Opinión
Ver día anteriorDomingo 29 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Literatura sin calificativo
I

gnoro si la llamada literatura femenina dejó de ser para el editor y el librero la materia comercial por excelencia y hubiera sido ya sustituida por otro descubrimiento literario, pero lo cierto es que, en 2009, en el lector hombre o mujer sigue existiendo desorientación respecto de qué es exactamente esta literatura y de qué manera ha de juzgarla.

La literatura femenina es la que ha sido escrita por una mujer. Trata cualquier tema y, si es narrativa, el punto de vista puede ser incluso el de un hombre, además de que sus protagonistas no tienen necesariamente que ser en exclusiva mujeres. Por lo que hace a una clasificación, la única diferencia con la literatura masculina radica en que la femenina está escrita por mujeres, pues, igual que la masculina, la femenina pretende atraer tanto a lectores varones como a lectoras mujeres.

Es evidente que en ambas divisiones hay literatura buena y literatura mala. Visto en estos términos, parecería que cada cosa estuviera en su lugar, y que la literatura femenina no presentara otro rasgo distintivo, aparte del de estar escrita por mujeres, que justificara por qué, en contraste con la masculina, fuera la que causara confusión.

El desconcierto que ha levantado la literatura femenina suele atribuirse al hecho de que un número considerable, y en expansión, de novelas escritas por mujeres ha tenido éxito inmediato y con frecuencia mundial. Pero en lugar de que esta realidad acabara de definir el concepto de literatura femenina, lo que ha hecho es confundir tanto al autor, hombre o mujer, como al lector, pues en el primero ha desatado ya sea rencores o sueños desmedidos, mientras que en el segundo y en última instancia ha provocado desorientación, desmedida también.

Así como el éxito comercial de un libro (escrito por hombre o por mujer) no indica per se que se trata de un libro malo, y la falta de éxito comercial de un libro tampoco es índice de que en sí se trata de un libro bueno, no todos los libros escritos por mujeres alcanzarán un éxito comercial mundial e inmediato, y no por eso han de ser libros malos, ni los que sí lo alcancen serán, por lo mismo, libros buenos.

Aunque la literatura femenina ha existido siempre, lo que ha llamado la atención sobre ella no ha sido sino el éxito comercial de algunas novelas escritas por mujeres. Esto ha ocasionado que ciertas escritoras se resistan, por más que inútilmente, a que su trabajo se clasifique dentro de la literatura femenina, pues sostienen que sus libros no son de los que alcanzan el éxito comercial que, para algunos, es lo que ha definido el concepto de literatura femenina. Estas escritoras, producto de una larga y dura lucha para conquistar el derecho de escribir abiertamente (con su nombre, sin cambiar de sexo ni siquiera en apariencia), se consideran tan capaces como el hombre, y lo son, para competir con él en el mundo de la literatura sin calificativo, y preferirían, por lo tanto, que desaparecieran las clasificaciones, para ellas corsé, asfixiante y anticuado, por completo discriminatorio e innecesario.

Pero dado que dicha taxonomía está más que establecida, ¿cómo lograr que el término de literatura femenina diera cabida tanto a los libros que han sido escritos por mujeres y que han alcanzado éxito comercial, en ocasiones inclusive confundido con el prestigio, como a los libros que han sido escritos por mujeres y que no han obtenido dicho éxito, por más que tanto unos como otros puedan ser libros buenos?

Contrario a las conclusiones a las que en este sentido hubiera yo llegado antes, hoy sostendría que, para que la definición de literatura femenina acogiera por igual los libros que hubieran sido escritos por mujeres y que fueran comerciales como los libros que no resultaran comerciales, habría que mezclarla toda y encomendar el conjunto al azar, ese consejero que, sin razonamientos de ningún tipo, inclina al lector hombre o mujer hacia un libro determinado de literatura femenina. El hecho de que todavía existan lectores, hombres o mujeres, que entren a una librería (el hecho de que todavía existan librerías) y se dejen atraer por los libros (el hecho de que todavía existan los libros, escritos por hombres o por mujeres), es más de lo que cualquier hombre o mujer que escriba (el hecho de que todavía existan hombres y mujeres que escriban) pudiera desear.