Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de julio de 2009 Num: 748

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Por qué menos es más
RICHARD MEIER

Esperábamos...
ANDREAS KAMBÁS

José Emilio Pacheco y los jóvenes
ELENA PONIATOWSKA

Carta a José Emilio Pacheco, con fondo de Chava Flores
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Michael Jackson (1958-2009)
ALONSO ARREOLA

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

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Cinexcusas
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Tele para hipocondriacos

Para don Rubén Mújica, por el señalamiento

¿De cuándo para acá la televisión tiene cédula de médico o licencia para extender recetas,? ¿Cómo podría pálidamente atreverse a recomendar medicinas si es medio de una sola vía que no admite réplicas? ¿Quién le otorgó facultades de diagnóstico a distancia?

Porque desde hace rato se despacha sola sugiriendo, recomendando, recetando medicamentos no siempre de origen confiable. Desde mejunjes aparentemente inocuos para los granos que típicamente atormentan la dermis de los adolescentes, hasta complicados tratamientos para una agresiva gastritis de ésas que trepanan el duodeno, pasando por toda clase de analgésicos, ungüentos, bálsamos, lociones capilares, desinfectantes, antiinflamatorios, catalizadores metabólicos, antigripales y una numerosa variedad de placebos disfrazados de medicinas que no sirven para nada más que embaucar incautos, desde complejos vitamínicos hasta supuestos potenciadores de la energía sexual. Hasta hace muy poco, el gobierno federal y sus presuntas dependencias corresponsables en un asunto como éste, que involucra la veracidad publicitaria lo mismo que la tan vapuleada salud pública de los mexicanos –la Procuraduría del Consumidor, la Secretaría de Comunicaciones, la de Economía, la de Educación Pública, pero sobre todo la de Salud– se mantuvieron al margen, haciéndose ojo de hormiga ante el cinismo y la insistencia machacona del merolico televisivo auspiciado por empresas de toda farmacéutica laya, desde trasnacionales de vigorosos tentáculos hasta laboratorios de reciente aparición, y cuyos verdaderos propietarios, si bien escudados en sociedades anónimas, prestanombres y toda clases de vericuetos legaloides para ocultar genealogías, suelen estar, directa o indirectamente, demasiado cerca de puestos públicos o de reputados apellidos del jet set empresarial y político, ése cuyos distinguidos personeros y guapas embajadoras suelen tapizar las odiosas secciones de sociales.

El origen de todo esto es, desde luego, la mórbida enfermedad de la publicidad, mal que aqueja a la televisión harto más que a otros medios de comunicación y cuyos síntomas toman cuerpo, principalmente, en ausencia de escrúpulos. Así que la televisión es perfectamente capaz de ponerse a anunciar un producto que en la teoría absorbe la grasa de los alimentos que uno consume, para convertirla en una especie de bolo nauseabundo del que uno se deshará maravillosamente en cuestión de segundos por vía, que nunca lo dicen, rectal. Qué importa que la posibilidad de que el bebistrajo en efecto cause la pérdida inmediata de la materia grasa en los alimentos a la par que le acarrea a quien lo consuma una complicación gástrica o una descompensación cardiovascular que lo lleve, en el mejor de los casos, a un área hospitalaria de terapia intensiva. Qué importa que el cándido sujeto experimente inesperadas reacciones cutáneas, de alergia, o síntomas de alguna clase de envenenamiento, o simplemente una diarrea de córrele que te alcanzo, si lo realmente importante para los fronterizos ejecutivos de la televisora es haber obtenido el contrato publicitario de marras. ¿La salud?, hombre, esa es asunto y responsabilidad de cada quién… qué importa que sus ruidosos anuncios proclamen categóricamente la cura de sus migrañas o de su gordura, si es responsabilidad del comprador leer las letras chiquitas que vienen con el empaque… Mal pensado el asunto se podría llegar a sospechar de un perverso contubernio que involucraría desde luego a las televisoras y los fabricantes de medicinas reales y presuntas, pero también, como beneficiarios colaterales, a algunos médicos y hospitales.

Hace poco se anunciaban impunemente antigripales a base de efedrina, pero entonces se la consideró, por empujón de nuestros vecinos del norte, sustancia perniciosa. Durante años tanto los fabricantes como sus personeros del gobierno sabían de los aspecto oscuros de la efedrina, y los anuncios allí siguieron. Allí están otros de productos de esa misma clase que entre sus efectos secundarios disparan la presión arterial, pero como no requieren receta y los anuncian en la tele… qué importa que la hipertensión sea una de las principales causas de mortalidad entre adultos en México.

Qué importan tantas cosas, tanta turbiedad, tanta omisión –por cobarde indolencia– oficial. Si al fin y al cabo los principales responsables, los laboratorios farmacéuticos y los publicistas de la tele, están haciendo con la credulidad y la salud del mexicano uno de los mejores negocios de nuestra historia…