Usted está aquí: viernes 13 de febrero de 2009 Opinión Economía Moral

Economía Moral

Julio Boltvinik
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■ Crisis del capitalismo mundial / VI

■ Keynes: el empleo depende de la demanda efectiva, no del salario

Cuando el mundo vivió la gran depresión (1929-1939), la sabiduría convencional de la “ciencia económica” dominante, simbolizada por la Ley de Say (“la oferta crea su propia demanda”) estipulaba que las crisis eran imposibles. Después de la gran depresión y de la “revolución keynesiana”, dice Paul Krugman en su nuevo libro:

“Puesto que los economistas han aprendido la lección, nada como la gran depresión puede volver a pasar. ¿O si puede? A finales de los años 90 un grupo de economías asiáticas –que producen cerca de una cuarta parte del PIB mundial– experimentaron una recesión con una horripilante semejanza a la gran depresión… como en los años 30 la medicina económica convencional mostró ser inefectiva, tal vez incluso contraproducente. Que algo así pudiera pasar en el mundo moderno debió haberle producido escalofríos a quien tuviese sentido de la historia, como fue mi caso... Vi la crisis asiática como un signo ominoso para todos, como una advertencia que los problemas de depresión económica no han desaparecido del mundo moderno. Es triste decir que tuve razón en estar preocupado. Cuando esta nueva edición va a prensa, buena parte del mundo, incluyendo Estados Unidos, está contendiendo con una crisis financiera y económica que se asemeja mucho más a la gran depresión que la crisis asiática…”1

La frase de Krugman marcada en cursivas muestra que la “ciencia económica convencional” ha perdido la brújula, si es que alguna vez la tuvo. Refuerza la importancia de volver a estudiar a Marx y a Keynes. En la entrega del 6 de febrero empecé el abordaje de Keynes, cuya Teoría general (1936)2 significó la derrota de la Ley de Say y ayudó a abrir una nueva época del capitalismo en la cual la política económica keynesiana, que promovía el pleno empleo, se combinó con el desarrollo de los Estados de Bienestar, que redistribuyeron masivamente el ingreso mediante tasas impositivas progresivas y muy elevadas a los ingresos altos para financiar servicios sociales públicos gratuitos de vocación universalista.

Por las dificultades que la lectura de la Teoría general impone, diversos autores escribieron manuales o libros de texto para facilitar su comprensión. En ésta y sucesivas entregas me apoyaré en la que escribió A.H. Hansen3. Debo advertir que estas lecturas de Keynes no son inocentes: tratan de minimizar la ruptura entre este autor y la tradición neoclásica (que se suele llamar “clásica”) y tienden a volver estático su análisis dinámico.

Keynes atacó la Ley de Say en la versión de Pigou que, según Hansen, sostiene que la “economía moderna” tiende a generar pleno empleo (todo desempleo observado es friccional), porque:

“las tasas de salarios se ajustan de tal manera que estados diferentes de la demanda de mano de obra, una vez establecidos, tienden a asociarse con promedios similares de tasas de desocupación… [la desocupación que existe en cualquier momento] se debe totalmente al hecho de que ante cambios en las condiciones de la demanda las resistencias friccionales impiden que se hagan los ajustes apropiados en los salarios en forma instantánea”. (Pigou, Theory of Unemployment, 1933, citado en Guía de Keynes, p.27.)4

Keynes sostuvo que los trabajadores son renuentes a aceptar reducciones en sus salarios nominales, pero además mostró que su baja generalizada en lugar de llevar a un aumento de la ocupación, como creía Pigou, llevaría a su disminución porque, al bajar el ingreso de todos los asalariados, disminuiría el consumo y, por tanto, caería la demanda de trabajadores (que producen los bienes de consumo). El cambio paradigmático es profundo: la variable principal en la determinación de la ocupación no es el nivel salarial sino la demanda efectiva (suma del consumo, C, y la inversión, I). La demanda de trabajo es una demanda derivada de las decisiones de producción e inversión y no depende centralmente del nivel de los salarios. Por tanto, el salario deja de ser el precio cuyas fluctuaciones equilibran oferta y demanda de trabajo.5

La intersección entre la función de oferta global (el valor de toda la producción) y la demanda efectiva (C+I) es la que determina el nivel de ocupación como se muestra en la gráfica. La curva de oferta es la línea recta de 45° que sale del origen. La función consumo es la curva que sale del punto A. Como se aprecia, a mayores niveles de actividad económica, la brecha entre la función consumo y la oferta total se amplía. Es la tarea de la inversión cerrar la brecha. Pero si el consumo depende del ingreso corriente, la inversión depende, según Hansen, del cambio tecnológico y el crecimiento de la población a largo plazo y de las expectativas de ganancias a corto plazo. En algunos modelos keynesianos las expectativas se definen como dependientes del crecimiento del ingreso o crecimiento económico. En todos los casos podemos reinterpretar estos determinantes de la inversión en función de las oportunidades de inversión lucrativa que generan. La inversión es la variable determinante en todos los modelos de crecimiento económico keynesianos y el motor es la búsqueda de la ganancia. Como se aprecia en la gráfica, el equilibrio puede obtenerse a un nivel de empleo Na menor al empleo pleno N. No hay razón alguna, en ausencia de políticas específicas, para que haya una tendencia al pleno empleo: la Ley de Say fue derrotada por Keynes: el capitalismo no se autorregula. Las reformas neoliberales desreguladoras olvidaron esto y las grandes depresiones volvieron.

1 Paul Krugman, The Return of Depression Economics and the Crisis of 2008 (El regreso de la teoría económica de la depresión y la crisis del 2008), W.W. Norton, Nueva York, 2009, pp. 3-4.

2 John Maynard Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Fondo de Cultura Económica, cuarta edición, 2003/2006.

3 Alvin H. Hansen, Guía de Keynes, Fondo de Cultura Económica, 1953.

4 El nivel de ceguera de Pigou (como el de sus colegas de entonces y de muchos de ahora) es tal que no ve nada especial en la mercancía fuerza de trabajo: no percibe que debajo de cierto nivel del salario el trabajador muere de hambre; que, por tanto hay un piso mínimo debajo del cual los salarios no pueden bajar. El libro citado lo publicó en plena gran depresión, cuando el desempleo en EU era de 25 por ciento de la población activa.

5 Este cambio paradigmático ha sido aplicado, hasta sus últimas consecuencias, por Fernando Noriega quien ha sostenido la “inexistencia del mercado de trabajo”: “Según esta teoría, dice Noriega, las empresas no demandan más trabajo cuanto más baratos se venden los trabajadores, sino cuanto más les requiere el mercado de aquello que producen. Por tanto, la relación inversa entre demanda de trabajo y salario real de la teoría neoclásica parece completamente alejada de estos resultados”. Macroeconomía para el desarrollo. Teoría de la inexistencia del mercado de trabajo, Mc Graw Hill, 2001, p. 67.

 
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