Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de marzo de 2009 Num: 730

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Manualidades
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Epílogo romántico
NIKOS KAROUZOS

Cosecha latina en la Berlinale
ESTHER ANDRADI

Del grito inaudible a la lucha inevitable
RITA LAURA SEGATO

Chesterton: paradojas, ortodoxia y humorismo
BERNARDO BÁTIZ V.

Galileo Galilei barroco
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Ana García Bergua

El reino de la divagación

Hay cosas en la vida que no entiendo: por ejemplo, ¿cómo fui a parar a la página de Youtube en la que baila una niña de cuatro años llamada La Chonguis , si yo lo que buscaba era algo tan serio como la fecha de nacimiento de un prócer de la Reforma? Y menos mal que me aguanté de seguir adelante; si no, ya les estaría yo platicando el baile de La Chonguis y las gracias de no sé cuántos niños, perros y gatos más, mi cabeza convertida en un vacío simpsoniano (por los Simpsons) en el que todos ellos flotarían junto a los últimos rescoldos de mi concentración. Internet es uno de los caminos más resbalosos que he visto en mi vida: uno va de un lado a otro, como quien no quiere la cosa, y de repente está lejos, lejos, perdido en quién sabe qué historia y, lo peor, sin saber cómo fue a parar ahí. Si uno mira el historial de su navegador en ciertos días (o peor: en ciertas noches), el camino que reflejará ese tránsito de sitio en sitio, sinuoso como nuestros pasos tras unos cuantos alipuses, será más parecido al tour que realizaría un grupo de borrachos por toda clase de antros, hasta que entran por error al Museo de Antropología creyendo que es una cantina. O viceversa: uno va muy serio de museo en museo, como turista en domingo, y de repente desemboca en el baile de La Chonguis. Such is life: ¿quién dijo que en la vida no hay aventura?

Hasta ahora no sé si es una ventaja o un defecto, pero en ese reino llamado internet da la impresión de que todo se mezcla con todo, lo culto y lo trivial, lo importante y lo absurdo, como si alguien hubiese revuelto en el catálogo de la Biblioteca Nacional unos cuantos tomos del directorio telefónico, los queridos diarios de miles de adolescentes –y de miles de adultos reciclados en adolescentes que ahora gritan y cuentan sus vidas por internet–, las llamadas de auxilio de muchas personas, las notas de refrigerador de muchos miles de señoras y el graffiti de muchas calles. Lo interesante es que si uno busca algo entre todo ese caos, lo más probable es que sí lo encuentre, pero que además se tope con cualquier cantidad de cosas en las que no estaba interesado originalmente, lugares apasionantes o, muchas veces, también, cosas que pueden ser un poco letales o similares al clásico despertar de la borrachera.

Al contrario de las bibliotecas, todo en ese territorio rezuma (y rizoma) puertas minúsculas que conducen a sitios estrambóticos. Uno trata de simplemente leer el periódico por internet, y por doquier asoman pequeños links con su manita seductora: un hombre se comió a un león quién sabe dónde, una multitud de compradores atropelló a una persona, adelgace veinte kilos en dos días, cien muertos en el último atentado de los narcos o en el último bombardeo, comer espinas de maguey es bueno para el cutis. Las noticias diarias mezcladas con una serie de consejos que nadie pidió, estudios que explican cosas que nadie quería explicar, estadísticas sacadas al vapor: nueve por ciento de los mexicanos saluda de mano, ochenta y cinco por ciento de beso, seis por ciento no saluda. Quién sabe cuánto dura ya la atención de la vista, comparada con la inquietud de los dedos que corren a apretar el mouse para ver de qué se trata, cómo es ese chisme caliente que espera detrás de las palabras, quién hizo qué, cómo, cuándo. Y la publicidad por internet lo sabe: cientos de reclamos dicen entérate, mira, escucha, como si fuéramos locos que miran al cielo y voltean a un lado y a otro. Quizá internet no se parezca a una biblioteca, pero sí a una ciudad, a esta ciudad particularmente, en la que toda salida tiene un poco de aventura: no hay manitas que apretar, pero sí hoyos negros, pasos equivocados, taxis que no se deben tomar, nubarrones de mala suerte o incluso encuentros afortunados, y uno puede terminar en un lugar distinto de aquel al que se dirigía. La realidad tiene también sus pequeñas puertas, las cosas fortuitas que hacen cambiar nuestras vidas.

La verdad es que, frente a ese monumento a la diversidad de intenciones, yo sigo prefiriendo gastar la poca atención que me queda en los libros, que siempre llegan a buen puerto. Todavía no acabo de entender el sentido de leer blogs, excepto cuando alguno de ellos trae un texto en particular que me interesa, y el hecho de que en la pequeña pantalla se encuentre esa cantidad monstruosa de información de todo tipo, me da un poco de vértigo: qué tal que al final del túnel me encuentro con La Chonguis.