Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de octubre de 2009 Num: 761

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Edith Wharton,
afortunada y sola

LAURA FALCOFF

Asesinato impune
Joan O'Neill

Una zanahoria
para el desayuno

ROSALEEN LINEHAN

Las veleidades del consenso: Ibargüengoitia, Garibay y Spota
RAÚL OLVERA MIJARES

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

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MANUEL STEPHENS

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El Mono de Alambre
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JORGE MOCH


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Ilustración de Juan Puga

Las veleidades del consenso: Ibargüengoitia, Garibay y Spota

Raúl Olvera Mijares

Es difícil explicar eso que se llama consenso, main stream u ortodoxia en las letras, las artes en general o bien cualquier disciplina académica. Integrada de un quórum de cofrades, colegas y entendidos, la opinión general se erige como árbitro del gusto y señora absoluta del juicio. Ensalzar o condenar es, en último análisis, el fin de un cuerpo colegiado. Ser infalible jamás ha figurado entre sus atributos. El tiempo es la medida de todo juicio.

Si es ya complejo definir quién es grande y por qué, no lo es menos destacar a aquellos entre los segundones con méritos suficientes como para detenerse en su obra. El capricho y el acaso parecen tener mucho que decir. Sirva de ejemplo el ámbito nacional, donde autores como Ricardo Garibay, Luis Spota y Jorge Ibargüengoitia, aun después de muertos, continúan recibiendo un trato diferente que favorece en ciertos aspectos a unos sobre otros. Un cierto costumbrismo y el afán de hacer carrera en las letras parecen preñar la obra de estos autores.

Del costumbrismo que aún hoy priva en las letras hispánicas habría mucho que decir. Ya desde fines del siglo xix , sin ir más lejos en Francia, había prosistas escrupulosos de la calidad de un Flaubert, que buscaban algo tan etéreo como la literatura pura, un destilado cuyo valor dependía de lo bien trabado del lenguaje, no de la anécdota. La revolución operada en la literatura de expresión alemana, particularmente la que se desarrollara en Austria-Hungría, con su exploración de ambientes y personajes liminares, situaciones extremas y atmósferas altamente reflexivas, no parece haber pasado los Pirineos, ni mucho menos brincado el Atlántico.

Al parecer en España e Iberoamérica, salvo unas cuantas voces disidentes sobre todo en Argentina, un costumbrismo up-dated, siempre actual, ha sentado sus reales, llámese literatura de la onda con los abuelos de los chicos banda de hoy, el crack y sus tramas pseudointelectuales no poco deudoras de películas de nazis, o bien la literatura de la frontera. Todas, formas de describir ambientes sociales y tipos representativos. Por otra parte, destacan Jelinek, Kundera, Thomas Bernhard, Kafka, Walser, Musil, Von Doderer y la lista es larga, todos empeñados en explorar lo desconocido, los ambientes marginales no frecuentados por grupos sino por individuos, sirviéndose más que del sensacionalismo de la reflexión, apelando a un lector atento que pretende llegar al meollo de las cosas, no quedarse en la mera superficie.

Ibargüengoitia, Spota y Garibay no son menos que otros tanto o más célebres en nuestros días. Con habilidades y dotes diversas, cada uno de estos autores observó la realidad social de su tiempo y pretendió retratarla en sus escritos. Si ha de tomarse la novela como punto de comparación, Garibay es el que sale más mal parado, pues sus cuentos, a causa de su pintura veloz de situaciones y el logrado lenguaje de sus personajes, representan lo más granado de su producción narrativa.

Luis Spota aborda desde el periodismo la novelística, una veta que han explotado autores tan grandes como García Márquez. De los tres, Luis Spota fue quien más se acercó a ese ideal estadunidense, o bien francés, de llegar a ser un escritor leído, un éxito de librerías. Jorge Ibargüengoitia, a pesar de su enorme facilidad y cultivo de la vena humorística, no cosechó éxitos de venta comparables. Su camino fue del teatro hacia la narrativa, es decir del orden y las estrictas reglas de la preceptiva hacia la libertad y relativo caos de las descripciones y los diálogos meramente esbozados, vórtices y maelstroms que no siempre pudo salvar sin quedarse en la mera crónica y la anécdota autobiográfica, como sucede con su libro La ley de Herodes.

Autor de compactas y entretenidas tramas en sus novelas históricas, siempre con un guiño decidido hacia sus colegas escritores y algunos críticos, especialista en ganar premios y becas, Ibargüengoitia logró sobrevivir como escritor sin meterse a funcionario, lo que le valió conservar la frescura de su propuesta por un tiempo más largo. Marcado por el destino con una muerte violenta, su proceso de beatificación ha sido temprano y feliz.

Con fama de ogro, no de clown, Garibay vive en el recuerdo de sus amigos de la Sociedad General de Escritores de México, quienes impulsaron la magna empresa de la edición de sus obras completas, por parte del Conaculta, las cuales han hecho exclamar a los inconformes, que siempre los hay: “Garibay fue un escritor brillante pero sin temas.” Bueno, al menos se ensayó en más géneros que Ibargüengoitia y Spota. De los tres resulta ser a acaso el escritor más universal y quien asumiera el riesgo mayor con la experimentación.

A Spota, el relativo éxito con el público en su día, los escritores serios han querido cobrárselo con el desdén y la burla. En vida conoció favores políticos y una cierta influencia en la opinión pública como periodista. Una especie de Stefan Zweig, no vienés ni mucho menos con esposa, que tocó ciertas fibras finas en sus novelas. Hoy en día es el autor más empolvado de los tres, sobre todo para las nuevas generaciones, con oído atento sólo hacia los sabios consejos de Conaculta.

En fin, no se trata de complacer a todos, lo cual es imposible, sino de reparar en las veleidades del consenso. Formar capillas de canónigos que todos a coro canten las grandezas del Altísimo y de los justos no es exactamente el ideal de ninguna sociedad que pretenda abrazar la crítica frente al dogmatismo. La Academia (discúlpese el anglicismo), los iniciados y los maestros del gremio escriturario tienen un peso innegable Es indispensable oír su opinión, ya sea para enarbolarla o bien para rebatirla. No siempre, habría que admitir, resulta un obstáculo tener un suelo común para la discusión. Poner en tela de juicio los preceptos más elementales no es llevar la contraria simplemente por hacerlo, sino empeñarse en acceder a una mayor claridad y certidumbre individual, única fuente del criterio.