Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de agosto de 2009 Num: 756

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Bajarlía: el poeta que descendió del futuro
STELLA AVARADO

El amor cuando falla
EPAMINÓNDAS J. GONATÁS

De una acera a la de enfrente
GUILLERMO SAMPERIO

La cosa es la obra
O. HENRY

Confesiones de un humorista
O. HENRY

Tres poetas

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Hacia dónde apunta mi veleta

Me confieso televidente veleta, sin brújula que me ampare. He perdido la lealtad y la prestancia: es que ya no soy un televidente cándido. En algún lugar del sinuoso camino perdí el apetito y con ello la esperanza. Si antes fui un veedor de caricaturas, hoy no las soporto más de ocho minutos, por más que mi hija me pida –lo que pida mi hija se cumple sin peros, o hasta hace poco se cumplía– que veamos a Bob Esponja, que me cae, me caía, tan bien. Si fui un ávido consumidor del humor gringo, inglés, francés, italiano o español hoy me desesperan la socarronería de Little Britain o Monty Python, y a veces hasta Buenafuente parece soso aunque lo salva Berto. Si una vez reí tontamente con la estupidez del Chavo del ocho o Hazme reír, hoy un sketch de Jorge Ortiz de Pinedo, de La Chupitos o de Alejandro Suárez me producen el mismo rábido efecto que una declaración del secretario del Trabajo. Si una vez quise ver un noticiero para enterarme, hoy entiendo que no debo ver ninguno, sino leer periódicos, porque toda, o casi toda la televisión informativa en México es un aparato de abyección deleznable por su cortesanía vergonzante.

Si alguna vez gusté de programas acerca del mundo animal, o de documentales acerca de la civilización y la historia, hoy me resulta insoportable el simple razonamiento que derraman programas y canales especializados en “divulgar ciencia”: que la ciencia es cosa que entienden y manejan exclusivamente aventureros y científicos anglosajones, y las “minorías” étnicas (excepto, quizá, algunos asiáticos) que conformamos, por ejemplo, africanos o latinoamericanos casi nunca podremos ser el jefe de la expedición; ése será invariablemente rubio y de preferencia gringo, y tendrá siempre las suficientes y sobradas cartas credenciales para venir a nuestra tierra, sea en África o en el ignoto y hostil territorio al sur de Texas, a contarnos qué pasa con la fauna y la flora de nuestros océanos o llanuras, qué con nuestro clima o nuestras respectivas historias siempre tamizadas por el Gran Ojo del imperio, y en un descuido hasta cómo deben ser nuestras exóticas idiosincrasias, esas sí de un pintoresquismo rayano en invención kafkiana. Para lo que sí servimos, y ahí somos buenísimos según se ve en décadas de documentalismo atenido al canon supremacista, es para llevar al gringo aventurero en nuestra lancha (bastante pinchita y carente de la más elemental parafernalia primermundista de seguridad), o para acarrear en el lomo al buzo gringo sus tanques, o para cargar sobre la cabeza, a paso cansino, las cajas y baúles repletos de artefactos que solamente es capaz de manipular el hombre blanco, o para ser su simple guía en la selvática vereda, su palafrenero, su humilde (pero risueño, fiestero, pícaro siempre) hostelero.

Alguna vez, por puro morboso, sintonicé, sí, reitero que peco: soy morboso hasta la náusea que produce ver tantos programas de violencia, tantas noticias de asesinatos, masacres, secuestros o balaceras brutales; tantos ataques de fieras, escenas de guerra, programas de gordos inmensos que adelgazan; de actrices o cantantes famosos a los que les salió mal la cirugía, el matrimonio, la vida entera; escenas de incendios, terremotos, olas gigantescas, caseríos enteros arrasados por un río de lodo y mierda y muerte, así de morboso o más, porque digo que alguna vez sintonicé, para reír con el involuntario humor del fanatismo, los canales de proselitismo religioso, los encendidos vítores al crucificado de los cristianos protestantes, las eufóricas proclamas sabatinas de sus pastores, la colección de estulticias de los programas católicos, sobre todo los que conducen jovencitas y mancebos (aunque hay los de feligreses frustrados que hubieran querido ser curas y monjas) y uno que otro donde podía ver a un curángano cualquiera mirando desde arriba el mundo, allá trepado en su púlpito virtual, pero hoy solamente me causan el previsible fastidio que a cualquier ateo le causa cualquier misal, aburridores hasta el desmayo.

¿Qué me pasa, a mí, que he sido toda la vida un voraz teletragón? Pues pasa que estoy empachado. Que he visto tanto y tan malo que hoy de plano no puedo, no quiero, no me da la gana recordar algo de lo bueno, por minúsculo que sea. Y hoy, más que nunca, prefiero el libro a la televisión. Cuál televisión, de qué me habla usted. Ah, ¿la porquería esa cuadrada que estorba tanto sobre la cómoda, en la sala o en la alcoba? Hombre, esa chingadera lleva felizmente apagada casi la semana entera. Ora déjeme leer…