Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de abril de 2009 Num: 736

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

De la Edad de Oro a las utopías modernas
MANUEL DURÁN

Sentir lo que otros sienten
ULRIKE PRINZ entrevista con CRISTINA PERI ROSSI

El Museo de Antropología e Historia a revisión
DULCE Ma. LÓPEZ

El tercero
JAVIER SICILIA

Joaquín y Ramón Xirau, hombres en tiempos oscuros
ADRIANA DEL MORAL

Ramón Xirau, ¿poeta o filósofo?
RAÚL OLVERA MIJARES

Ian McEwan: la suma de nuestras emociones
JORGE GUDIÑO

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Columnas:
Mujeres Insumisas
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LUIS TOVAR

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De la Edad de Oro a las utopías modernas

Manuel Durán


Platón, cuyo nombre verdadero era Aristocles Podros

Algunos creen que al extenderse el uso de la agricultura a fines del período neolítico, las sociedades humanas conocieron un período de relativa prosperidad y creciente bienestar, que terminó cuando la creación de los primeros im perios, los llamados “imperios hidráulicos” en las orillas del Éufrates y el Tigris en Mesopotamia, y del Nilo en Egipto, determinó una creciente es tratificación social, con inmensas diferencias entre ricos y pobres, y un aumento en el número de es clavos, así como violentas guerras de conquista entre los imperios y los países vecinos: la felicidad se evaporó a poco de aparecer.

La elaboración de una utopía suele basarse en una actitud crítica frente al presente histórico en que vivimos. Algo grande se ha perdido y debe ser restaurado. Es posible imaginar, y así ocurre entre muchos griegos, que la Historia regresa, que hay ciclos en que en efecto podemos volver al pasado; la Edad de Oro no se ha perdido para siempre. Entre otros, el historiador griego Polibio preconiza una visión cíclica, circular, de la historia humana. Todo se repite. Los regímenes políticos, monarquías, dictaduras, democracias, se desgastan y volverán a surgir.

Es posible, pues, imaginar una resurrección de la Edad de Oro. Esto ocurre, en efecto, dos veces: en la Roma de Augusto, Mecenas y Virgilio, y también, siglos más tarde, en la Italia y la Europa del Renacimiento. Incluso cuando las ideas de una posible utopía no se convierten en una realidad plena su influencia en la sociedad y la cultura es innegable. Así ocurre en la Roma imperial.

Los romanos contemporáneos de Virgilio habían vivido una época caótica de guerras civiles y una existencia urbana no menos caótica en la ciudad de Roma, y Augusto trata de crear una pausa, proponiendo la vida sencilla y sana de los campesinos y los pastores como antídoto a la vida de las ciudades y de las intrigas políticas; el gran poeta Virgilio es el encargado de esta difícil tarea, y en sus Églogas y geórgicas describe la vida de los pastores, sus amores y sus penas, así como las tareas cotidianas de la vida campestre. Un ambiente de paz y de serenidad permea los poemas virgilianos, que encontrarán un eco siglos más tarde, durante el Renacimiento: recordemos, en España, las Églogas, de Garcilaso, la novela pastoril, la Vida retirada, de Fray Luis de León, entre mil otros ejemplos, que es posible también encontrar en otras culturas. El regreso a una vida sencilla y serena, en contacto constante con la Naturaleza, es proclamado como anuncio de una superación de la vida mediocre y llena de intrigas de las ciudades, y sobre todo de Roma. El ideal será vivir en una “villa romana”, autosuficiente y abundante en riquezas agrícolas, y aunque estas comunidades agrícolas en efecto nacieron, y sus casas centrales ostentaban un lujo muy atractivo (y fueron copiadas en los siglos XVII y XVIII por grandes arquitectos, como Palladio, en los territorios de Venecia) la nueva utopía no acaba de nacer. Los propietarios de estas villas viven rodeados de esclavos, que no participan en la experiencia sublime anunciada por Virgilio. Si la ciudad utópica exige igualdad de bienes y responsabilidad común, el modelo propuesto no funciona, aunque su mera formulación ha hecho surgir creaciones literarias muy notables y poemas memorables. Desde el siglo XVI hasta fines del XVIII la moda pastoril triunfa en literatura, en arte (recordemos el cuadro de Poussin, Et in Arcadia ego, entre muchos otros ejemplos), en música (numerosas óperas, Il Pastor Fido, La Finta Giardiniera), incluso en arquitectura (el Pequeño Trianón, contrapuesto al enorme Palacio de Versalles). Incluso cuando no puede funcionar del todo, la idea de una posible utopía en que nos fundimos con el mundo natural y reconquistamos una antigua unidad perdida inspira poderosamente la cultura occidental.

Así, la utopía imaginada por Platón en su República parte del deseo de precisar lo que es la justicia en una sociedad en que un sofista que dialoga con Sócrates propone que la justicia es simplemente la ventaja de los que son más poderosos, más fuertes. No, dice Sócrates, y para refutar al sofista procede a imaginar una ciudad perfecta en la que reinará la justicia. Describe una especie de comunismo filosófico en que una clase superior, los Guardianes, exentos de propiedades privadas, se ocupan solamente de dar ejemplo de virtud y altruismo, y de ayudar a los demás a ejercer las actividades que son necesarias para el bien común. Es una ciudad que se parece más a Esparta que a Atenas, a la vez jerárquica y comunitaria, y las ideas de Platón han ejercido influencia esporádica, pero real, a través de los siglos. De algún modo nos llegan unidas a otro mito, el mito de Atlantis, la ciudad grande y próspera más allá del Estrecho de Gibraltar, que desapareció sin dejar huella alguna de su existencia, tal como lo cuenta Platón (que a su vez lo aprendió de Solón, y éste de un sacerdote egipcio cuyo nombre se ha borrado de la historia).