Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de junio de 2009 Num: 746

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Hijo de tigre
ORLANDO ORTIZ

Ángel bizantino
OLGA VOTSI

José Emilio Pacheco: la perdurable crónica de lo perdido
DIEGO JOSÉ

Jaime García Terrés: presente perpetuo
CHRISTIAN BARRAGÁN

Las andanzas de Gato Döring
MARCO ANTONIO CAMPOS

La cultura y el laberinto del poder
OMAR CASTILLO

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

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GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
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Directorio
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Foto: Rogelio Cuéllar/
archivo La Jornada

Jaime García Terrés:
presente perpetuo

Christian Barragán

En días recientes se cumplió un año más de la muerte de Jaime García Terrés, acaecida el 29 de abril de 1996 en Ciudad de México, donde también nació hace ochenta y cinco años. Poeta, ensayista, crítico, traductor, editor, diplomático y promotor cultural, Jaime García Terrés fue, también, uno de los más sensibles lectores de su tiempo. Como pocos en la historia de nuestras letras –Reyes, Xirau, Pacheco, Zaid y Castañón, entre ellos– su pasión por la lectura es otro perfil que define su escritura, que la hace posible. Así, en 1941, con sólo diecisiete años, frente a un público ávido y atento congregado en el Ateneo de la Juventud , leyó su iniciático“ Panorama de la crítica literaria en México”: breve conferencia que no es sino el noble afán de compartir ciertas lecturas de su autor en el título anunciado. Acto que en nuestro actual medio literario resulta insólito, ya que procura el diálogo y el juicio templado entre obras, autores y lectores.

Quizá parezca arriesgado, sin embargo, después de leer una y otra vez las treinta y tres páginas del “ Panorama ... ”, es más clara la certeza de que el único propósito que animó los afanes de Jaime García Terrés lector desde el inicio de su vida literaria fue, palabras suyas, mostrar las “ muchas nubes desconocidas en el cielo policromo de nuestro paisaje”. Que es decir: hacer visible lo inédito, nada más alejado de lo obvio y próximo al arrojo. Mas dicha revelación cobra su pleno e impar sentido cuando responde a una pulsión sincera de ser co-descubierta, compartida, deviniendo este movimiento en un acto originalmente religioso, puesto que, además de abrir la puerta de lo velado, tal revelación terresiana religa al autor con el lector, y a éste con la obra, por medio de la palabra, como ya se anunciaba líneas arriba.

Por eso se puede decir que Jaime García Terrés es aquella monista vocación de unidad, de íntima relación, de la que habla Xirau en su Jaime García Terrés. También que lo es en aquellos versos suyos que dicen:“ ¡Venid! a mirar a lo lejos./ A ver aquellos reflejos, las alondras íntimas/ cuyo canto se eleva y asombra al mundo./ [¡Venid!] Y abrid el corazón a las cosas pequeñas.”

Si aceptamos que el lector y su trabajo no son sino una misma cosa, la invitación a compartir la íntima relación “ con el mundo y el Todo que es este mundo” (siguiendo a Xirau), no extrañara que tal actividad se realice a través de la palabra y su promoción entre los hombres. No sorprenderá, tampoco, que el nombre de dichos esfuerzos, a pesar de la muerte, señale precisamente tan preciado anhelo de perdurable diálogo, de constante compañía, de Carta viviente.

“El que un libro esté circulando siempre ayuda a avivar la presencia de un escritor. Creo que se puede hablar de presencia sin importar que su autor haya muerto. Un autor nos habla desde un presente perpetuo que es el libro. En el libro no hay un antes o un después; es lo que está ahí cuando tú lo abres, lo escuchas y conversas con él.” Así, Rafael Vargas –poeta, ensayista, editor y amigo íntimo de la familia Terrés Chávez– resuelve la escritura de Jaime García Terrés recogida, preparada y comentada por él en Carta viviente (FCE, 2006).

A pesar de que en 1994 el Colegio Nacional y el Fondo de Cultura Económica dieron a conocer bajo el título de Las manchas del sol. Poesía 1953-1994 la poesía reunida de García Terrés, en una cuidada edición urdida como en esta ocasión por Vargas, Carta viviente es una obra indispensable dentro del conjunto poético del autor. Pues, si bien en aquella reunión encontramos el mayor cuerpo de su escritura, en este ejemplar contamos con textos fechados igualmente desde 1953, pero que alcanzan los últimos días de la vida de García Terrés, por lo que viene ampliar y completar definitivamente su obra poética.

De los textos que integran Carta viviente, buena parte son inéditos y han sido rescatados de los cuadernos de trabajo de don Jaime, la gran mayoría de los cuales pertenecen a los años entre 1987 y 1996. ¿Versiones finales o tentativas? ¿Esbozos acaso? Sólo el lector en la intimidad del silencio podrá decidirlo. Sin embargo, nadie podrá negar que en cada uno de ellos está presente una voluntad de sinceridad con la palabra y el lector que la escucha, que la dice, y un sentimiento de recogimiento ante la vida diaria y común del hombre, por encima del tiempo, de la vida y la muerte. Sólo en el silencio, el rumor de su canto nos habla: entonces su voz resuena con la misma templada fuerza en el paisaje moderno y citadino de México o en la orilla frente al mar de Grecia; en medio del ruido y la muchedumbre de una vecindad o de la monótona lección de un salón cualquiera de clases, sobre la pérdida, el dolor, la partida, la escritura, el amor o la lejanía.

“Un poeta nunca muere del todo, pues su espíritu permanece en su palabra” –termina señalando Vargas. Así Carta viviente, último trabajo poético de Jaime García Terrés. Testamento y persistencia, punto de partida y recomienzo, saludo y despedida, constancia de vida, en todos los casos. Recordar a Jaime García Terrés ahora es volver a su escritura, a su poesía que guarda entre estas páginas su más depurado y entrañable gesto: “Escribo –lo que siempre quise–/ una carta viviente/ con ojos y cabello/ en el color de mis recuerdos […]/ Mira cómo se mueve removiéndose/ sobre la núbil hoja de papel renovado/ todo cuanto soy:/ la primera persona del singular ficticio/ que nació con mi nombre y cuyas manos/ describen signos incesantes para cortar un mundo/ a mi propia medida pero lleno/ de ti, de nadie/ […]/ Frases. Las dejaré hablar por mí./ Fatigado, la vida me doblega./ Como tallo vencido por la espiga/ nací para dejar caer mi testamento./ Aquí yace mi cuerpo,/ allá mis resonancias.”