Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de abril de 2009 Num: 736

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

De la Edad de Oro a las utopías modernas
MANUEL DURÁN

Sentir lo que otros sienten
ULRIKE PRINZ entrevista con CRISTINA PERI ROSSI

El Museo de Antropología e Historia a revisión
DULCE Ma. LÓPEZ

El tercero
JAVIER SICILIA

Joaquín y Ramón Xirau, hombres en tiempos oscuros
ADRIANA DEL MORAL

Ramón Xirau, ¿poeta o filósofo?
RAÚL OLVERA MIJARES

Ian McEwan: la suma de nuestras emociones
JORGE GUDIÑO

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
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Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Joaquín y Ramón Xirau

Joaquín y Ramón Xirau,
hombres en tiempos oscuros

Adriana del Moral

Encontrar linajes de escritores es poco común. Sin embargo, las familias que cultivan un talento particular y favorecen el surgimiento de un genio son muy numerosas en el terreno de la música –en la familia Bach, Karl Geiringer contó sesenta y cinco músicos en siete generaciones– y bastante frecuentes en la pintura.

Según el psiquiatra Philippe Brenot, este fenómeno se debe, quizás, a que tanto la pintura como la música implican secretos artesanales y un largo aprendizaje técnico, mientras que en la literatura hay otras filiaciones más allá de las familiares. Las excepciones de dinastías literarias más conocidas son los Dumas, los tres Daudet –Elphonse, Ernest y Léon–, los hermanos Grimm y las hermanas Brontë.

Los linajes de filósofos son aún menos comunes, hasta llegar al grado de ser prácticamente inexistentes. Esto se explica quizá por la tradicional figura del filósofo célibe que han encarnado pensadores como Hobbes, Pascal, Descartes, Spinoza, Leibniz, Hume, Voltaire, Schopenhauer, Nietzsche y Kierkegaard, entre muchos otros.

Aunque desde el siglo xx los filósofos casados o con hijos han pasado poco a poco a ser la regla y no la excepción, la descendencia de estos pensadores suele no seguir su camino dentro de la filosofía. Los Xirau pudieran ser la excepción a este fenómeno. Abuelo filósofo, hijo filósofo y poeta, y nieto poeta, este linaje también muestra la transformación de la palabra en pos de la razón poética, que al final no es tan distinta de la filosófica.

Filosofar es vivir
Filosofar es vivir; vivir es filosofar
Ramón Xirau, Amor y mundo

Iniciemos por el patriarca de la estirpe: Joaquín Xirau Palau. Nació en Figueres en1895. Fue formado por Manuel b . Cossío, aunque también convivió en Madrid con filósofos como José Ortega y Gasset. Su vocación filosófico-pedagógica siguió los principios de la Institución Libre de Enseñanza, determinando su premisa de que la educación es una obra de amor.

Fue profesor en Salamanca, Zaragoza y Barcelona. En esta última ciudad, contribuyó a establecer la autonomía de la universidad en 1934. Escribió catorce libros y varias traducciones, incluyendo la primera parte de la Paideia, de Jaeger, que dejó inacabada a su muerte. Su interés se concentró en la obra de Descartes, Leibniz y Rousseau; en los pensadores hispánicos como Lull, Vives o Cossío, y en Bergson, Husserl y la fenomenología.

Amor y mundo, uno de sus libros principales, plantea que para los griegos eros participaba del logos; así, amor y razón se apoyaban mutuamente. Para Xirau, el cristianismo construye un verdadero ordo amoris y el amor cristiano se caracteriza como “comunicación de espíritus personales” que se quiebra en el mundo moderno cuando el hombre reduce la “realidad” a materia. “El amor es claridad y luz. Ilumina en el ser amado sus recónditas perfecciones y percibe en unidad el volumen de sus valores actuales y virtuales”, dice Xirau. Así, el valor no es abstracto, sino una relación concreta.

Sobre estos planteamientos se fundan la teoría y práctica de la educación de Joaquín Xirau, quien consideraba que educar consiste primordialmente en hacer que el hombre, desde su niñez y adolescencia, haga surgir de su conciencia ideas propias. Así, educar es abrir el camino para que seamos amorosamente libres: “El amor ha sido creado para pensar”, escribe el autor citando a Ramón Lull.

EL EXILIO

En 1939, acompañado de Pilar, su mujer, también de Figueres, Antonio Machado y la madre de éste, Enrique Rioja y otros más, Joaquín Xirau partió hacia el exilio, primero en Francia, después, definitivamente, en México.

En palabras de Adolfo Sánchez Vázquez, quien llegó también exiliado tras la Guerra civil española: “Ciertamente, el exiliado no se encuentra como en su tierra en la nueva que lo acoge. Esta sólo será su tierra, y lo será con el tiempo, no como un don con el que se encuentra a su llegada, sino en la medida en que comparte las esperanzas y sufrimientos de sus habitantes. Y en la medida también en que con su obra –la que hace gracias a ellos y con ellos–, y sin dejar de ser fiel a sus orígenes y raíces, se va integrando en la tierra que le brindó asilo.”

Xirau pasó relativamente pocos años en nuestro país, pero fue generosamente acogido, tanto por otros exiliados con quienes trazó lazos fraternos, como por intelectuales y jóvenes mexicanos que lo reconocieron como maestro. A su llegada a México siguió con la misma vitalidad que lo animó en España. Porque, como dijo una vez, “no quería vivir entre paréntesis”, y se empeñó en la batalla intelectual de mostrar al mundo que la “otra” España no había muerto.

El catalán emigrado fue un claro ejemplo de lo que Hannah Arendt plantea en Hombres en tiempos de oscuridad: privado del espacio público en el que se desenvolvía en la República española, se refugió en su libertad de pensamiento.

LA MUERTE DEL PADRE

Joaquín Xirau murió el 10 de abril de 1946, frente a la Facultad de Filosofía de Mascarones. Su hijo Ramón recuerda que en ese mes la revista del Instituto Francés de América Latina ( ifal ) –organismo con el que Xirau Palau colaboró de diversas formas– aparecían, uno tras otro, un texto de su padre sobre Antonio Caso, quien acababa de morir; una nota de la revista sobre la muerte de Joaquín Xirau y su primer artículo donde discutía las posibles relaciones entre la filosofía de la existencia y Francisco de Quevedo. “¿Coincidencias dramáticas? Así de temibles pueden llegar a ser las cosas”, concluye Ramón.

Ramón Xirau tenía veintidós años cuando su padre murió. Meses más tarde terminó su tesis sobre Descartes y, un año después, en 1947, apareció su primer libro: Duración y existencia. ¿Será acaso que la muerte del padre era un movimiento necesario (real o simbólicamente hablando) para que el joven iniciara su obra? En su análisis sobre los procesos creativos, Didier Anzieu afirma: “Crear es siempre matar a alguien, imaginaria o simbólicamente, si ese alguien acaba de morir, ya se le puede matar con menos sentimiento de culpabilidad.” Por su parte, el psiquiatra Georges Pollock interpreta el acto creativo de quienes han perdido a un familiar cercano como un intento siempre vano de reparar la pérdida sufrida.

En el caso de los Xirau interviene una coincidencia macabra que, sin embargo, no es única. Fue también a la muerte de su padre cuando Freud descubrió el complejo de Edipo e inició su obra, y cuando Marcel Proust encontró su identidad de narrador. O, en el ámbito de lo puramente simbólico, podemos recordar el célebre grito del polaco Witold Gombrowicz a los jóvenes escritores argentinos que lo despedían en su partida hacia Europa: “Maten a Borges.”

En psicoanálisis, la muerte del padre es un acto psíquico que funda la identidad adulta. En el caso de Ramón Xirau, aunque él ya estudiaba filosofía en Mascarones, pareciera que es la muerte de su padre la que termina de decidir su destino: tras ese evento heredó la clase de filosofía que Joaquín impartía en la Universidad de las Américas.

Ramón siempre ha manifestado una abierta admiración por el pensamiento de su padre. Pero, mientras que la obra de Joaquín se concentra primordialmente en el terreno ético y educativo, el hijo, sin apartarse radicalmente de los planteamientos paternos, sino quizá más bien subsumiéndolos y partiendo de ellos, emprende la creación de una obra centrada en el lenguaje, donde la reflexión sobre la poesía y la creación literaria son centrales.

OÍR EN EL SILENCIO

La poesía es un abrirse del ser hacia dentro y hacia fuera
al mismo tiempo. Es un oír en el silencio y un ver en la oscuridad.
María Zambrano.

Además de su filosofía, Ramón Xirau ha elaborado una obra poética que podría verse como otra forma de reflexión-experimentación sobre el lenguaje. El autor no es capaz de escribir poesía en otro idioma que no sea el catalán: esa lengua en que le hablaba su madre, ésa que construyó el mundo por vez primera ante su entendimiento, su sentir y su reflexión.

En una entrevista que le hizo Mariana Bernárdez, el autor lo explica así: “Hay una relación entre la poesía y la lengua materna, es lo más enraizado al origen, origen como lugar, espacio y cultura que te rodea, pero también como raíz que nos liga con un todo.”

Aunque Platón afirma que echaría de su República ideal a los poetas, algunos filósofos han logrado desarrollar tanto el pensamiento lógico de la filosofía como la verdad menos explícita, pero quizá más contundente de la poesía. María Zambrano sostiene que el pensamiento y la poesía provienen de una raíz común: la admiración, el pasmo ante la realidad inmediata de lo que nos rodea.

Pero, mientras que el filósofo se arranca al éxtasis que le producen las cosas para perseguir lo permanente y Único, el poeta permanece apegado a la multiplicidad de las cosas, aspirando a un todo construido por “cada una de las cosas, sin abstracción ni renuncia alguna”. Ramón Xirau y la propia Zambrano son ejemplos de que ambos aspectos pueden convivir en una misma obra. Los dos bebieron de una y otra fuente, fusionando la palabra racional de la filosofía y la irracional de la poesía en razón poética.

A cambio de sus esfuerzos, el filósofo recibe un conocimiento firme, compacto y seguro, “que en nada se apoya y todo viene a apoyarse en él”. Mientras que el filósofo quiere dominar la palabra, el poeta se inclina ante ella y acepta ser su esclavo.

Ramón lo expresa así: “Hay que regresar a lo ilimitado, lo silencioso por impronunciable, para saber que este silencio imponderable es también la Palabra misma que nos pondera. Hay que regresar a nosotros mismos, a la quietud silenciosa de nosotros mismos, para oír el verdadero decir de ‘la palabra': su decir anunciado, pronunciado y callado.”

LA CONSAGRACIÓN DE LA POESÍA

Otra lectura sobre la familia Xirau es la del pensamiento y el lenguaje atravesando tres generaciones; la historia de la metamorfosis del filosofar al poetizar. Ramón representaría en esto la mediación entre ambos extremos, mientras que Joaquín Xirau Icaza encarnaría el momento en que el linaje alcanza su cumbre poética.

Joaquín hijo nació el 7 de enero de 1950. Su vocación de escritor se reveló pronto. Colaboró para revistas como Plural y escribió con Miguel Díaz Nuestra dependencia fronteriza, un ensayo sobre economía que habla de la conflictiva frontera entre Estados Unidos y México, donde se encuentran niveles contrastantes de riqueza, cultura y caminos hacia el desarrollo.

Su libro Poemas , publicado por Joaquín Mortiz con prólogo de Octavio Paz, apareció en 1976. Ese mismo año, Xirau Icaza murió de manera imprevista en Cambridge, Massachusetts, donde estudiaba una maestría en la Universidad de Harvard. De su poemario, Roberto Vallarino escribe en Letras Libres: “Hay una certeza en cada palabra, una afirmación en cada línea, y esa afirmación nos revela a un verdadero poeta. Joaquín no vio a su generación pero ésta sabe que su obra es de una indiscutible validez.” Por su parte, Paz dijo de él que “vio el otro lado de la realidad, el otro lado del tiempo”.

La poesía de Joaquín tiene cierto tono de tristeza que nos remite a una hipótesis que le escuché al doctor Ricardo Blanco en un seminario sobre psicoanálisis: los efectos de la violencia (en este caso, el exilio) se manifiestan en la tercera generación de una familia, de forma ya sea psíquica o somática.

No sé si la tristeza poética de Joaquín obedezca a ese exilio; quizá sea así, porque como dice Hannah Arendt, “no podemos dominar el pasado más de lo que podemos deshacerlo. Sin embargo, podemos reconciliarnos con él. Y la forma de hacerlo es el lamento, que surge a partir de cualquier recuerdo”. Tal vez es este lamento de Xirau Icaza el que cierra la larga herida del exilio, a la vez que realiza la razón poética. Cierro con unas palabras de Joaquín que son a la vez conclusión de una historia familiar cruzada por una época turbulenta y por la tragedia final que es siempre la muerte: “La hora final tiene su muerte/ no es el fin del mundo/ es la del mirlo/ la del canto/ en la tierra/ entraña/ de ponientes que crujen.”