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En promedio se quita la vida uno cada 10 días; lo atribuyen a la falta de oportunidades

Suicidios de indígenas en Mato Grosso do Sul alarman a expertos internacionales

Es un proceso de autodestrucción que exige acciones urgentes del gobierno brasileño: CIMI

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Las cataratas del Iguazú, entre la frontera de Brasil y Argentina, tienen menos de un tercio de su volumen habitual de agua, al ser afectadas duramente por la sequía. La imagen es una vista captada hace unos días desde el lado brasileñoFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Lunes 11 de mayo de 2009, p. 26

Río de Janeiro, 10 de mayo. En el occidental estado brasileño de Mato Grosso do Sul, cada 10 días se suicida un joven indígena. En principio atribuida a la falta de tierras y de oportunidades, esta tragedia es de tal dimensión que ya ha llamado la atención de especialistas locales y del exterior.

El último joven que se ahorcó –el método de suicidio que prevalece– tenía 20 años y era empleado de un ingenio de caña de azúcar, una fuente de trabajo externa y culturalmente distinta a las comunidades de la zona, pero que se ha hecho habitual para muchos de los jóvenes de la etnia guaraní kaiowá, ante la falta de opciones de sobrevivencia en sus aldeas en quehaceres tradicionales.

Después del noroccidental estado de Amazonas, Mato Grosso do Sul concentra la mayor cantidad de indígenas de Brasil. Se calcula que son unos 70 mil en todo el territorio, la mayoría de la etnia guaraní kaiowá.

Si no se toman medidas inmediatas tendrá lugar un nuevo genocidio indígena en pleno siglo XXI, advierte un informe del Consejo Indígena Misionario (CIMI), vinculado a la Conferencia Nacional de Obispos católicos de Brasil.

El informe anual titulado Violencia contra los pueblos indígenas señala que en Mato Grosso do Sul ya se suicidaron seis indígenas desde que comenzó el año. Esto suma 40 muertes por esa causa desde enero de 2008. El estudio destaca que 100 por ciento de los suicidios y 70 por ciento de los asesinatos de indígenas, 60 en todo el país, tienen lugar en ese mismo estado.

Sumado al incremento de suicidios se percibe un cuadro de autodestrucción de ese pueblo, provocado por la precaria y violenta realidad que enfrenta, concluye el informe.

Todas las formas de violencia que tienen lugar en Brasil y particularmente en Mato Grosso do Sul están vinculados directamente a la cuestión por la tenencia de la tierra, afirmó Saulo Feitosa, secretario adjunto del CIMI.

Esa situación tiene que ver con las constantes disputas de tierras entre indígenas e invasores, y a que hay muchos aborígenes en pequeñas parcelas, puntualizó.

Muchos adolescentes se matan por la falta de alternativas, agregó Feitosa, tras destacar que la mayoría de los que se suicidan tienen entre 13 y 17 años. Se trata de un trauma vinculado a una edad en que precisamente se está construyendo la identidad, consideró Feitosa.

Según el CIMI, los jóvenes guaraníes muestran un conflicto agravado porque la identidad de esa etnia es profundamente religiosa y el hecho de no tener su propio espacio donde rezar, su bosque con sus alimentos para sobrevivir, su tierra para reproducir su identidad cultural, deteriora la identidad individual de esos jóvenes.

La aldea donde los suicidios son más frecuentes es Bororó, municipio de Dourados, a 225 kilómetros de la capital estatal, Campo Grande; ahí viven hacinados 13 mil nativos en tres mil 500 hectáreas.

Se les obliga a convivir amontonados, los hombres salen a trabajar a los cañaverales muchas veces en condiciones de esclavitud, las mujeres se quedan con sus hijos, y en esa situación aumentan alcoholismo y violencia, lo que provoca esas alarmantes cifras de suicidios y asesinatos, describió Feitosa.

Un proceso de autodestrucción que requiere del gobierno, según el CIMI, una urgente acción política que revierta esa situación, que comience a demarcar parcelas, a reforestar las áreas degradadas y a restructurar el esquema habitacional.

Mato Grosso do Sul es un estado donde la demarcación de tierras no fue resuelta, un hecho que el CIMI atribuye a una presión muy fuerte del agronegocio, en referencia a las empresas agroexporadoras que producen soya y caña de azúcar, en su mayor parte para biocombustibles.

La aldea de Bororó fue cercada por este tipo de establecimientos rurales en los últimos 25 años. Los hacendados compraron tierras, compraron ganado, soya e hicieron monocultivos en nuestras tierras, dijo Amilton Lopes, líder indígena de esa región.

Ya no tenemos dónde vivir, dónde buscar remedios nativos o alimentos para sostener a nuestros hijos, ya no hay más casas para nosotros, resumió Lopes.

El CIMI señala que las comunidades indígenas de Mato Grosso do Sul reivindican unas 112 áreas de tierras ancestrales como propias, la mayoría trabadas en procesos burocráticos.

Pero Lopes tiene otra explicación para el suicidio de indígenas, aunque también, como consecuencia de la falta de tierras y oportunidades de sobrevivencia: la desintegración familiar y el alcoholismo.

“Los jóvenes me dicen que prefieren morir si no tienen cómo vivir y comer, y entonces, para mantener a sus familias, se van a trabajar a las destilerías (ingenios). Pero las mujeres se quedan solas con sus hijos y ahí se amigan con otro hombre que las mantenga y le dé de comer a sus hijos. Y cuando vuelve el marido la encuentra con otro. Esto –ejemplifica Lopes– aumenta la violencia”.