Opinión
Ver día anteriorMartes 24 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Yisahi Jusidman en el Museo Amparo
E

l Museo Amparo empieza a caracterizarse por organizar o recibir exposiciones retrospectivas de buen alcance como fueron, entre otras, las de Roberto Cortázar, Paloma Torres, la póstuma de Julio Galán, las de Paula Santiago y Betsabé Romero y, ahora, con vigencia hasta finales de abril, la de Yishai Jusidman.

Amante acérrimo de la pintura de todos los tiempos, la trae a colación casi en cada una de sus obras. Se diría que está dentro del campo del reciclaje, pero bajo términos combinatorios interpretados y visualizados mediante técnicas de punta.

Subraya a fondo los aspectos formales de una variedad de estilos pictóricos remotos o recientes o bien toma una pieza en lo particular, por ejemplo La fragua de Vulcano, de Velázquez, a la que somete a un patrón tipo publicitario, acompañado de su reflejo invertido.

El método resulta reminiscente de Seurat (1859-1891) en La Grande Jatte, de Chicago y en los estudios preliminares a la misma. Debido al reflejo, la pieza a la que aludo se titula Narciso Velásquez.

Con similar método trabajó una naturaleza muerta de Morandi (uno de sus ídolos), inspirador de una serie completa de naturalezas muertas que provocan en el espectador deseo de posesión.

La muestra abarca ejemplares de 12 series, incluyendo la más reciente, The Economist Shuffle, que hace poco se exhibió en Los Ángeles, California, ciudad en la que Jusidman vive y trabaja desde hace algunos años. Esta última es la que me parece menos pareja en cuanto a resultados o quizá, salvo excepciones, la menos atractiva.

De casi todas las demás hemos tenido vislumbres, sea en la Galería OMR o en espacios museísticos dentro y fuera de esta capital, a más de las exhibidas en el extranjero. Específicamente el Marco (Museo de Arte Contemporaneo de Monterrey) presentó dos de las series que ahora reparecen.

El trabajo de selección y obtención de piezas procedentes de varios países debió ser arduo, ya que son pocas las que pertenecen al autor, de modo que la labor curatorial de Christian Viveros Fauré merece encomio.

El ingreso a la muestra en el Museo Amparo no pudo ser más adecuado. Abre con los retratos dobles de sus colegas, a los que el espectador se acerca transitando por una alfombra manchada accidentalmente de pigmentos (yo siento que de ese modo se rinde pleitesía a los pintores, como a los monarcas,  pero la intención de Yishai puede ser otra).

En todo caso, su autorretrato, que no es doble, se encuentra en diferente sección, inspirado en el no muy conocido autorretrato de Morandi. Es oscuro: betún, sienas, tierras, el único color que no corresponde a esa gama es el del lápiz azul que el autorretratado sostiene. La sección más luminosa corresponde a la hebilla en forma de calavera  que remata el cinturón.

Los retratados en el ingreso al que aludo son Beatriz Ezbán  y Fernando Aceves Humana, ambos flanqueando a Arnaldo Coen, quien a diferencia de los demás aparece sentado con fisonomía casi sonriente, o al menos satisfecha. Su atributo es una escuadra.

Siguen los retratos de Francisco Castro Leñero, que queda alejado del espectador puesto que el autor dejó más aire entre su mirada y la efigie doble, que, como en los otros casos, no corresponde a un reflejo, sino a pose levemente basculada.

Francisco es el que aparece casi como un phantome, condición similar, aunque no tan acentuada, a la que guardan los demás, incluyendo a Joy Laville, quien trae entre manos un rollo de papel de baño debido a que utiliza este objeto cuando pinta al pastel. Hasta donde recuerdo, Ray Smith Yturria también fue retratado, pero esa obra no comparece.

Desde mi discutible punto de vista, la estupenda serie de los artistas retratados guarda parangón estrecho con el ya famoso conjunto Bajo tratamiento, que exhibido en el Carrillo Gil causó sensación sobre todo por su facturación reminiscente de Manet en sus mejores momentos académicos.

En aquella ocasión sí se exhibieron las cédulas pintadas a mano, que incluían los diagnósticos siquiátricos de cada personaje y esas cédulas armaban díptico con las efigies de los pacientes.

Aquí se sustituyeron por cajas en tipografía, del mismo tamaño y con idénticos datos. Avanzando en el trayecto, uno encuentra que algunas de esas fisonomías fueron retomadas bajo técnicas distintas.