Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de junio de 2009 Num: 747

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Las piedras preciosas de Juan Marsé
CRISTIAN JARA

Onetti cuentista: el cuerpo como espejo
ROSALÍA CHAVELAS

La Santa María de Onetti
ADRIANA DEL MORAL

La última invención de Onetti
ANTONIO VALLE

Onetti y su estirpe de narradores
GUSTAVO OGARRIO

Adolfo Mexiac: la consigna del arte
RICARDO VENEGAS

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Adolfo Mexiac: la consigna del arte

Ricardo Venegas

Adolfo Mexiac (Michoacán, 1927) estudió pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Morelia y en la Ciudad de México en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura La Esmeralda. Es miembro del Taller de la Gráfica Popular y del Salón de la Plástica Mexicana. Entre los diversos reconocimientos que ha obtenido se encuentran el Premio de la Casa de las Américas en Cuba, 1964. Su obra ha sido expuesta en diversos países: Chile, Bélgica, Tokio, Florencia e Italia, entre otros. Es considerado bastión fundamental de la gráfica en México. Cumplió y celebró recientemente sus ochenta años, a los cuales hay que añadir su vitalidad y entrega admirables.

– ¿Cómo fue el proceso, la transición de la pintura al grabado?

– Me formé como pintor, toda mi ilusión era pintar. Empecé en Michoacán, después en México, dibujé un año en La Esmeralda ; el oficio de pintor ya lo sabía desde Morelia, allá tuve un profesor michoacano que se había formado en San Carlos. A principios de los años cincuenta fui alumno de Pablo O ' Higgins e Ignacio Aguirre y los dos eran maestros en la Esmeralda ; en una ocasión fui a ayudarles a pintar un mural en el Estado de México, Pablo vio algunos dibujos, él era el más emotivo porque experimentaba más, y me dijo: “¿Por qué no vienes con nosotros al taller de la Gráfica Popular ?” Fui al Taller con ellos (entre Niño Perdido y la Calle Nezahualcóyotl) y vi lo que estaban haciendo; todavía vi a algunas chicas en lo que fuera la zona de tolerancia, que ya eran muy viejas, pero seguían ahí. Abajo del Taller había una cantina –en esa época yo olía el alcohol y eran viciosos terribles quienes entraban a una cantina. Ahí comencé haciendo litografía. Me fue muy fácil pasar de la pintura a la litografía, el dibujo; lo que principalmente se hacía era grabado y grabado en linóleo, ese acercamiento a los compañeros del Taller coincidió con el ingreso de Fanny Rabel, Andrea Gómez, ya estaba ahí Alberto Beltrán, Bustos ya había participado en series de los años cuarenta y estábamos a principios de los cincuenta. Empezaron a mandar cosas mías sin que yo fuera miembro a las exposiciones; empecé haciendo grabaditos meramente porque veía cómo los hacían, dibujaba y los grababa. Como al medio año, como fui un asistente constante del Taller, me propusieron ser miembro del Taller y acepté. Yo no tenia idea de las dimensiones del Taller de la Gráfica , a mí me gustaba porque veía que los que hacían ahí su trabajo, como Leopoldo Méndez o Alfredo Zalce, hacían cosas extraordinarias. En La Esmeralda era mi maestro José Chávez Morado. Me aboqué a hacer grabados durante años y no me sentía muy a gusto, porque mi formación no era de grabador; me sentía usurpador de la categoría de grabador. Entonces lo que hice fue inscribirme en la Escuela de Artes del Libro ubicada entre las calles Oaxaca y Obregón. Me inscribí y estuve tres años de carrera ya con el conocimiento de la escuela de la que provenía bajo la dirección de un profesor, para hacer grabados en madera y en metal; ya no me sentía tan mal, claro, era yo muy joven y los demás eran gente ya muy conocida. Hago este preámbulo para contestarte cómo me siento con el blanco y negro, pero como soy de formación pintor ahí mismo en el taller, como no se hacía nada a color, comencé a hacer grabados a color chiquitos. Seguramente algunos de los compañeros sensibles, como Leopoldo Méndez, que me adoptó casi como su hijo, propusieron en las reuniones del Taller que fueran gentes a darnos cursos para imprimir a color; de todos modos yo seguía haciendo grabado en blanco y negro, sobre todo el de tipo combativo. Ya en 1953 Alberto Beltrán me invitó a que me incorporara en Chiapas al Instituto Nacional Indigenista. Ahí me encargué de todo lo relacionado con las ayudas visuales de los Altos de Chiapas; estaba como director de ese centro el antropólogo Ricardo Pozas, estaba Rosario Castellanos también, había médicos, ingenieros, maestros, yo era un chavo de veintitrés años y me sentía maravillado porque estaba aprendiendo mucho de todos. Durante años seguí haciendo linóleo en madera a color y siempre haciendo pinturas como pintor dominguero, porque la mayor parte del tiempo la dedicaba al grabado. Después, cuando me regresé a México y entré a la Escuela de Artes Plásticas como profesor, me invitaron para suplir a Leopoldo Méndez. Él por sus compromisos no podía estar, él ya empezaba a dirigir el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana , una editorial importante de libros de arte. Después vinieron las oposiciones y me quedé veintiséis años en la escuela. Al principio yo pensaba en aprovechar los talleres (dar mi clase y meterme a los talleres); mentira. Estando ahí hay que resolver los problemas de los alumnos, hay que preparar las clases, hay que estar al día, porque si no se lo comen a uno fácilmente los alumnos y, claro, como mi aspecto era el de un chavo, casi como ellos, había que darse a respetar. Todos los alumnos de toda esa época me quieren mucho porque nos entregábamos. Los compañeros que estábamos ahí, la mayor parte eran del Partido Comunista, la mayor parte de los profesores jóvenes no eran del Partido, yo no era del Partido pero participaba de estas ideas sociales.

– Abundando en los temas combativos, ¿qué tan decisiva ha sido esta postura como artista plástico?


Mural en Colima

– Con lo que no simpatizaba era con las consignas que venían de fuera. A mí me parecía absurdo que no hubiera ideólogos mexicanos que sopesaran la realidad mexicana y trataran de resolver los problemas aquí mismo; se me hacía absurdo que vinieran personas de otro país a decirnos cómo resolver los asuntos. Yo sabía que algunos de mis compañeros se iban a hacer pintas y a pegar carteles de su partido, pero yo decía: no estoy en ese campo, si me piden un grabado o algo para una consigna de la cual yo esté convencido con gusto lo hago, pero no voy a pegar la propaganda ni nada por el estilo, sentía que el trabajo de cada uno es valioso dentro de su esfera.