Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de noviembre de 2009 Num: 765

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Una vida en la actuación
RICARDO YÁÑEZ entrevista con MARTHA OFELIA GALINDO

Nota de presentación
MARCO ANTONIO CAMPOS

Bonifaz Nuño, universitario de excepción
JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

Poema
RUBÉN BONIFAZ NUÑO

(Boceto de) mi trato con Bonifaz Nuño
FERNANDO CURIEL

Rubén Bonifaz Nuño
JUAN GELMAN

Un universitario llamado Rubén Bonifaz Nuño
JORGE CARPIZO

Un universitario paradigmático
DIEGO VALADÉS

Lowry: el que fue volcán
PAUL MEDRANO

Leer

Columnas:
Galería
SALOMÓN DERREZA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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La inocencia de las bestias

Verónica Bujeiro (1976) es una rara avis no sólo en el panorama de la dramaturgia mexicana, sino incluso dentro del contexto de su propia generación. A una formación heterodoxa (entre la lingüística y la cinematografía, además de lo estrictamente teatral), habría que aunar la particularidad de su voz y de sus referentes. Como buena parte de sus contemporáneos, Bujeiro prefiere, casi siempre, concentrarse en reflejar las oscuridades del espíritu; lo que la distingue de ellos, y de muchos otros, es la clave que elige para estilizar este retrato amargo. Y esa clave no es otra que un estilo cercano al absurdo, tan cercano al absurdo como pocos dramaturgos mexicanos lo han estado. Así de excéntrica es la escritura de Verónica Bujeiro.

En las escasas obras que de ella han podido circular –apenas tres de hecho–, Bujeiro traza universos que remiten a las narrativas del comic y del esperpento; su lógica debe entenderse desde la certeza de que la formación sentimental de la autora está atravesada tanto por la literatura como por la televisión y la historieta. De La tristeza de los cítricos a Prohibido acostarse al sol y hasta La inocencia de las bestias, Bujeiro ha trazado caracteres que parecen emanados del baúl de un hechicero o de la levita de un prestidigitador. Pero esta rareza es sin embargo revestida de una humanidad que conmueve; condenados muchas veces a un confinamiento de motivos velados o decididamente inexplicables, los personajes de estos universos alterados se mueven entre la desesperanza de su sino y los tímidos intentos que realizan por sacudírselo. En medio de este pesimismo descarnado y de la ironía de un humor inclemente, Bujeiro se las arregla para mostrar, tenue y fugazmente, un hálito de luz que deja ver la posibilidad de redención y trascendencia para su conjunto de posthumanos lacerados por el abandono y la pérdida.


Claudia Romero

Tal complejidad requiere, naturalmente, de complicidades agudas y sensibles en la escena; no resulta sencillo trasladar estas viñetas esperpénticas a las leyes concretas de la escena, sobre todo en un medio poco habituado a lidiar con escrituras cercanas al absurdo en cualquiera de sus formas. Hay quien sostiene que la poética de Bujeiro ha tenido correlatos poco afortunados en las tablas, o al menos que quienes han llevado sus textos a escena se han quedado cortos en su traslación de estos discursos tan recargados de significados y connotaciones estéticas. Como quiera que sea, Claudia Romero, joven directora con quien Bujeiro ha trabajado anteriormente, ha llevado a escena La inocencia de las bestias, que se presenta actualmente en el Foro La Gruta de la capital.

La fábula de los hermanos Díaz (encarnados por Llever Aíza y Emilio Savinni), gemelos en cautiverio asolados por la sombra de sus padres y por la duda entre perpetuar su especie en una suerte de incesto oblicuo o decantarse por una libertad plena, es escenificada por Romero con base en la creación de una partitura física compleja y barroca, en la que cada uno de los movimientos parece haber sido concebido con esmero y detenimiento. Si bien esto permite ver la destreza corporal de ambos intérpretes –y en el caso de Aíza, su habilidad vocal, notable y sostenida–, esta construcción contribuye de igual forma a crear una distracción considerable para el discurso general de la escenificación. Puede decirse que el dispositivo que la directora ha fabricado se vuelve en contra de lo que podría ser uno de sus objetivos esenciales: concatenar una serie de acciones y signos mínimos que subrayen, metaforicen o amplíen el sentido o los ejes principales del texto de Bujeiro. Aislados, muchos de ellos cumplen con creces la encomienda y se vuelven significativos; pero el conjunto, o mejor dicho la acumulación, los desprovee del efecto, incluso tonal o emotivo, que individualmente pudieran causar. Este remarcado obstaculiza, por momentos, que la historia, con los baches que la dramaturgia misma evidencia, se cuente fluidamente al espectador y denotaría, en un plano especulativo pero a la vez más profundo, cierta desconfianza en el material textual con que se cuenta y con la palabra dramática en sí misma. Las complicaciones a las que Romero ha sometido a la enunciación de sus actores podrían ser, en síntesis, el síntoma más claro de una confusión entre enriquecer los límites del texto y constreñir sus alcances por vías de la aglomeración.