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La muestra del artista sueco se inauguró ayer en el MUAC

Fascinado por la metamorfosis, Ulf Rollof crea Proyecto axolotl
Foto
Primero, el artista disecó un ajolote; luego se dio cuenta de la necesidad de explicar a los anfibios la anatomía humanaFoto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Domingo 19 de abril de 2009, p. 5

El lugar común vuelve por sus fueros para recordarnos que en gustos no hay nada escrito. Y tal parece que en materia de arte contemporáneo, menos. La apertura de la exposición Proyecto axolotl, del sueco Ulf Rollof, ayer, en la Sala 8 del flamante Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), es ocasión para corroborarlo.

Que sea mediodía del sábado no impide que algo más de 100 personas ya esperen la inauguración formal de la muestra. Después de las cortesías y presentaciones de rigor de la embajadora de Suecia en México, Anna Lindstedt, y de Graciela de la Torre, directora del recinto, Rollof cuenta a la audiencia el origen y las razones de la exposición.

Residía en México a mediados de los años 80, en un pueblo a orillas del lago de Pátzcuaro, en cuyas aguas habitan los ajolotes. Descubrió a los anfibios y se maravilló con la metamorfosis que experimentan a determinada edad, por la cual pasan de vivir en un ambiente acuático a uno terrestre.

Disecó un ajolote para tratar de aprender más; después, envolvió los restos en látex, para preservarlos. Dice que entonces se dio cuenta de la necesidad de una acción recíproca: explicar a los ajolotes la anatomía humana. No, no tuvo que disecar a un ser humano, construyó un traje de luz, de tela recubierta con parches de látex con la forma de los órganos vitales. Sobre cada uno colocó luces intermitentes de automóviles. Ese traje es una de las piezas de la muestra.

Artefactos extraños

Para atraer y poder observar la reproducción de los anfibios, Ulf Rollof diseñó tres artefactos que él llama faros para atraer ajolotes. Los tres se encuentran también en la exposición. Son artefactos extraños y espectaculares. Constan de una base cuadrada de látex de aproximadamente tres metros por lado, montada sobre una estructura de metal; al centro de la base tienen un cono hueco, invertido, como de tres metros de largo, dotado de un juego de luces. En su uso original, el cono penetraba en el agua con la luces encendidas, lo cual atraía a los animales. El artefacto se mantenía a flote gracias a cuatro cámaras de neumático adaptadas a la base.

Uno de los faros pende del techo, otro se encuentra recostado de lado, y uno más está desarmado, dislocado. La instalación se complementa con fotos del proceso y diagramas para la elaboración de las obras, además de una reproducción a gran escala, en manta y látex de la efigie de un ajolote.

En el centro de la sala destaca una modesta pecera de reducidas dimensiones con tres ajolotes vivos, en su interior. Ulf Rollof tuvo a bien hacer pegar en la pecera un letrero que pide a los visitantes no molestar a los anfibios. ¡Qué considerado!, sobre todo por tratarse de una especie en peligro de extinción.

Apreciaciones diversas

Entre los espectadores que van y vienen por la sala, unos parecen mirar con mucho interés, otros, más bien confundidos.

Laura Zavala dice que le gusta la instalación, porque es diferente, y ríe. A Ana Iza Luz le gustó, pero como que hay cosas que no entiendo; pero está interesante, te hace pensar, tratar de entender qué quiere decir el artista.

La señora Nely Pineda, quien va con sus hijos, también resalta la originalidad del proyecto: En realidad nunca se me hubiera ocurrido hacer una comparación así entre humanos y ajolotes. A Héctor Estrada le parece que está bonita, es como arte moderno, que llaman, pero es grande y llamativa. A Juan, le resultó interesante por la analogía entre el ajolote y el ser humano. Le gustó sobre todo el traje de luces.

El comunicado de prensa de la exposición también ofrece su interpretación: “Similar a la evolución elíptica, el proyecto gestiona concurrencias de definicones antagónicas. Lo racional y lo intuitivo se cruzan en él; confrontación de lo mecánico y lo orgánico, lo natural y lo tecnológico.

Incluso podría identificarse como objeto de seudo observación biológica, que simula la instrumentación científica del siglo XIX, o como acercamiento crítico a las relaciones paradójicas entre la mitología milenaria y el pragmatismo moderno, como sucede con buena parte de la obra de Rollof.

El curador de la instalación, Guillermo Santamarina, sostiene que su fundamento es en sí mismo un develamiento de sincretismo: el ajolote, símbolo tierno del vínculo animal humano, tal y como las culturas precolombinas llegaron a identificarlo: con la tenaz metamorfosis de una deidad en trance de salvación. También manifiesta el presagio donde las criaturas humanas y su hábitat tendrán que evolucionar veloz e inteligentemente para postergar su desaparición.

Lo dicho: en gustos y arte contemporáneo no hay nada escrito. Dicho de otro modo: nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira.