Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de julio de 2009 Num: 751

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El lenguaje erótico y lo humano
JUAN MANUEL GARCÍA

La igualdad de los muertos
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ entrevista con JUAN GOYTISOLO

Ricardo Garibay: cómo se escribe la vida
RICARDO VENEGAS

Buscar la aventura
J. M. G LE CLÉZIO

50 aniversario del movimiento ferrocarrilero
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

Haruki Murakami: el adolescente que fuimos
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El Mono de Alambre
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Hugo Gutiérrez Vega

GODOT EN BROADWAY

Para Fuensanta y Ralph

Ahora, en un junio lluvioso y en el corazón mismo del teatro comercial de Broadway, el silenciosamente vivo Samuel Beckett sigue esperando a Godot. Lo acompañé durante más de dos horas y media en la espera sin sentido, al lado de poco más de cuatrocientos espectadores que reían a ratos, se ensimismaban en otros y se hundían en la perplejidad propia de la condición humana, mientras Estragón, Vladimiro, Pozzo, Lucky y el niño movían sus cuerpos por un escenario que, como lo pide don Samuel, tiene como centro un árbol que, de repente, da unas hojitas verdes, ese color que a veces nos entrega una pálida especie de esperanza.

¡Godot en pleno éxito neoyorquino! Me pregunto qué pensaría Beckett de este clamoroso triunfo de su obra que tiene el sabor de la derrota (tarde o temprano todo lo humano tiene ese sabor). Pienso que estaría encantado y divertido, y que intentaría alguno de los lamentables pasos de baile del infortunado Lucky para unirse a la búsqueda y a la espera que mueren a la luz de la luna y renacen con la amanecida. Veo a don Samuel sentado a la precaria sombra de su árbol, rodeado de un vacío total. El autor de la escenografía construyó demasiadas rocas y nos hizo perder la sensación de la nada que da sentido y sinsentido al paraje donde los personajes esperan, se van y regresan a esperar sin saber bien a bien qué es lo que esperan. Tal vez lo hizo como una concesión al público de Broadway. El director, Anthony Page, acentuó, tal vez por las mismas razones, el aspecto clownesco de las actuaciones. Éstas son minucias. El caso es que, en los inicios del siglo xxi y bajo los auspicios de la Roundabout Theatre Company, rodeados de musicales hechos en serie (en su mayoría; hay algunas notables excepciones), nos pusimos a esperar a Godot y a decir con Beckett: “Ahora que somos felices que es lo que vamos a hacer.”

El reparto es, sin duda, de gran lujo neoyorquino: Nathan Lane es Estragón; Bill Irwin es Vladimiroç; el rotundo gran actor John Goodman es Pozzo; John Glover es el tristísimo Lucky y Cameron Clifford es el niño que, al no saber nada, guarda en sus ojos infantiles la única sabiduría completa, la de los niños. De repente me percato de que llamé tristísimo a Lucky. El adjetivo es totalmente inexacto. Lucky no es ni triste ni alegre, lleva una soga al cuello, guarda silencio y, de repente, rompe a hablar a raudales y acumula palabras llenas de sinsentido. Veo a Lucky apenas salido de un campo de concentración, amarrado a su destino y dando pasos de baile con una seriedad de artista profesional, de cirquero en lo alto del trapecio. Pozzo lo ayuda a agonizar, lo guía y lo libera a voluntad. Él mismo auriga del caballo humano no sabe muy bien a dónde va y restalla su látigo para afirmar una autoridad de la que duda constantemente. La inmensa botarga, la estatura gigantesca y el rostro hecho de expresiones contenidas, hacen de John Goodman un inmejorable Pozzo. Y aquí me detengo para preguntarme si Beckett fue un gran espectador de cine cómico. Fantaseo con la idea de ver a Keaton, Langdom, Lloyd, Laurel y Hardy convertidos en los personajes de una farsa que va más, pero mucho más allá de la farsa. Por esta razón me gustó que Page haya acentuado los rasgos clownescos de los personajes. Pienso en la inmensa tristeza (aquí si cabe la palabra) de la banda musical de payasos que pone fin a varias películas de Fellini. Entre los hierros de la estructura inacabada, los payasos desfilan tocando su melancólica marcha. El niño los sigue y se les une tocando su pequeña flauta y marcando con sus sonidos el ocho y medio de la filmografía del egregio Federico Fellini. Sordi vestido de mujer en I Vitelloni tiene también ese dejo de amargura de lo clownesco.

El teatro Studio 54, situado en pleno centro de la ciudad, tiene una larga y hermosa historia. Fue construido en 1927 y se inauguró con una puesta en escena de La Bohéme. Por varios años se dedicó a la ópera italiana y en 1930 se convirtió en un teatro que buscaba experimentar. Fue memorable su puesta en escena de Los vikingos, de Ibsen. Siguieron más tarde las aventuras y las transformaciones: fue el Casino de Paree, presentó una versión jazzistica de El Mikado, la opereta de Gilbert y Sullivan, y en 1976 se convirtió en un cabaret al que acudían todas las celebridades del medio artístico. En 2003, el Studio 54 regresó a su función original y la organización Roundabout llevó a su escenario grandes obras de O' Neill, Williams, Brecht y algunos musicales de gran calidad como Sunday in the Park with George, de Sondheim, basado en la vida de Seurat.

El teatro conserva su decoración italinizante y sus administradores se han inventado los asientos más estrechos de Broadway para que entre el mayor número posible de espectadores (más de 450). Esta estrechez ayudó a que sintiera en mis huesos viejos todo el vacío de la espera godotiana. Salimos a la calle, el día había sido digno del lluvioso junio neoyorquino, pero la noche estaba llena de estrellas. Luces arriba y luces abajo, bullicio callejero, y en el alma el dolor de la reflexión de Beckett sobre la condición humana. Sentí en el cuello la soga que acogotaba a Lucky y di unos torpes pasos de baile. Pozzo jaló la cuerda y me detuve. En el escenario el árbol tenía una rama verdecida. Al día siguiente seguiremos esperando a Godot.

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