Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de junio de 2009 Num: 746

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Hijo de tigre
ORLANDO ORTIZ

Ángel bizantino
OLGA VOTSI

José Emilio Pacheco: la perdurable crónica de lo perdido
DIEGO JOSÉ

Jaime García Terrés: presente perpetuo
CHRISTIAN BARRAGÁN

Las andanzas de Gato Döring
MARCO ANTONIO CAMPOS

La cultura y el laberinto del poder
OMAR CASTILLO

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

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Sobre las portadas de discos

Esto le pasó al amigo de un amigo que, habiendo terminado el disco más hermoso del mundo, se acercó a una pintora para crear su portada.

Previo acuerdo, él compartió su obra para que ella la escuchara y se dejara influenciar por sus ritmos, melodías y armonías. Cuarenta y dos horas después, ella dijo entenderlo todo. Sentirlo todo. Imaginarlo todo. Él complementó su trabajo con dos reuniones prolíficas en adjetivos y conceptos. Ella confirmó su común acuerdo. Él confió. Ella comenzó. Pasaron dos, cuatro, seis semanas. No se veían pero hablaban por teléfono, se mandaban correos electrónicos. Luego, él comenzó a impacientarse. Preocupada por un desacuerdo momentáneo con las musas, ella se escondió para no enfrentar los retrasos. Finalmente, un día, varios meses después, ella lo llamó. La portada estaba lista. Debían encontrarse.

Llegó primero él, comiéndose las uñas. Luego apareció ella, con un marco bajo el brazo, cubierto por un paño. Lo puso enfrente de la mesa. Lo descubrió. Él se quedó perplejo mirando el lienzo. Ella quedó perpleja viendo aquellos ojos. ¿Esto es lo que ella escuchó en mi música? Repleto de trazos multicolores, el cuadro era un éxito, según ella. Era la suma de todas las emociones. Más aún, era el alma misma de la música “más hermosa del mundo”.

Pasado un larguísimo silencio, conversaron. Pensaron en la mejor manera de introducir el título y los créditos en esta abigarrada portada de disco. Él estaba azorado, pero no sabía si de contento o decepcionado. Ella respiraba certezas, todavía con los dedos manchados de pintura. Su vida personal se hacía pedazos y aquella música, aquel cuadro, representaban un rescate, una balsa con la cual sobrevivir las próximas tempestades. ¿Cuál fue el resultado? Nadie compró jamás el disco. Por regalo o abandono, sólo unos cuantos pudieron apreciar el talento del músico. Aquella portada densa, laberíntica y desquiciada impidió que la música más hermosa del mundo llegara a otros oídos. Esto causó que él no volviera a grabar ningún disco. Así de importante fue la piel, el exterior de un cuerpo sonoro que murió sin eco.

Muy distinta fue la historia de Michael Cooper cuando tomó la foto del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band de los Beatles, ese legendario álbum cuyo diseño de mc Productions y Apple pasó a la historia como una de las mejores portadas del rock. Igualmente distintos fueron los trabajos gráficos de Roger Dean en la cubierta del Relayer de Yes, de Hugh Syme en el Hemispheres, de Rush, de Ray Lowry en el London Calling, de The Clash (tributo al primero de Elvis), de Loring Eutemey en el In-A-Gadda-Da-Vida, de Iron Butterfly, de Hipgnosis en el Wish You Were Here, de Pink Floyd, de Mati en el Abraxas, de Santana, de Bob Seidemann en el único de Blind Faith, y de muchos otros que reaccionaron a bote pronto ante la música que tuvieron que “colorear”, sin tanta elucubración, con más víscera e intuición que teoría y planeación.

De entre estos trabajos notables, empero, destacan algunos nacidos en la mente y manos de músicos polifacéticos que además de componer supieron ilustrar con imaginación. En ese selecto grupo se hallan, verbigracia, Bob Dylan (Planet Waves, Self Portrait), John Lennon ( Walls and Bridges ), Cat Stevens (Teaser and the Firecat, Tea for the Tilleman, Mona Bone Jakon), Joni Mitchell (Mingus, Clouds, Ladies of the Canyon) y John Entwistle (The Who by Numbers), por no mencionar a Miles Davis, Captain Beefheart y otros pocos que se interesaron en la pintura.

Muy aparte se ubican las celebridades que regalaron su arte a amigos músicos. Sin duda el mayor ejemplo es el de la banana, de Andy Warhol, en la portada de The Velvet Underground and Nico, emblema del arte pop. Casos parecidos, aunque sin el consentimiento de sus fallecidos autores, fueron los de René Magritte en el álbum Beck-Ola, de M. C. Escher en Mott the Hoople e In a Wild Sanctuary, y de Botticelli en Pulver Rising. También aparte, consagrado como uno de los más grandes diseñadores de portadas de todos los tiempos, está Reid Miles, responsable de casi todo el catálogo del sello de jazz Blue Note.

Finalmente, tenemos a los del humor involuntario; a esos músicos que lejos de encontrar quién los ayudara con una portada superior a su propia obra, fueron a dar con su media e ingenua naranja. Ahí está el hacer que Ronnie Stoots produjo en los sesenta para Sam & Dave, Eddie Floyd y Otis Redding, así como cientos más de bandas renombradas (Guns and Roses, los Beatles, Scorpions, James Brown, Cher, The Everly Brothers, AC / DC) que el lector podrá agregar si hace diez minutos de memoria al terminar esta columna. Justo ahora.