiendo un agroecosistema en una comunidad, estábamos obligados a asomarnos a las comunidades vecinas. ¿Estudiábamos una excepción o una comunidad que formaba parte de una dinámica general? La dinámica regional nos encuadraba la dinámica de los sistemas agrarios: principalmente, los mercados como fuentes de intercambio de conocimientos y de material genético pero también como centros reguladores económicos y como centros de toma de decisiones políticas. Para Hernández Xolocotzi, los mercados eran un hecho social total. Inspirado en Marcel Mauss, el don era agonista, ya que los vínculos no mercantiles (intercambios o trueques) a la vez que creaban vínculos sociales, obligaban a quienes lo recibían a dar un contradon. En este sentido, el hecho social total conllevaba dimensiones económicas, religiosas, políticas y culturales y esto estaba en los objetivos de las investigaciones agronómicas de muchos alumnos y alumnas del maestro.

Por tanto, el diálogo entre la dinámica de los sistemas agrarios y la dinámica social y cultural de las comunidades rurales nos remitía a enlazar la biología, la agronomía, la antropología, la historia y la sociología, principalmente. Nuestras preguntas de investigación y nuestras herramientas metodológicas se nutrían de la interdisciplinariedad. Nuestros libros de inspiración provenían desde los clásicos de la antropología con Angel Palerm y Arturo Warman hasta los clásicos de la etnohistoria sobre los sistemas agrarios de Teresa Rojas, Marcus Joyce, Kent Flannery.

Metodológicamente, recorríamos las milpas, con la libreta bajo el brazo, para pescar toda minucia agronómica, pero también para escuchar toda historia relativa al manejo de la parcela. Las familias campesinas, mayas, nahuas o mestizas eran la fuente de nuestro entendimiento y como tal debíamos razonar no sólo sobre el mundo del agroecosistema sino sobre el mundo rural.

Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM