Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de agosto de 2009 Num: 755

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Pérez-Reverte: con el corazón desbocado
JORGE A. GUDIÑO

El alfabeto de Babel
SALOMÓN DERREZA

Sergio Ramírez: de una tierra de pólvora y miel
RICARDO BADA

Siete mujeres y Picasso
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Rius: 75 años en su tinta
JUAN DOMINGO ARGÜELLES entrevista con EDUARDO DEL RÍO

Juana de Ibarbourou: 80 años de Juana de América
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Columnas:
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Notas sobre la autoralidad teatral

Ese conjunto de características de lo individual, que solemos nombrar El Autor, son proyecciones, más o menos psicológicas, de nuestra manera de abordar los textos; las comparaciones que hacemos, los rasgos que consideramos relevantes, las continuidades que asignamos o las exclusiones que practicamos.
Michel Foucault, ¿Qué es un autor?

El epígrafe de esta entrega podría explicar, casi por sí solo, las razones por las cuales las ideas de Foucault han sido, por muchos años y como una inercia general, aplicables e inviables al mismo tiempo para todo aquello que circunda el concepto de autoralidad teatral. Se sabe que toda manifestación de la escena es la resultante de la operatividad de más de un hacedor artístico: de la cadena que hilvana diversos ímpetus creativos se origina el producto que el espectador puede ver terminado en el foro teatral. La historia de la teatralidad ha demostrado más de una vez que la exclusión de uno de los actuantes principales (con la excepción obvia del histrión) no obsta para la consecución de espectáculos plenos de sentido. La autoralidad teatral se ha contemplado siempre como un aglutinamiento del colectivo en lo individual, no obstante que los modos de producción y el desempeño social de las compañías estables, por ejemplo, establezcan con suma puntualidad la delimitación de las funciones de quienes las integran.


Pero a la contracara no le faltan tampoco argumentos de solidez. El principal tendría que ver con una revisión historiográfica de los distintos trueques de subordinación del teatro moderno. Bastará una revisión a vuelo de águila para corroborar que, como los estados nacionales que nunca superan su insipiencia, el teatro ha estado supeditado a los vaivenes y derrocamientos sucesivos de quienes, cíclica y alternadamente, promulgan su supremacía. Tras un período prolongado de convivencia atemperada, los últimos doscientos años de historia teatral han visto desfilar una ilación de dictaduras. Primero, la del comediante como oficiante central de la liturgia; era su capacidad en el manejo de estilos, géneros y tendencias de interpretación la que determinaba la producción de la textualidad dramatúrgica. El texto dramático dejó de lado parcialmente su condición anfibia (literario y escénico) para ponerse al servicio de la actoralidad; los guiones de la Commedia dell'arte son un ejemplo señero de esta subordinación.

El encumbramiento del realismo y del naturalismo en el teatro habilitó, hasta bien entrado el siglo xx, la sustitución del intérprete por la figura del autor dramático. Nadie como él para crear, con las herramientas de lo literario, los universos de ficción cerrados y estables que las corrientes en boga declaraban como única vía de acceso a un verismo que rescataba, tergiversándolo, el concepto griego de mimesis : el traslado detallado de los componentes de la realidad en la reproducción a escala sólo posible en el escenario teatral.

El surgimiento de las vanguardias trajo como consecuencia el siglo de la dirección de escena. El decaimiento de la escuela formal de interpretación actoral en beneficio directo de metodologías actorales más apegadas a lo vivencial, hizo del director no sólo el máximo responsable de los espectáculos escénicos, sino el generador de un aparato teórico contemporáneo para la teatralidad. De Stanislavsky a Grotowsky, de Meyerhold a Barba, los movimientos de avanzada dieron lugar a la aparición de grupos –laboratorio (como contrapeso a la estructura de la compañía clásica), en donde un grupo de entusiastas se aglutinaban en torno a la figura del director-maestro.

Con este historial precedente, resulta más explicable pensar en las reflexiones de Foucault como una utopía: la autoralidad teatral, las características del sistema que lo originan y las muchas convulsiones históricas de su jerarquización, no han permitido inhibir las proyecciones o descartes que el filósofo francés establece como atenuantes para entronizar al autor como creador unívoco.