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Apenas llevo para mi pollo, expresa un cuidador de autos por el área del Zócalo

De la Alameda a Polanco, calles desiertas y los efectos de la influenza en el bolsillo

Los supermercados abren todas sus cajas para evitar aglomeraciones y armonizar con la emergencia

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Vista del Palacio de Bellas Artes, la Alameda Central y avenidas aledañas, este domingo desde la Torre LatinoamericanaFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Lunes 4 de mayo de 2009, p. 10

Quieran o no, todo lo que está escrito se va a cumplir. Los vaticinios apocalítpicos distan de ser escuchados por los impasibles visitantes que deambulan en la Alameda Central desafiando sus profecías y las recomendaciones de la Secretaría de Salud para estos días de guardar. Este domingo la Alameda fue como un oasis en una desértica ciudad donde millones optaron por el enclaustramiento sanitario.

Cerrados gran parte de Chapultepec, centros comerciales, cines, museos y los templos; la Alameda es opción de quienes sólo tienen los domingos para salir de las casas donde a diario hacen las faenas de hogares ajenos. La influenza humana no es suficiente para mantenerlas encerradas en ese único día de liberación.

Pese a ello, no han llegado en el mismo número de siempre. Se mira en las ventas, dice Gonzalo, cuyos alacranes de la suerte y otros amuletos de bichos encapsulados no han tenido el éxito de siempre. Sólo lleva 300 pesos vendidos de los 2 mil que suele obtener los domingos.

Para el grueso de la gente que padece el parón económico por la epidemia, la crisis sanitaria se mide en pesos y centavos. La gente sigue temerosa, concluye. Es eso de la influenza, murmura mientras saca brillo a uno de sus amuletos, que no le traen suerte ni al que los vende.

A unos metros de ese puesto, una mujer mira al cielo en busca de iluminación para leer la suerte al joven que la contempla como la pitonisa que le dirá la neta sobre su futuro. Difícil concentración si a un costado la música grupera clonada en cedés de 10 pesos suena sin parar y al otro lado un payaso usa la influenza como tema de sus chistes, rodeado de un público que parece olvidar las reglas sanitarias.

Apenas salir de la normalidad que prevalece en la Alameda y la ciudad retorna a su rostro actual. Un par de turistas francesas, frustradas por no entrar a Bellas Artes; otros se conforman con tomar fotos del palacio y de paso algunas más a la caravana michoacana de la salud, que ha sido enviada en auxilio del gobierno capitalino para atender a la gente que tiene todos los síntomas de sicosis por la influenza.

“Mire –asegura la doctora en consulta al aire libre, al lado del vehículo–, si la niña tiene catarro, aíslela para que no contagie; no tiene síntomas de influenza, parece un catarro normal, así que puede darle...”

La aludida sólo abre más los ojos ante la sentencia del doble encierro que le han anticipado por su catarro normal, con anuencia de la madre.

Cruzando el Eje Central, el Centro Histórico está desértico. Tiendas cerradas y la gente que ha llegado apenas se detiene en algunos establecimientos abiertos.

No se vende nada, responde Beatriz Mayorga, vendedora de una zapatería que abrió, donde de cualquier forma deberá cumplir su jornada hasta las 9 de la noche.

Al menos tiene el salario asegurado, porque hay quienes padecen la influenza en los bolsillos. Sólo una boleada, dice el único bolero que hoy está en los portales del Zócalo; apenas llevo para mi pollo, responde Roberto Martínez, cuidador de autos que, acaso por tener asegurada la comida del día, evalúa que la gente ya se está animando a salir.

Esa animación es según se mire. Tras casi tres horas de darle a la manivela a las puertas de la Catedral, Arnulfo Isidoro, cilindrero, lamenta su suerte. Veinte pesos, ni para la renta del aparato al que ha confiado su vida. De esto se ha mantenido la familia desde que tiene uso de razón, pero hoy no ha sido buen día.

Sin feligreses en la Catedral, no hay donantes potenciales. La crisis sanitaria continúa afectando los rituales religiosos y es la hora que no se puede orar por los difuntos de la influenza como Dios manda: el templo sigue cerrado, por la dispensa que la usualmente ortodoxa jerarquía católica ha otorgado a sus fieles.

Sólo que los efectos económicos no se padecen por igual. Aún más desierto que el Zócalo está Polanco, que parece pueblo fantasma. Los suntuosos centros comerciales están cerrados en solidaridad con el país.

En plaza Antara sólo hay guardias de seguridad, algunos despistados visitantes y decenas de maniquíes vestidos a la última moda de múltiples marcas italianas y francesas que por ahora tendrán un receso en sus ventas. Nos vemos el 6 de mayo, avisan.

El temor a la influenza en las clases medias y altas parece más sólido: obligó al centro comercial a cerrar desde el sábado, en vísperas del 10 de mayo.

Es la constante en los centros comerciales, excepción de las grandes cadenas de supermercados, que han encontrado en la influenza una veta y sus ventas están en auge, al punto de que ya anuncian, para la comodidad de su clientela, tener todas las cajas abiertas para que no se aglomere en la tienda, estando los tiempos como están.