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La próxima escala del escritor francés, la Feria del Libro de Oaxaca

Houellebecq recitó en la Casa del Lago su autobiografía de resentimientos
Foto
El poeta en su presentación del Festival de Poesía en Voz Alta, acompañado por los músicos José María y Alonso Arreola, en la batería y el bajo, respectivamenteFoto Francisco Olvera
 
Periódico La Jornada
Sábado 28 de noviembre de 2009, p. 4

Por dos razones hay tanta gente esperando la aparición de Michel Houellebecq sobre el escenario del foro al aire libre de la Casa del Lago: por su literatura y por su mala fama: hermanas siamesas.

Viene por primera vez a México, y no es cosa para perdérsela. A pesar del frío. El novelista de Las partículas elementales viene a leer sus poemas en la quinta edición del Festival de Poesía en Voz Alta. Sesión de clausura.

El provocador, el misántropo, el azote de las conciencias políticamente correctas, arriba furtivamente por un costado del escenario. Tercera llamada. Y de la sombras emerge un hombrecillo esmirriado, de hombros encogidos y andar parsimonioso. Su rostro tiene marcado parentesco con el del vampiro Nosferatu. El parecido será más notorio cuando se quite los anteojos.

A lo que te truje, Michel. Olvídate de los saludos. La cortesía no es lo tuyo, sale sobrando. Bien sabes lo que se espera de ti.

Comienza el espectáculo de poesía performática: Partículas horizontales. En el bajo está Alonso Arreola, músico, periodista y gestor de la presencia de Houellebecq en Chapultepec. En la batería está su hermano, José María.

Una mano del poeta se aferra al micrófono y la otra es un puño cerrado a la altura del pecho, cual niño que abrazara un juguete querido e invisible. Sobre él la música de los Arreola empieza a fluir el verbo despiadado del francés, autobiografía del dolor y el resentimiento.

Sobre una pantalla al fondo del escenario se leen las versiones en español de los poemas que va leyendo: Michel tiene 15 años. Ninguna chica lo ha besado nunca. Le gustaría bailar con Sylvie, pero Sylvie está bailando con Patrice, y es evidente que le encanta. Él está petrificado, la música penetra hasta su yo más profundo. Es lenta y magnífica, de una belleza irreal. No sabía que se pudiera sufrir tanto. Hasta el momento había tenido una infancia feliz.

Con un bajo, una computadora, una matraca, un gong, un radio, Alonso Arreola –ex integrante de La Barranca– juega, improvisa, subraya, acompaña, dialoga con las palabras de Houellebecq. La audiencia se mantiene en expectante silencio. Durante el recital no habrá el mínimo amago de aplauso. Habría sido una frivolidad aplaudir ante ese alud de afirmaciones y sentencias inapelables que emanan de su poesía: A partir de un determinado nivel de conciencia se produce el grito. La poesía deriva de él. El lenguaje articulado, también.

Sin artificios histriónicos ni escenográficos, el espectáculo tiene como principales protagonistas a la voz y la palabra. Lo más que hace el escritor es marcar el ritmo con un pie o mecer el cuerpo siguiendo los malabares sonoros de los Arreola.

Declaración de principios, autobiografía, desahogo. Desde las bocinas y desde la pantalla, las verdades de Houellebecq se disparan en todas direcciones, hiriendo de inquietud y tierno pesimismo a la audiencia: Desarrollad en vosotros un profundo resentimiento con respecto a la vida. Tal resentimiento es necesario en toda auténtica creación artística.

Al final, el público se desborda en un aplauso intenso, con gratitud masoquista por los placeres recibidos después de tener, durante una hora, el dedo en la llaga.

Michel Houellebecq retorna a la fragilidad de su apariencia, se abraza con los Arreola y se inclina ante el público con timidez y humildad inesperadas. Viene al caso el fragmento de uno de los poemas leídos: No hay que desdeñar la timidez. Se le ha considerado como la única fuente de enriquecimiento interior.

Sus últimas palabras de la velada son en español: Gracias por estar aquí. Un pequeño enjambre de guaruras-achichincles cubren su retirada, lo resguardan de la petición de autógrafos y se lo llevan a toda prisa.

La Feria del Libro de Oaxaca es la siguiente escala de su periplo mexicano.