Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de julio de 2009 Num: 751

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El lenguaje erótico y lo humano
JUAN MANUEL GARCÍA

La igualdad de los muertos
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ entrevista con JUAN GOYTISOLO

Ricardo Garibay: cómo se escribe la vida
RICARDO VENEGAS

Buscar la aventura
J. M. G LE CLÉZIO

50 aniversario del movimiento ferrocarrilero
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

Haruki Murakami: el adolescente que fuimos
JORGE GUDIÑO

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

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Escena del espectáculo de poesía y danza erótica Corpus in statu, del grupo Eros Ludens. Foto: Carlos Ramos Mamahua/ archivo La Jornada

El lenguaje erótico
y lo humano

Juan Manuel García

¿A qué ámbitos se reduce el lenguaje erótico en la época de la despersonalización, la globalidad y la cibercultura?

Si dejamos del lado el lenguaje mimético, en tanto el cuerpo como hablante, y centramos la observación en los códigos lingüísticos ubicándolos en el campo de la puesta en común de significados de lo erótico, tenemos una multiplicidad de sentidos que atañen al corpus de la erotomanía.

Recientemente, George Steiner, en el capítulo Los idiomas de Eros, en Los libros que nunca he escrito (FCE /Siruela), se pregunta sobre cómo es la vida sexual de un sordomudo, para de ahí urdir una breve teoría sobre la retórica del deseo, los instintos, el acto de la masturbación y esos lenguajes ocultos que antaño, sostiene, pertenecían a los mundos indisolubles de las parejas, como parte de su capital íntimo.

Si lo más humano es el lenguaje, pero éste se ha manoseado, fragmentado, prostituido, minimizado y pervertido, pudiera creerse entonces que la esfera de lo público y lo privado en un campo como el erotismo pasó, desde hace tiempo, de ser un acto individual, o de dos, a una práctica colectiva en cuanto a su uso lingüístico.

El propio Steiner subraya: “En el mundo desarrollado, con su corrosiva pornografía, incontables amantes, sobre todo entre los jóvenes, ‘programan' sus relaciones amorosas, conscientemente o no, con arreglo a unas líneas semióticas precocinadas. Lo que debería ser el más espontáneamente anárquico, individualmente exploratorio e inventivo de los encuentros humanos se ajusta, en gran medida, a un ‘guión'. Hasta es posible que la última libertad, la autenticidad final sea la de los sordomudos. No lo sabemos.”

Ya en su escrito Palabras de la noche, incluido en Lenguaje y silencio, el ensayista atisba algunos de estos rasgos de la pérdida del aspecto íntimo del lenguaje en la alcoba.

A más de veinte años de diferencia uno de otro, ambos ensayos coinciden en la visión reduccionista del lenguaje erótico, así como en sus desgastados mecanismos literarios, repetitivos e incluso obsoletos.

Así, los textos de Sade, Nabokov, Miller y otros se ven tamizados por la repetición de frases y la creación de atmósferas recurrentes, ya mediatizadas por la esfera de lo público en diversos contextos.

Lleno de onomatopeyas, lenguaje fragmentario, minimalismo cargado de malicia, las frases de lo erótico son las únicas que aún parecen transgredir las conveniencias del habla instrumental o de cosificación.


Detalle de escultura en el Templo Lakshmana en Khajuraho, India

Bien explorado en la narrativa nacional o la poesía erótica, escritores como Juan García Ponce con De ánima, o Alberto Ruy Sánchez, Ana Clavel o incluso en la indagación que emprendió Tusquets con la colección de La Sonrisa Vertical , donde se da una sobrada muestra del lenguaje sexual y de cama, la cofradía de situaciones eróticas en que el lenguaje excita, incita, produce orgasmos, multiplica imágenes, crea realidades, saca a la luz los deseos ocultos, enciende la piel y los orificios corporales, son innumerables, cínicamente gozosas y cachondas al extremo.

Quienes se han atrevido a entrar al lenguaje oculto de los amantes para desentrañar por todos los medios los avatares de ese campo colmado de delicias, han encontrado, como Steiner, un código críptico permanentemente amenazado por la prostitución lingüística, así como la masificación al más puro estilo de reality show.

Zygmunt Bauman en su libro Vida de consumo (FCE), al hablar sobre el creciente número de individuos que buscan parejas por internet en el Reino Unido, así como la proliferación de agencias de citas que capta a todos aquellos que no fueron enseñados a socializar con nadie ni a tocar o ser tocados, escribe: “Está claro que quienes recurren a las agencias de internet en busca de ayuda han sido malcriados por el facilismo del mercado de consumo, que promete hacer de cada elección una transacción segura y única, que no genera obligaciones a futuro; un acto ‘sin imprevistos', sin ‘ulteriores gastos', un gesto ‘no vinculante' por el que nunca nadie lo llamará. El efecto secundario de esa vida de niños mimados ha demostrado ser, sin embargo, una notable discapacidad social.”

El erotismo en su lenguaje y cualesquiera de sus manifestaciones es por tanto uno de los gestos más vinculantes de los seres humanos, el oasis en el desierto del mero intercambio de conocimiento e información fácil y sin compromisos.

Eminentemente humanos, nuestra biología y terminales nerviosas responden a los besos, las caricias, la lengua, los roces, el toqueteo sin par.

Hace tiempo se escenificó en la unam la obra La piel, cuyo protagonista sólo pedía, como regalo de cumpleaños, ser tocado por los otros. “Porque todo lo que somos está debajo de una caricia”, rezaba el lema publicitario de la puesta que indagaba en los mecanismos de relación con el cuerpo y la piel, su potencial de comunicación y de erotismo.

Lenguaje sensorial apabullante, nuestra carga erótica define y redefine los modos de nuestra vida pública e intimidad, es parte del ser y estar en el mundo y el cosmos del otro, mientras la orquesta de gemidos, el vaivén de los cuerpos, la saliva, el te pido y me das, los lambeteos, las posturas y cada expresión gutural, aspaviento o suspiro hondo que puedan darse los amantes, recae en lo naturalmente humano e impenetrable del edén corporal.