Opinión
Ver día anteriorJueves 29 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Regreso a New York
A

cabo de volver en este eterno (¿podrá serlo?) deambular que empieza a asombrarme. Presenté mis Obras reunidas editadas por el Fondo de Cultura Económica, obras reunidas, afortunadamente, no obras completas.

Después de este preámbulo obviamente narcisista, empiezo mi crónica de viaje. En Nueva York una especie de verano indio, calor, sol, gente por doquier, muchas exposiciones, cine, teatro. Hago lo que puedo y camino sin cesar, recorriendo las calles del Village, un barrio, dice de repente un joven delgado, ¿o es una joven?, respondiendo con determinación a una pregunta que alguien le hace, el Village es un barrio gay. También, agrego yo, en voz baja, un barrio estudiantil: por todos lados hay edificios del campus de la Universidad de Nueva York, NYU, donde se presentaron mis libros gracias al consulado de México allá, a la Universidad y last but not least al propio Fondo. (Veo con pena y gozo apenas disimulado, que me persigue el narcisismo.)

Estaba alojada en el Washington Square Hotel, en el lado norte de la plaza, cerca del enorme arco que imita las construcciones romanas, como sucede en cualquier ciudad que se precie de pertenecer al primer mundo, aunque una amiga que acaba de volver de China me dice tajantemente: Nueva York se está volviendo una ciudad del quinto mundo, adonde hay que ir es a Pekín, ésa sí es ciudad de primer mundo; lo anoto en mi cuaderno de viajes mental. Sigo caminando, me detengo y tomo café en algunos de los muchísimos changarros de la zona, malo como su vino, mucha gente, mal servicio, calor, veladoras, meseras displicentes venidas de cualquier lugar del mundo, carísimo.

Llegué el lunes por la noche, en el hotel, un ejemplar del Time Out, lo leo con cuidado; ceno en el restorán del hotel, bien; tomo un taxi y me voy al cine, el Film Forum, a unas cuadras de allí: hay una retrospectiva de Elia Kazan, prefiero ver una película de Claire Denis, una directora francesa que me gusta, ha hecho películas muy interesantes sobre minorías, ésta se llama 35 copas de ron; pasan trenes, alguna gente, muchos negros, puros negros, parece una ciudad de África, una de las antiguas colonias francesas de ultramar, pero a la vez tiene un aire europeo; casi al final, descubro que todo sucede en París, un barrio poblado totalmente por africanos; con gran finura, como en alguno de los textos de Georges Perec, advertimos la paulatina transformación que hace que, de pronto, las ciudades europeas se conviertan en enormes conjuntos de poblaciones coloniales, de lo que alguna vez se llamó las minorías, transformadas ahora en mayorías, para terror de quienes antes los colonizaban. Al día siguiente veo una película chilena: La nana, de Sebastián Silva, donde se juegan de nuevo sutiles ejercicios de dominio entre los de arriba y los de abajo.

Los museos: visito varios: el del Barrio, con pinturas de latinoamericanos, su influencia sobre los grandes pintores estadunidenses; una sala dedicada al uruguayo Joaquín Torres García, en su periodo neoyorquino por allá de los años 20. En el Guggenheim, una retrospectiva de Kandinsky; la cola alcanza cuatro cuadras: desisto, me voy al Metropolitan con varias pequeñas exposiciones, Watteau, una pequeña de dibujos chinos y ¡la cumbre!, La lechera, de Vermeer, el préstamo que el Rjksmuseum de Amsterdam le ha hecho a Nueva York para conmemorar su nacimiento, primero como Nueva Amsterdam. Rodeada de cuadros contemporáneos, La lechera se despliega robusta y oficiosa, demostrando –me entero con sorpresa– que era un símbolo erótico muy definido, para demostrarlo, en una esquina del cuadro y en el friso que corona el piso, mosaicos alternados color ostión en los que se dibuja un cupido pintado en azul. Otras lecheras o verduleras de abundante pecho corroboran ese erotismo.

Como broche de oro, veo el Hamlet de Jude Law. Ningun actor inglés que se precie de serlo, dejará de representarlo, es un hito forzoso en su carrera. Me decepciono un poco.