Opinión
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La Muestra

La banda Baader-Meinhof

Foto
Fotograma de la cinta Der Baader Meinhof Complex del director Uli Edel
I

ntentar la crónica de los años de plomo, el periodo histórico en Alemania occidental que va de las revueltas estudiantiles de 1967 en Berlín, al secuestro y ejecución del empresario Hans Schleyer en 1977, era una empresa que sin duda requería, a más de treinta años de distancia, de un tratamiento documentado y preciso, objetivo en lo posible, no exento de cierto aliento épico. En La banda Baader Meinhof (Der Baader Meinhof Complex), el realizador alemán Uli Edel (Christiane F., 1981; Última salida a Brooklyn, 1989), y el experimentado guionista Bernd Eichinger, colaborador suyo en las cintas mencionadas, tuvieron todo para llevar a buen término la tarea: una producción costosa, un reparto de calidad, y la decisión de no emitir de modo alguno un juicio categórico sobre las acciones descritas. Tomaron distancias con el cine de tesis, con el alegato panfletario, y construyeron una cinta de acción, un thriller político, cuyos ejes centrales, en orden estrictamente cronológico, fueron la represión gubernamental a las protestas juveniles durante la visita del Sha de Irán a Berlín en 1977 que orientó la revuelta hacia una espiral de confrontación de violencia extrema que culminaría en atentados terroristas.

A partir de la creación de la llamada Facción del Ejército Rojo/Rote Armée Fraktion (que no habría que confundir con las Brigadas Rojas en Italia), lo que inició como una protesta pacifista contra la guerra de Vietnam y el autoritarismo alemán, pronto derivó en una pesadilla nacional que Uli Edel describe minuciosamente, aunque con un gusto pronunciado por el espectáculo. Esto último hace de su cinta la perfecta antítesis de las propuestas más sobrias y contundentes del cine alemán sobre el mismo tema: El honor perdido de Katharina Blum, según la novela de Heinrich Böll, sobre el nexo de la derecha política y el periodismo sensacionalista, y Las dos hermanas, de Margarethe von Trotta, sobre la relación de Ulrike Meinhof y su hermana Gudrun Esslin en la cárcel de máxima seguridad de Stammheim. Mientras aquellas cintas capturan el clima de terror sicológico implementado, en dosis casi parejas, por los terroristas y el Estado alemán, lo que ofrece Uli Edel es un registro pormenorizado de los acontecimientos desde la perspectiva segura (objetiva, se dirá) de una crónica atenta a los golpes escénicos y al carisma, entre angelical y perverso, de los protagonistas centrales: Andreas Baader (Moritz Bleibtreu), Ulrike Meinhof (Martina Gedeck) y Gudrun Esslin (Johanna Wokalek), víctimas a final de cuentas de su extremismo político y a la postre de su ingenuidad irredimible.

La cinta es eficaz en su afán didáctico y en su recuento del horror físico de la deriva terrorista, pero en su apuesta por lo espectacular encuentra, irónicamente, el mayor obstáculo para profundizar en la historia y sacar las conclusiones más pertinentes de la tragedia humana que describe.