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Desde antes de que las secretarías de Agricultura (Sagarpa) y de Medio Ambiente (Semarnat) anunciaran las primeras autorizaciones para la siembra experimental de maíz transgénico en territorio mexicano, el 15 de octubre pasado, y después, con más contundencia, científicos nacionales y extranjeros, organizaciones ambientalistas, legisladores e instancias internacionales como Slow Food, han manifestado críticas profundas y fundamentadas sobre los múltiples riesgos: de erosión genética que corre este grano nacido en México, de soberanía alimentaria y de salud pública. Las críticas apuntan en algunos casos a la ilegalidad del procedimiento de aprobación. Y también hay señalamientos que derrumban los principales argumentos del gobierno para promover los transgénicos, respecto de que su supuesto mayor rendimiento augura una oferta adecuada en el futuro para la población creciente. Sin embargo, haciendo oídos sordos, ambas secretarías han avanzado hasta casi aprobar el total de 35 solicitudes de experimentación de maíz modificado presentadas este año por las empresas dominantes de la transgenia, en especial Monsanto y Dow AgroScience, y el más reciente discurso oficial al respecto, pronunciado el 16 de noviembre en Jalisco por el coordinador de Asuntos internacionales de la Sagarpa, Víctor Villalobos, se mantiene en el autismo: “para 2030 México tendrá cerca de 121 millones de habitantes (...) requerirá cada año 241 millones de toneladas de productos agrícolas, 78 millones más que en 2006 (...) habrá que poner atención en la biotecnología (llámese transgenia) y su contribución a la seguridad alimentaria (...) 25 países del mundo han adoptado los cultivos biotecnológicos, y su área global en 2008 fue de 125 millones de hectáreas”, según señaló un boletín de prensa la Sagarpa citando al funcionario. Apenas en marzo Doug Gurian Sherman, miembro de la Union of Concerned Scientis (UCS) dio a conocer su informe Failure to yield (Fracaso en el rendimiento), resultado de una minuciosa evaluación de la eficiencia productiva de la ingeniería genética, a partir de dos docenas de estudios académicos. Y la conclusión fue que el maíz y la soya transgénicos con tolerancia a herbicidas “no han aumentado los rendimientos” y el maíz resistente a insectos “los ha mejorado sólo marginalmente”. El reporte dice que “el aumento de los rendimientos de ambos cultivos en los 13 años recientes fue en gran parte debido al mejoramiento tradicional o a otras mejora en las prácticas agrícolas”. Pero más allá de lo puramente productivo, científicos de primer nivel miembros de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) que firmaron una carta entregada el 29 de septiembre al presidente Felipe Calderón –y que fue signada también por intelectuales y artistas, más de 600– advierten que abrir espacio en México al maíz transgénico “representa un riesgo desproporcionado e innecesario que debe evitarse a toda costa por el bien de México y el mundo”. La carta –disponible en www.unionccs.net– dice que “después de un cuarto de siglo de siembras experimentales, y más de una década de distribución comercial de maíz transgénico, existe evidencia plena de que los beneficios que ofrecen estas líneas comerciales no compensan de ningún modo los grandes riesgos que implica su liberación. (...) Muchos otros gobiernos en el mundo han tomado en cuenta esta evidencia y han decidido detener la siembra y, en muchos casos, incluso la importación de maíz transgénico y sus derivados, lo cual hace que la posición de su gobierno sobre este asunto sea aún más incomprensible e injustificada”. La advertencia es porque en esa fecha ya se preveían las autorizaciones a la experimentación. El documento dice que “los riesgos del la liberación al ambiente de organismos genéticamente modificados pueden ser mucho mayores cuando se realizan en centros de origen y diversidad de esos organismos (como es el maíz para México). En tal caso, los transgenes inevitablemente se introducirían en las diferentes variedades nativas que poseen distintos contextos y características genómicas. “Al contrario de lo que ocurre con la contaminación química, los efectos de la introducción de transgenes al germoplasma del maíz –herencia botánica custodiada por los campesinos e indígenas en México– podrían ser irreversibles y progresivos, debido a la acumulación paulatina de transgenes en este germoplasma. Ello indudablemente significa que la responsabilidad que se tiene sobre este asunto trascienda como nunca antes a las generaciones venideras.” Organizaciones campesinas y ambientalistas han expresado su rechazo a la siembra de maíz transgénico y están buscando que el gobierno retroceda, que frene la experimentación que ya está en marcha en Sonora, Sinaloa y Tamaulipas. Greenpeace México interpuso un recurso de revisión ante la Sagarpa con el argumento de que las autorizaciones violaron varias leyes, incluidas la de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados y la Federal de Procedimiento Administrativo (LFPA) y el propio Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Sin embargo, la autoridad desechó el recurso al considerar que la asociación civil carece de la personalidad jurídica para presentar este reclamo. Patricia Arendar, coordinadora de Greenpeace México, afirmó sin embargo que no se dan por vencidos y están desplegando varias estrategias. Una de ellas es la búsqueda con gobernadores para que declaren sus estados “libres de transgénicos”, como ya lo hizo en octubre el Distrito Federal. “Estamos en negociación. El primero podría ser Chihuahua”. Y también están explorando otros mecanismos legales nacionales e internacionales, y el acercamiento con organizaciones campesinas para fortalecer un frente común social contra el maíz transgénico. Desde fuera hay reacciones. Slow Food, el movimiento global nacido en 1989 en París para defender la alimentación, sana, local y artesanal en contraposición con la comida rápida, chatarra e industrializada, hizo un llamado al mundo el 20 de noviembre, en voz de su presidente Carlo Petrini, “para defender la gran biodiversidad alimentaria de México, patrimonio de sus pueblos indígenas, que con generosidad han compartido en el mundo entero y que hoy está gravemente amenazada”. Petrini dijo que “el mundo se sorprendió y se alarmó al enterarse de que el gobierno mexicano otorgó los primeros permisos para la siembra experimental de maíz transgénico en tierras mexicanas, cuna de la agricultura alimentaria”. Anunció que le 10 de diciembre los más de cien mil miembros activos de Slow Food en 132 países se sumarán a la defensa de la pureza de los maíces originarios de México. Esto durante la celebración del Día Terra Madre, fecha en que este movimiento internacional promueve su filosofía de que la alimentación debe ser buena, justa y limpia (LER).
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