Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de agosto de 2009 Num: 755

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Pérez-Reverte: con el corazón desbocado
JORGE A. GUDIÑO

El alfabeto de Babel
SALOMÓN DERREZA

Sergio Ramírez: de una tierra de pólvora y miel
RICARDO BADA

Siete mujeres y Picasso
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Rius: 75 años en su tinta
JUAN DOMINGO ARGÜELLES entrevista con EDUARDO DEL RÍO

Juana de Ibarbourou: 80 años de Juana de América
ALEJANDRO MICHELENA

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

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ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
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Cabezalcubo
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Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

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Manuel Stephens

Cuando los disfraces se cuelgan

“El mundo es un gran teatro,/ y los hombres y mujeres son actores./ Todos hacen sus entradas y sus mutis/ y diversos papeles en su vida”, esta es la célebre reflexión de uno de los personajes de la comedia Como gustéis , de William Shakespeare. En la tradición hispánica contamos con el auto sacramental de Pedro Calderón de la Barca cuyo título se ha vuelto una máxima: El gran teatro del mundo. La vida humana como representación teatral es un tema presente desde la época grecolatina y se manifiesta bajo las improntas históricas e ideológicas de los autores que han recurrido a él. En la postmodernidad, el theatrum mundi es un tópico que adquiere múltiples formas y es cuasi omnipresente, ya que permite discernir sobre su preocupación central: la identidad.

Los procesos de globalización, el consumismo voraz, el vertiginoso avance tecnológico, la migración real y virtual, han hecho que después de la conceptualización modernista basada en un sujeto centrado que puede controlar y mejorar el mundo a futuro, se genere un sujeto que vive siempre en el presente, a expensas de una realidad cambiante, cuya identidad depende de su adaptación a las necesidades creadas por el mercado. Los roles sociales que las personas asumen dependiendo de la circunstancia se enfatizan tanto como se transforman. Las identidades se vuelven transitorias. Pero, si bien el mundo siempre ha sido un escenario, las respuestas al estar en el mundo, desde el surgimiento del psicoanálisis, han dejado de estar afuera y se han interiorizado.

Cuando los disfraces se cuelgan, de la compañía Delfos, bajo la idea original y dirección de Claudia Lavista y Víctor Manuel Ruíz, busca contestar a la incógnita de si es posible encontrar un yo despojado de todo condicionamiento social. Es una obra de gran formato que revela un cambio sustancial en la estética de Delfos. Alejándose de la corrección política que caracteriza sus producciones anteriores, Delfos consigue un discurso poco narrativo, y que se inclina hacia la abstracción con resultados sorprendentes.

La obra inicia con la proyección en video en blanco y negro de un árbol en cuyas ramas se vislumbran figuras humanas que no se alcanzan a percibir todas como reales o no. El árbol, símbolo inmemorial como eje del mundo y de la perpetua regeneración del Cosmos, inicia un tejido de danzas que fluyen con contundencia poética. Se trate de solos, duetos, etcétera; a cada paso se crean imágenes que remiten a la interacción entre seres inmersos en la disyuntiva de la alteridad: una mujer de pie sobre dos cuerpos que son su caminar y su detenerse, cuerpos que se enciman o que se sostienen sobre los otros y avanzan con los pies al aire, cuerpos que vuelan y que, al contacto del otro, modifican perpetuamente su estar.

El vestuario de Eloise Kazan –los disfraces–, diseñado con una paleta de colores cálidos y terrosos, juega un papel importante, ya que contribuye de manera doble a la metáfora que construye el espectáculo. De principio, los personajes dejan ver músculos, órganos y huesos impresos en el torso, durante la obra estarán vestidos y a la vez desnudos radiográficamente. En una escena, los personajes se encuentran unidos por la espalda usando sacos; el encuentro y necesidad del otro se ostenta como la unión en la que, paradójicamente, los seres ven en direcciones distintas.


Delfos

En la obra hay una sutil y atinada referencia a la Commedia dell'arte y un par de personajes utilizan máscaras (en latín personae –ser persona conlleva una máscara); se hace patente la teatralidad en que conviven cuando son manipulados como marionetas con “tendones” que se desprenden de su cuerpo, asimismo como cuando un “vestuarista” que los ronda les da zapatos que se vuelven alas. Esto servirá como puente para concluir la metáfora del espectáculo. Las aves irrumpen a lo largo de la obra y acaban por ser una identificación de los personajes. Pero las aves son también un símbolo del alma, eso que al parecer, sin disfraz –sin ser persona–, nos haría únicos e indivisibles. Es memorable la escena final en que un demiurgo, quizá, va colectando las aves en una jaula para concluir con ellas volando alrededor del árbol y los personajes en un estado de contemplación.

Cuando los disfraces se cuelgan marca rumbo nuevo para Delfos que, como siempre ha sido, para esta obra mantiene entre sus filas a bailarines verdaderamente portentosos: Aura Patrón, Claudia Lavista, Surasí Lavalle, Omar Carrum, Agustín Martínez y Johnny Millán.