Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de agosto de 2009 Num: 754

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Tres cuentos
JORGE DEGETAU

Envío
LYDIA STEFÁNOU

El secreto de los últimos musulmanes en España
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con LUCE LÓPEZ-BARALT

Casa Lamm: quince años de memoria plástica
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Medio siglo de El almuerzo desnudo de Burroughs
EDUARDO ESPINA

La espada de Rubén Darío
ALFREDO FRESSIA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Antropófaga superlativa

Para el doc Félix Martín, demiurgo bienhechor

Esta es de Perogrullo: que la fama corrompe donde uno de los principales vehículos de fama, poder y dinero en este mundo moderno y prevaricador es la televisión. El otro, otra perogrullada, es el cine. Ergo, a la larga (y a la corta), la televisión corrompe, aliña al ser humano, ya el que es receptáculo televidente, ya el que desde la entraña contribuye a convertirla en lo que al menos en México se ha convertido, una hidra antropófaga, devoradora de hombres alineados, aliñados, reblandecidos con fama y dinero y efímero poder, y se traga todo: la inteligencia individual, la conciencia colectiva, el deber cívico, la sociedad entera sazonada de niños, mujeres y hombres y, finalmente, el sistema sociopolítico todo, y se echa como hoy, dueña y digestiva ecuménica, inmensa marrana egoísta que nunca deja de tragar. Por eso algunos hoy atinadamente acusan que vivimos una videocracia, otros matizan que una cleptocracia y, de cualquier modo, seguimos en manos de un puñado de archimillonarios, principalísimos allí los dueños de las televisoras del duopolio, asociados además con personeros del gobierno de turno, de la banca, de algunas ramas de la industria y de un infaltable, rencoroso, retrógrado clero católico de ultraderecha. Qué jodido panorama.

En otros lugares la cosa no es muy distinta: la televisión te coge, te lanza “al estrellato”, te estrella contigo mismo y cuando ya no eres útil para generar dinero o para manipular a la masa sencillamente te excreta, se deshace de ti, aunque te deje convertido en mierda; la televisión se sirve a sí misma (que es decir, claro, que sirve a una reducida cúpula, perdóneseme el arrebato adjetival, de cabronazos sin más escrúpulo que el dólar) y quizá es confirmación macroeconómica de la teoría del gen egoísta, donde en últimas el villano genético vendría a ser el billete verde, la rupia, el peso, el euro, las muchas mismas caras de un virus programado para multiplicarse y servirse a sí mismo –igualito que las ideas de dios que excluyen a otras ideas de dios– de todo lo que lo rodea, sus humanos creadores incluidos.

Las “estrellas” son muchas veces las principales víctimas de su propia fama, de su propia plataforma monstruosa y mediática. Los niños actores son de los primeros en caminar por el trampolín del que se salta a una mar llenecita de tiburones hambrientos: son tantas y tan lamentables las historias de niños cuyas inocentes infancias se pudrieron con el dinero y los reflectores, niñas y niños comediantes o villanos, o sencillamente adorables en sus papeles de mascota familiar de la pantalla, que a veces ya no llegaron ni a la adolescencia o la adultez porque se metieron un pasón de droga o porque el medio y el abandono posterior al estrellato los llevaron a brincar de un décimo piso, o terminaron en la cárcel, o enfermos terminales por la promiscuidad sexual precoz o porque compartieron hipodérmicas con sus “cuates” de la farándula o, en el mejor de los casos, inflando las cuentas bancarias de clínicas de rehabilitación o psicoterapeutas de reputada eficacia para curar un Edipo irresuelto o un síndrome de Yocasta. Los gringos tienen un montón de ejemplos en protagonistas de series que vimos en México, como los chicos de Blanco y negro, o como La Familia Partridge, pero la producción nacional de vidas echadas a perder por la fama, el dinero, la televisión (y el cine) es abundante, por ejemplo, en patéticos ancianos que quisieron retornar a la gloria robada por el tiempo que nada perdona, o muchachas y chavales que tuvieron que sacrificar el escrúpulo en pos de su “carrera”: rumores corren –quizá sólo eso, rumores– de cómo conseguir un sitio en ciertos programas de “entretenimiento para toda la familia” era cuestión de asistir a ciertas reuniones, de dejarse meter mano y de convertirse en acompañante de uno que otro señorón que anduviera ganoso… Hablan los habladores hasta de famosos señores del espectáculo televisivo, conductores de programas de multitudinaria audiencia que en lo oscurito eran dueños de lupanares a lo largo de la frontera con Estados Unidos y, en fin, leyendas sucias, maledicencias de ésas.

Pero es un hecho que la tele, si eres actriz, cantante, actor, un día te absorbe y te regocija y otro te escupe como huesito de durazno. Allí tantos histriones que un día, en su vejez, tuvieron que sufrir la peor de las humillaciones de parte de algún atildado ejecutivo de la empresa a la que tantos billetes dieron a ganar en otra época, una época dorada que un día se oxidó.