Opinión
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Mar de Historias

Otra nueva vida

M

ayra acababa de pasar su primer fin de semana sola. Imaginamos que llegaría abatida a la oficina y todas nos pusimos de acuerdo para reconfortarla. Al contrario de lo que esperábamos, no tuvimos que hacerlo.

El lunes Mayra apareció radiante, con el fleco platinado, casi blanco: la primera consecuencia de su nueva vida independiente. Nos dijo que había invertido toda la mañana del sábado en aplicarse con calma el tinte y sin tener que pedirle opinión a nadie. El pronombre indefinido aludía a Herminio, el esposo de quien luego de nueve años de matrimonio estaba a punto del divorcio.

Decolorarse unos cuantos mechones significaba una mínima parte de los cambios que iban más allá de lo físico. Mayra quería dejarse la melena larga, adelgazar, elegir ropa menos sobria, pero, sobre todo, ser dueña de su tiempo. Su nueva condición la relevaba de acompañar a su suegra a las compras sabatinas y asistir a las comidas dominicales. Le provocaba una felicidad inmensa la simple idea de que ya no oiría las mismas anécdotas, las mismas quejas y –peor aún– los mismos chistes en boca de Abelardo, el mayor de sus cuñados.

El lunes anterior a ese fin de semana, tras una discusión terrible, Herminio había abandonado el departamento. Aunque fuera por anticipado, le pregunté a Mayra si pensaba conservarlo o mudarse. Me respondió que las dos cosas a la vez: “Me quedo a vivir allí porque me conviene la renta y es muy lindo. En cuanto Herminio se lleve sus muebles voy a redecorarlo. Quiero tener poquitas cosas, pero que sean de mi gusto. ¿Se imaginan qué maravilla?”

Comprendimos el entusiasmo de Mayra cuando nos hizo otra confesión: “Será la primera vez en que decida el ambiente en el que voy a vivir. De soltera mi madre elegía el color de las paredes, el tapiz de los muebles; de casada, mi esposo y mi suegra se encargaban de hacerlo. Tengo 34 años. Como que ya iba siendo hora de que tomara mis propias decisiones: esta mesa me gusta y se queda; esas cortinas me deprimen, las quito”.

Contagiada por el entusiasmo de Mayra, Noemí le encontró una ventaja adicional al próximo divorcio de nuestra amiga: Podrás acompañarnos a la excursión de fin de año. Pensamos ir a Xilitla. Dicen que es un lugar rarísimo y precioso. Claudia ya lo conocía. Afirmó que era un sitio único y de seguro íbamos a gastar mucho menos que el año pasado en Acapulco.

Sissi aprovechó para reclamarme que aún no hubiera revelado las fotos que nos tomamos en la playa. Prometí que lo haría enseguida y Mayra se echó a reír: acababa de recordar las de su luna de miel. Las calificó de bien tiernas. Me entró curiosidad por verlas y ella accedió a mostrármelas cuando fuera a visitarla.

Su invitación me sonó a esos vagos propósitos que nos hacemos frente a una vieja amistad con la que de casualidad nos encontramos: Déjame tu teléfono: un día de éstos te llamo. Nos ponemos de acuerdo y una nochecita nos vamos a cenar. Mayra interpretó mis palabras como una provocación: Yo siempre cumplo mis promesas. Además, hace mucho que no vienen a mi casa. Las invito para dentro de 15 días. Voy a hacer una fiesta: quiero celebrar mi próximo divorcio.

Le dije que me parecía una idea macabra. “¿Por qué? Si las invité a la reunión que Herminio y yo organizamos cuando nos comprometimos, es natural que las convide ahora que estoy a punto de emprender otra nueva vida.”

II

Para la noche de la fiesta Herminio ya se había llevado a casa de su hermano Abelardo la cantina rústica, un sillón reclinable, una mesa de acrílico en forma de mano abierta y un librero. La falta de esos muebles daba a la sala-comedor un aspecto más grato y ordenado.

Noemí le preguntó si no se consideraba despojada. Mayra dijo que, por el contrario, nunca se había sentido más plena y se dirigió a la cocina para traernos algo de comer. Claudia se acercó al modular y revisó los compactos: Mayra: déjame consentirte. ¿Qué quieres oír? “Lo que sea, menos Caetano Veloso. A Herminio le encantaba y ahorita como que no…” ¿Tienes algo de Los Panchos? “Sí, pero no los pongas. Cuando éramos novios Herminio me cantaba Caminemos”. Terminamos escuchando canciones mexicanas interpretadas por Plácido Domingo.

Nuestra anfitriona reapareció con una charola de bocadillos. Su aspecto era magnífico y más su sabor. Sissi le preguntó dónde había aprendido a hacerlos. Mayra no ocultó su satisfacción: ¡Aquí! Herminio me enseñó. Para estas cosas tiene una mano increíble. De recién casados andábamos tan mal de dinero que hasta pensó en montar un negocio de bocadillos a domicilio. ¡Qué locura!

Después de los primeros brindis Mayra nos propuso recorrer el departamento para que le diéramos ideas acerca de cómo redecorarlo. Antiguo, espacioso, además de cocina y despensa, tiene baño con tina y dos habitaciones muy amplias. Una funciona como estudio y otra como recámara conyugal. Por el clóset entreabierto vi ropa masculina. Es de Herminio. Cuando se fue me dijo que un día de éstos iba a venir a recogerla y ¡nada! Me imagino que es porque ahora está viajando más por su trabajo y no ha tenido un tiempecito libre.

¡Pero bien que lo tuvo para llevarse los muebles!, dijo Sissi. El comentario le ganó una lluvia de miradas adversas que no le impidieron seguir hablando: No tengo nada en contra de Herminio, pero su actitud me parece muy descortés. Debería comprender que a Mayra le resultará doloroso mirar su ropa y que él no esté. Lo digo por experiencia: cuando mi papacito falleció, sólo de ver sus trajes quería morirme también. Por eso los regalé.

Mayra se mordió los labios y sus ojos se abrillantaron. Noemí se dio cuenta y quiso darle un sesgo divertido a la situación: Insístele a tu futuro ex para que se lleve su ropa antes de que te salga un galán que quiera venir a visitarte. Mayra se incomodó: ¿A estas alturas? Lo dudo mucho. Además, no estoy como para pensar en eso. ¿A quién le sirvo otra? Todas alzamos nuestras copas.

De vuelta en la estancia seguimos abordando el tema. Noemí fue la más insistente: Es natural que ahora no quieras considerar la posibilidad de un romance; pero luego, cuando pase algún tiempo, te juro que lo harás. Que no te dé pena reconocerlo. Y otra cosa: tienes todo el derecho del mundo a buscar una nueva pareja.

Claudia levantó la mano: Un momento: no sólo ella. También Herminio debe darse la oportunidad de ser feliz con otra mujer. Y no dudo que la encuentre. Lo he tratado muy poco, pero me resulta un hombre muy agradable y bastante atractivo. No tanto, dijo Mayra con desdén. Ah, sí, ¿cómo de que no? El hombre tiene lo suyo. Reconócelo aunque ya no lo ames.

La afirmación de Claudia me pareció una ligereza, pero ella la sustentó con un argumento obvio: Si Mayra quisiera a Herminio no estaría contentísima porque ya pronto será una mujer divorciada. Y conste que no la estoy criticando por eso. Ahora es lo natural. En el mundo hay millones de parejas que en este momento se están separando porque consideran que solos vivirán más contentos.

Sissi tomó la palabra: Hasta para los matrimonios que no hayan tenido hijos, como Mayra y Herminio, no creo que sea tan fácil lograrlo. Claudia se puso dramática: Debe de ser muy duro deshacerse de toda una vida para empezar otra desde cero.

Mayra estaba muy sensible y el comentario la hizo llorar. La rodeamos para consolarla mientras Claudia juraba que no había sido su intención entristecerla. ¡Pero lo hiciste! Y francamente no se vale, gritó Noemí. Dispuesta a abandonar la fiesta, Claudia tomó su abrigo. Mayra la detuvo: No te vayas. Tú no tienes nada que ver con mi reacción. Estoy muy confundida. Ya no sé lo que quiero. Pienso en el futuro sin Herminio y siento un vacío espantoso; imagino la vida de antes y no sé si me gustaría llevarla otra vez.

Le pregunté qué era lo que más le había molestado de Herminio en los últimos tiempos. Lo pensó antes de contestarme: Tal vez su indiferencia. Cuando me ponía un vestido nuevo o un peinado distinto jamás lo notaba. Llegué a creer que yo era transparente para él.

Sonó el timbre. Fui a abrir la puerta. Era Herminio. Al vernos se sorprendió: Parece que soy inoportuno. Sigan con su reunión. Otro día vuelvo por mi ropa. Mayra salió a su encuentro: No es necesario. Si quieres, de una vez. Él se quedó observándola: Tienes mechones blancos en el pelo. Te favorecen. Bueno, voy al coche por la maleta. En cinco minutos empaco y las dejo en paz. ¡Lo juro! Mayra lo siguió con la mirada. Por su expresión todas adivinamos sus pensamientos. Nos despedimos rápido. Ella no intentó retenernos.

Siempre que veo a Mayra con Herminio pienso que no organizó aquella fiesta para darle la bienvenida a su próximo divorcio, sino para tener con quién hablar del amor de su vida.