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Causó desconcierto la decisión del jurado de dividir el primer lugar entre los finalistas

Con el podio vacío culminó el Premio Eduardo Mata de Dirección de Orquesta
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Rebeca MillerFoto Cristina Rodríguez
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Vytautas LukociusFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Lunes 28 de septiembre de 2009, p. a14

El jurado del cuarto Premio Internacional Eduardo Mata de Dirección de Orquesta decidió repartir ese galardón entre los tres finalistas. En primer lugar quedaron ex aequo la estadunidense Rebeca Miller y el lituano Vytautas Lukocius, mientras al israelí Yaniv Dinur se le creó un premio especial, también considerado como segundo lugar, salomónica decisión que creó desconcierto generalizado en cuanto se conoció la medida.

También quedó como la primera final de un concurso cuyo resultado no se resuelve en esa etapa definitiva, pues el consenso generalizado entre los músicos de la orquesta, músicos entre el público y expertos era que el merecedor del premio debía ser Yaniv Dinur. Más tarde, ante la prensa, uno de los integrantes del jurado, Alun Francis, explicó que se calificó no solamente el resultado de la final, sino el desempeño de todos los participantes en todas las sesiones que se desarrollaron a lo largo de la semana, cuando los 16 concursantes se turnaron la batuta al frente de la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (OFUNAM), cuyos integrantes, por cierto, recibieron la mayor ovación del público por su profesionalismo y entrega.

El monto del premio lo repartió el jurado así: a cada uno de los dos ganadores del primer lugar se entregarán cuatro mil dólares, y al segundo lugar dos mil, del total de 10 mil que se había destinado al ganador, que esta vez no lo hubo en solitario.

Antes de que se diera a conocer el veredicto, el director general de Música de la UNAM, Gustavo Rivero Weber, transmitió al jurado y al público la petición de los integrantes de la OFUNAM de dar a conocer su voto, sin solicitar que se reflejara en el resultado final.

Los integrantes de la orquesta votaron el día anterior, sábado, y el resultado fue muy interesante: no favorecía mucho al competidor israelí, pero luego de que los dirigió en la final, el domingo, los músicos expresaron que cambiarían su voto en favor de él. También llamó la atención que votaron que el concursante venezolano, Carlos Izcaray, merecía haber sido finalista.

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Yaniv DinurFoto Cristina Rodríguez

El jurado estuvo presidido por el finlandés Jorma Panula e integrado también por la uruguaya Gisèle Ben-Dor y el galés Alun Francis.

Ante un público intenso que llenó el butaquerío del primer piso de la Sala Nezahualcóyotl, la sesión final de este concurso se desarrolló sin intermedio bajo la siguiente mecánica: Rebeca Miller dirigió el primer movimiento de la Sinfonía Tercera de Rachmaninov; Vytautas Lukocius, dos pasajes de la Sinfonía fantástica de Berlioz, y Yaniv Dinur, de manera excelente, dos movimientos de la Sinfonía Segunda de Sibelius. Los tres también dirigieron una misma obra: Sensemayá, de Revueltas.

La señorita Miller empezó a bailar la obra de Revueltas sobre el podio aun antes de que la música sonara. En un momento de nerviosismo su batuta se rompió contra el atril y salió volando la puntita: una paloma blanca huyendo entre esa bruma mágica que se forma como nube sobre las cabezas de los músicos cuando hay concierto.

El joven Lukocius empezó sin la menor fantasía la Sinfonía fantástica. Su mano izquierda perdida en el universo mientras los violines sonaban, ante el desatino del director, desparramados y autónomos. La segunda parte de su ejecución mejoró notablemente.

El muchacho Dinur arrasó desde antes de que apareciera en escena: mandó ujieres a retirar el atril, lo cual ya resultaba espectacular: dirigir de memoria permite concentrarse en hacer música. Y la hizo para regocijo de atrilistas y público.

Pero el jurado quizo recordar que el israelí no había mostrado tales poderes en las etapas anteriores del concurso y decidió convocar las enseñanzas del sabio Salomón para anunciar el resultado, con el natural anticlímax inicial.