Opinión
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34 Festival de Toronto

Nadie es perfecto
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La actriz Megan Fox en la presentación de la cinta Jennifer‘s Body en el festival de cine de TorontoFoto Ap
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oronto, 11 de septiembre. A pesar de su eficiente organización, el festival de Toronto no se salva de los problemas inherentes a cualquier encuentro de ese tamaño. Hace exactamente ocho años se tuvieron que suspender todas las proyecciones por el ataque a las Torres Gemelas. Hoy enfrenta un problema incomparablemente inferior, pero que también ha ocupado las primeras planas de diarios locales y revistas especializadas.

En un afán por renovarse, el festival crea continuamente nuevas secciones para ampliar su diversidad de programación. Este año se estableció una denominada City to City (Ciudad a ciudad), con un enfoque de una urbe específica a través de diversos retratos cinematográficos. La ciudad seleccionada para el debut de la sección fue Tel Aviv. Y eso fue suficiente para generar controversia. Varias personalidades –entre ellas David Byrne, Jane Fonda, Danny Glover y Ken Loach– publicaron una carta de protesta en la cual acusan al festival de haberse vuelto cómplice de la máquina propagandística de Israel. Y añade que enfocar a Tel Aviv sin tomar en cuenta su situación de ocupación de territorios palestinos, es comparable a si se hubiera hecho con Johannesburgo en tiempos del apartheid.

La carta ha detonado otras reacciones: el cineasta local John Greyson ha retirado su corto del programa en señal de protesta. Mientras realizadores de Medio Oriente –incluso el palestino Elia Suleiman, quien exhibirá a aquí su largometraje The Time that Remains– se han unido a la denuncia. Por su parte, voceros del festival han respondido que la decisión en ningún momento fue influida por presiones externas. Y ayer el rabino Marvin Hier, cineasta y miembro fundador de la organización Friends of Simon Wiesenthal Center, declaró durante una conferencia de prensa que la protesta era una vergüenza internacional; añadió que los firmantes del manifiesto están difamando a Israel, y eso lo rechazamos sin reservas.

En otro suceso inesperado –muy menor en proporción– la primera proyección de la película Bright Star, de la neozelandesa Jane Campion, fue suspendida antes de llegar a su final por un problema en la proyección. En una vida de haber visto todo tipo de errores de proyección –fueras de foco, rollos alterados en su orden, mascarilla equivocada, sonido apagado– uno nunca había atestiguado semejante pifia. Alguien pegó el último rollo al revés. Es decir, las imágenes empezaron a proyectarse de cabeza, con la banda sonora emulando a esos mensajes satánicos que algunos grupos metaleros incluían en sus canciones. Sin duda, Campion y sus representantes firmarán su propia carta de protesta cuando se enteren que más de 200 representantes de la prensa e industria se quedaron sin saber cómo concluía la vida del poeta John Keats y su sensible romance con Fannie Braun.

Pasando a asuntos positivos, el festival exhibió ayer Nanking, Nanking, de Lu Chuan, primera recreación hecha por el cine chino sobre el episodio histórico llamado el ultraje de Nanking, cuando a finales de 1937 las fuerzas japonesas hicieron contra esa ciudad y sus habitantes algo similar –o peor, incluso– a lo que los nazis perpetraron dos años después en Varsovia. Lu demuestra haber aprendido la eficiencia formal de la escuela hollywoodense y filma las acciones con la violencia vertiginosa ejercida por Steven Spielberg en Rescatando al soldado Ryan. Sin embargo, el realizador no cae en el sentimentalismo ni en la caricaturización de los verdugos, como suele ocurrir en el cine del Holocausto. Los japoneses no son mostrados aquí como villanos monstruosos, sino como personas que cometen atrocidades con la naturalidad con la que los adolescentes hacen travesuras. Eso lo hace más perturbador. Nanking, Nanking es un sobrio retrato épico de un episodio poco conocido –en tanto que vergonzoso– de la guerra y su importancia resulta inmediata.